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Como ella misma dijo este jueves en la apertura de la tercera edición de los encuentros de verano de la Universidad de Valladolid, no hay muchas personas que puedan presumir de coronar los 8.611 metros sobre los que se erige la cima del K2 ... , «el más peligroso y difícil de los catorce ochomiles». Edurne Pasaban, alpinista guipuzcoana, inició su ponencia declarando su amor a las montañas. «Muchas veces, la belleza increíble de las montañas me llevó a jugarme la vida en la búsqueda de lo sublime. Hay montañas que me atraparon y las que volvería una y otra vez» señala.
Y es que la tolosarra, primera mujer en hacer cima en las catorce montañas más altas del mundo, se siente en la montaña como en casa. «La montaña me atrapó a los 15 años porque me di cuenta de que era el único lugar en el que podía ser yo misma», reconoce. Además de su pasión por la escalada, Edurne también tuvo tiempo para graduarse en Ingeniería Técnica Industrial en la Universidad del País Vasco, siguiendo la tradición de su familia y con vistas a un futuro laboral en la empresa familiar. Sin embargo, ese no era su destino.
«Cuando tengas que elegir entre dos caminos, elige el camino del corazón. Mi vida era trabajar en la empresa familiar como ingeniero o ser alpinista profesional. La elección que tomé se define con una palabra: pasión», recuerda Edurne. Aunque su camino no comenzó con buen pie. «En los años 1998, 1999 y 2000, en mis tres primeros intentos de ascenso en el Himalaya, no conseguí hacer cumbre en ninguna de las veces, pero cuando te das la vuelta a 8.400 metros, eres honesto contigo mismo y sabes si lo vas a poder lograr o no. Querer mejorar cosas y volver para conseguir el objetivo. Eso es tener hambre por el éxito», explica la alpinista.
Siguiendo el tema principal de los encuentros, 'la belleza', Edurne Pasabán recuerda el momento más bello que vivió en la montaña. «De repente, cuando estábamos en el glaciar de Valtoro, empecé ver una pirámide de sombra. Cuando alcé un poco la mirada, vi que el sol se alzaba por encima de un pico. Era el reflejo de la cima del K2 sobre la montaña. Fue el momento mas bello que he visto en el Himalaya». Esa idílica instantánea, «que solo puede verse desde allí arriba» estuvo a punto de convertirse una de las últimas imágenes que vieron sus ojos. «Se dice que en la montaña hay que estar en la cima como muy tarde a la 1 y media porque luego había que bajar. Nosotros llegamos a las 5 y media de la tarde a la cima del K2. Poco después de comenzar la bajada, se nos echó la noche encima», relata.
Al llegar a la zona conocida como 'cuello de botella', a unos 8.400 metros de altitud, cuatro alpinistas se quedaron algo rezagados en la expedición de regreso. «El italiano con el que iba encordado se adelantó porque se estaba congelando y me quedé sola. En un movimiento raro, se me cayó la luz frontal. Me quedé sin luz. Aquel momento que se había convertido en el más bello que había vivido se estaba convirtiendo en el peor. Decidí esperar que vinieran los otros dos compañeros que llegaban por detrás. Nos costó 24 horas llegar al campamento», narra la alpinista vasca.
De aquella expedición, Edurne se llevó un recuerdo para toda la vida. «Me amputaron por congelación dos dedos, uno en cada pie. Pero aún así, si me preguntan, esa montaña también me dio el momento más bonito que he vivido », afirma. Con la emoción de su relato telegrafiada en la cara de los presentes, Edurne expuso el peor episodio de su vida.
«Cuando bajé del K2 me empecé a cuestionar si eso era lo que yo quería hacer con mi vida. Me fijaba en mis amigas y ellas tenían una vida mucho más común. En 2006 tuve una depresión muy grande porque no encontraba sentido a mi vida», detalla Edurne. «La gente se preguntaba como alguien tan exitoso, que escalaba montañas de ocho mil metros podía tener esta enfermedad, pero es una de esas enfermedades que no entiende de quién seas y nos puede tocar a todos», insiste.
Este fue el gran punto de inflexión en su vida. «Hubo un antes y un después tras la depresión. La vida también nos ha enseñado que cambia en cualquier momento, solo hay que ver la pandemia y todo lo que hemos vivido. Es una de las enseñanzas de la montaña que se pueden aplicar a la vida. Mi entorno empezó a comprender que eso era lo que debía hacer con mi vida. La llamada de mi primo Asier también fue muy importante pero lo más fue que mi entorno se diese cuenta de que escalar era lo que debía hacer», admite Edurne.
En 2008, sus amigas, con las que empezó en el club de escalada de su pueblo, organizaron una expedición al Himalaya, «una de las mas bonitas que recuerdo» subraya. Entonces, tras esa etapa mala, Edurne encontró su propósito de vida. Escalar los catorce ocho miles. Y lo consiguió. «Encontrar el camino de lo que quería hacer fue el gran reto de mi vida» concluyó la alpinista tolosarra que dejó, además de su emotiva historia de vida, una enseñanza para el público asistente al evento en los jardines del Palacio de Santa Cruz de Valladolid: «Tener pasión por lo que haces es lo mas bello que una persona puede tener».
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