Con 14 años Narciso Suárez se subía por vez primera a una canoa en el río Pisuerga. Su esfuerzo y compromiso le llevaron al bronce en Los Ángeles, además de tres diplomas olímpicos y cuatro participaciones en JJOO que coronaron la exitosa carrera de uno de los mejores deportistas vallisoletanos
Santiago Hidalgo
Domingo, 11 de julio 2021, 10:15
«Ahí va el chico de Suárez», decía una parte del público en la Regata de San Mateo de 1974. Narciso llevaba gorra, pero los vecinos del barrio aledaño al río donde vivía lo habían reconocido. Con catorce años se había subido por primera vez a una canoa por plena diversión en el mes de mayo. No se le daba mal. Iba derecho y tenía estabilidad así que Juan Francisco Rodríguez, el alma mater del club Cisne, le convenció para que, con poco rodaje, tomara la salida. «Llegué a meta cuando estaban dando los trofeos», dice Narciso, que, sin embargo, se enganchó definitivamente ya que al año siguiente participó en el campeonato de España en Sevilla, pese a que llegara entre los últimos. En esas primeras incursiones, el padre de Narciso sabía que había entrado en la OJE, pero no que estaba subido a una canoa remando en el Pisuerga. Hasta que se enteró…
El piragüismo de esa época, heredero de las aventuras a Roma o a Oporto en que aún no estaba plenamente consolidado, empezaba a ver sus primeras competiciones deportivas serias. De hecho, la federación de piragüismo, separada del remo, es de 1959 con Hernando Calleja como primer presidente. En Valladolid, el club Cisne, pero también el Fasa Renault y el Canoe contaban con representación como clubes. La llegada de esos chavales como Narciso a un río que tenía vida conllevó que, junto a los veteranos, el club Cisne fuera tercero de España en esos primeros años ochenta.
El auge del río
Como recuerda Narciso Suárez, por allí estaban Ramón Mendoza, 'Mendo', el que fuera presidente de la delegación vallisoletana y siempre se quejaba y velaba por este deporte al que decía le faltaban ayudas y apoyo, e internacionales como Flores y Diéguez. Esto llamó la atención de Eduardo Herrero, director técnico de la nacional que en esos años incipientes se ocupaba de poner en vigor centros de piragüismo allá donde existiera un pequeño foco. El recuerdo que guarda Narciso de esa época y ese río Pisuerga es magnífico: «Viví el auge de Valladolid y del río. Iba con la canoa y había mucha gente, me sentía arropado. Recuerdo que podías irte desde la playa hasta Simancas porque el agua estaba perfecta. A finales de los setenta, sin embargo, cada vez estaba más contaminado y no se podía pasar del Puente Colgante, el agua era casi alquitrán».
«No elegí la canoa, la canoa me eligió a mí», señala. Su progresión fue tan rápida que en el último año de cadete ya se mete entre los mejores juveniles y en una concentración de talentos, siendo el mejor de su añada. Con 17 años le conceden plaza en la residencia Blume y participa en el primer Europeo junior, haciendo una digna quinta plaza. Todavía en categoría juvenil, entra y entrena con el equipo absoluto donde absorbe todos los conocimientos que puede sobre todo de las estrellas de la piragua como Herminio Menéndez. Al tiempo, que va sumando medallas en nacionales, va también abriendo caminos. Acude ya junto al leonés Santos Magaz al Mundial de 1978 en Belgrado donde se mete en la final por vez primera. Ya en esa época, su ciudad Valladolid le reconoce varios años como mejor deportista, y aunque lejos, por sus entrenamientos y competiciones, es valorada y reconocida su trayectoria. Lo mismo que desde su trabajo en RENFE, en el que le dieron todas las facilidades y permisos.
Con 19 años le llega la oportunidad de participar en sus primeros Juegos Olímpicos en Moscú 1980. Manuel Fonseca, entonces presidente de la federación, puso todo de su parte para que España acudiera, bajo bandera olímpica eso sí, en épocas de bloqueos y de guerra fría. «Estábamos en una Copa del Mundo en Alemania y cuando nos dijeron que íbamos a los JJOO, nos marchamos desde allí directamente», dice Narciso, quien aporta que ellos en la Villa Olímpica iban con el chándal y el escudo de España, pese a que no se podía, pero así se lo había indicado su presidente.
Séptimo en C-2 500 metros al lado de Magaz fue también el primer diploma olímpico en Canoa para España. Sin embargo, todas las expectativas que se centraban en el siguiente ciclo se vieron truncadas porque su compañero Santos Magaz se fue a hacer el servicio militar y luego se retiró de la canoa. También Narciso se fue a filas y no es hasta 1983 cuando regresa a Valladolid, a casa, y vuelve a entrenar con ganas, también en individual, cuando llega a imponerse en cinco campeonatos de España. «Lo gané todo», dice. El Mundial en Finlandia donde accede a la final parece abrirle la puerta al C-1 en los JJOO de Los Ángeles, sin embargo, una caída esquiando le provoca una lesión en la rodilla que le hace parar y casi consumir sus opciones. Ahí, sin embargo, llega la oportunidad del C-2, ahora con un jovencísimo gallego Enrique Míguez. «Con el entrenador José Marí, empezamos a hacer pruebas con varios junior y finalmente con Míguez vimos que la mejora se producía día a día».
Así, tras varias copas del mundo se personaron en Los Ángeles, en el Lago Casitas, donde llegaron mucho tiempo antes para preparar la prueba olímpica y aclimatarse. Sin ser favoritos, lograron birlar a Francia la medalla de bronce en una llegada auditada con foto finish. Era la medalla de bronce olímpica. Dicen que el día anterior llamó por teléfono a su padre y le dijo: «Mañana damos la campanada en los 500 metros». Y la dio. Luego llegarían otras presencias en JJOO, Seúl en 1988 y Barcelona, ya como veterano, en 1992, pero todo, todo, empezó en un Pisuerga que hoy, en sus aguas y en sus orillas, todavía reclama más atenciones.
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