David Llorente: «He tenido bajadas en las que sentía que venía un demonio a empujarme»
PIRAGÜISMO ·
El segoviano repasa sus opciones de ser olímpico en Tokio, su trabajo mental y cómo digiere un error en aguas bravasSecciones
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El segoviano repasa sus opciones de ser olímpico en Tokio, su trabajo mental y cómo digiere un error en aguas bravasEn el pequeño techo de la cama de David Llorente en su albergue de La Seu d'Urgell, hay un póster de Tokio 2020. Será su último año en una residencia en los Pirineos que comparte con otros cinco palistas y seis esquiadores de fondo. ... A menos de un año de los Juegos Olímpicos, el palista de Palazuelos de Eresma podría conseguir su sueño en los dos próximos meses. Y lo pelea con argumentos: con 22 años, ya esgrime un quinto puesto en un Europeo absoluto, a menos de un segundo de la medalla. Detrás su constitución voluminosa –es capaz de hacer dominadas con 80 kilos– hay un soñador en órbita que apenas pasa dos semanas al año en Segovia.
–¿Cómo es un día normal suyo?
–Me levanto antes de las ocho y me gusta hacer algún estiramiento para empezar el día tranquilo. Leo un poco y me bajo a desayunar con los compañeros de la residencia. A las nueve tenemos que estar haciendo gimnasio y a las nueve y media vamos al canal para hacer una sesión de técnica en aguas bravas. A veces tenemos fisio para hacer estiramientos o prevenir lesiones de hombro. Después, me voy a descansar y a hacer trabajos de la universidad [Estudió Ciencias de la Actividad Física y ahora, Informática]. Voy a comer al colegio; si puedo me echo media hora, y a las tres y media vamos a por la tercera o la cuarta sesión del día, en aguas tranquilas o bravas. Luego veo durante una hora los vídeos de la sesión y apunto los fallos. Luego, más trabajos y alguna peli con los colegas del albergue.
–¿Dónde está el punto de mejora?
–En los pequeños detalles. Llega un nivel en el que te ves remando bien pero tienes que pensar un poquito más allá. Es un trabajo más mental. Este año hemos hecho mucho trabajo para preparar las competiciones, crear un poco la rutina para que cuando llegue el día, aunque estés nervioso, dé igual. Que estés pensando en: tengo que hacer esto, esto y esto. Trabajo mucho la visualización, imaginarme en la cabeza dos minutos antes de salir lo que tengo que hacer luego en el agua. Me recuerdo lo bueno que es estar ahí y me encanta que haya público. A mí no me pone nervioso la competición, me crezco.
–Y después, se echa agua.
–Cuando termino de pensar la bajada, me suelen quedar unos 30 segundos. Estoy en ese estado de relajación y así no puedo competir. En el último Europeo [sub-23] no estaba muy activado, después de las copas del mundo era un evento que no me transmitía tanto. Y me empapé bien de agua antes de bajar. Esto lo hago en las clasificatorias, porque en una final no hace falta. Saco todo en el agua y para abajo.
–¿Cómo se asume un error en el resto de la bajada?
–La teoría es que, una vez cometido el error, tienes que mirar a la otra puerta. En un deporte que necesita concentración máxima; en cualquier instante que te despistes vas a tocar otra puerta. Cuando conseguimos la bajada en 'flow' [la mejor posible], cuando llegas abajo no te acuerdas muy bien de lo que ha pasado. En el Europeo absoluto, cuando quedé quinto y vi el 50 [la penalización de segundos por saltarse una puerta], que luego no era, me quedé aplaudiendo. Pensando, no sé dónde lo habré hecho, pero ya está. De hecho, fue mejor, porque me habría vuelto loco. Cuando consigues ese estado, es perfecto, porque no has ido evaluando lo que has hecho. Es muy difícil llegar a ese punto. Muy difícil.
–¿Cómo se consigue?
–Es pensar palada a palada. Hay alguna palabra para seguir adelante como salmón, que remontar al río. Algo que te recuerde: a la siguiente. Lo más importante es estar en el presente porque hay veces que, entre errores y la presión, no ves lo que está pasando. El año pasado me pasaba bastante, durante la bajada te viene un demonio que te quiere empujar. Y a veces te rindes. Al minuto estás ya cansado, sabes que vas bien, y en las últimas puertas te despistas. Todo eso lo he ido puliendo y ahora no me está pasando.
–Si su carrera fuera un examen, ¿cuál sería el 10?
–No sé qué habría dicho hace años. Ser campeón olímpico sería la hostia, pero es muy, muy difícil. Querría seguir disfrutando como lo hago ahora, no perder esa chispa, eso hizo que este deporte cambiara mi vida.
–¿Se puede competir sin chispa?
–Sí, pero se me va la magia. Por eso, en competiciones menores me cuesta muchísimo. Está bien, porque a la gran mayoría le pasa al revés, que son rápidos cuando el nivel es bajo y se bloquean con la presión. Cuanto más presión tengo, mejor me sale.
–Permite todo el trabajo que hay detrás seguir disfrutando?
–Si entras en la monotonía de ir porque sí a los viajes, ir del hotel al entrenamiento, es fácil perder la ilusión. Ya sea en Brasil o en Dubai, me intento introducir en la cultura de ese país. Después de entrenar, puedo desconectar y estar una hora y media con un tío que me lleva a una boda en Arabia Saudí. Y luego, a palear otra vez. En natación o en aguas tranquilas sabes que si haces un determinado tiempo, tienes una posición en el Mundial. En mi deporte, no es así. Puedes estar cuatro años ganándolo todo, tocas una puerta en los Juegos, y te vas. Por eso, como no disfrutes, la presión antes de bajar va a ser insoportable. Porque si fallas, has estado sufriendo a lo tonto por algo súper incierto.
–¿Sabe relativizar los imponderables de una final?
–Cuando llegas abajo, te da rabia, pero después sonríes. Es lo que hay. Las finales son para dejarse todo, porque no sabes lo que va a pasar.
–¿Qué evoca el pensamiento de ser olímpico?
–Mucha ilusión. Tengo muchas ganas de poder medirme con los mejores del mundo allí. Por otro lado, ya estoy bastante obsesionado, no me quiero obsesionar más.
–¿Qué esfuerzo económico tiene detrás su carrera?
–Nos remontamos a 2009. Unos padres que no sabían qué era el piragüismo, ven a su hijo ilusionado y pasaban sus vacaciones compitiendo por ahí. Y te pide 1.500 euros para una piragua. A un niño, lo que le puedes pedir es que saque buenas notas, y yo se lo empecé a dar. De repente, te ofrecen ir a Eslovenia, que fue donde me enganché. Andrej Málek [su primer ídolo] me sacó 40 segundos y me dieron para el pelo. Me costó 500 euros el viaje, con ahorros del padre, de la abuela... Más adelante, 1.400 euros para ir a Australia. O Brasil [fue plata sub-23 en 2015 con 18 años, por delante de Málek ], que me fui a entrenar dos semanas antes y me gasté 1.000 euros. Tengo que agradecer a los espónsores EPAL, la Universidad Isabel I, Becas Pódium, Diputación de Segovia y Ayuntamiento de Palazuelos. Ahora estoy dentro del proyecto olímpico, tengo muchos gastos, pero cubiertos. Ahora parecemos franceses, polacos o eslovacos.
–¿Cómo se vive el piragüismo en un país como Eslovaquia?
–Allí estás en un bar de fiesta y aparecemos nosotros en la tele. La gente con la que compites hace anuncios, como aquí Messi. En el supermercado salen en las latas de Red Bull. La gente lo vive y las gradas están siempre llenas.
El primer paso del proceso olímpico es que la federación quede entre los 18 primeros países en el Mundial, a finales de septiembre en La Seu d'Urgell, el corazón del piragüismo español. En teoría, un trámite, aunque España no lo consiguió en K-1 para los Juegos de Río, con Llorente lesionado. El país discute mientras quién ocupa la plaza puntuando cinco pruebas. Ya se han celebrado el Europeo de Pau y las copas del mundo de Bratislava y Londres; faltan la alemana de Markkleeberg (finales de agosto) y el Mundial.
En estas pruebas, cada candidato puntúa por puestos; ganar, 0 puntos; ser segundo o tercero, 1; del cuarto al sexto, 3; séptimo y octavo, 5; noveno y décimo, 7; y así hasta de vigésimo a vigésimo cuarto, 22 puntos, o peor, 99 puntos. Su suman los tres mejores registros de las cinco pruebas y el primer requisito es hacer menos de 28 puntos. Llorente tiene dos 3 [Europeo y Londres] y un 99 [Bratislava], así que le bastaría quedar entre los 24 primeros en alguna de las dos pruebas restantes. Sus rivales, Joan Crespo (10, 22 y 22) y Samuel Hernánz (22, 22 y 99), necesitarían resultados muy bajos en ambas competiciones.
Llegar a 28 puntos otorga la categoría de preolímpico. Si hay más de uno, se jugarían las plazas en una prueba de selección en mayo de 2019. A no ser que uno aventaje en 13 puntos al resto. En condiciones normales, solo dos 99 dejarían a Llorente fuera, pero todo se complica con una potencial medalla en el Mundial. Si Hernánz o Crespo fueran campeones, tendrían la plaza olímpica salvo que otro español subiera también al podio y pudiera discutírsela. Si consiguieran medalla –y cumplieran el requisito de los 28 puntos– se ganarían el derecho a competir con Llorente –si cumple con su parte–en 2019. Aunque el momento de forma esté con el segoviano, que lleva allí desde su adolesencia, ellos tienen el punto de veteranía de llevar dos décadas entrenando en La Seu.
–¿Qué haría si se levantase un día y no fuera David Llorente?
–Recorrería el mundo, quizás Asia. Culturas distintas, ayudar a peña... Llevo tantos años moviéndome que no me vería fijo en un sitio.
–¿Piensa en el legado?
–A mí el deporte me dio un objetivo de vida. La mayoría de chicos estamos perdidos y esto me dio un sentido. Irme de casa con 16 años, aprender inglés... Me gustaría sacar cantera aquí, es una pena que no haya escuelas deportivas. Tenemos un pantano espectacular; no hay que ser campeón olímpico para dar cuatro paladas. Si estuviese yo aquí sería distinto, pero es una pena. Me encantaría que hubiese niños ilusionados con el mismo deporte que me cambió la vida.
–¿En qué nivel mundial se ve a sí mismo?
–Es difícil porque si repites la misma final olímpica, cambian los resultados. Este año, según estoy remando, top 12. Si bajo bien, top 4 o top 5. En las finales me crezco, lo que más me cuesta es llegar. A nivel de regularidad, aún me queda; hacer de 10 bajadas ocho o nueve buenas. Tengo el nivel para estar ahí, pero menos probabilidad de reproducirlo. Es que en Londres he estado en la final con cuatro medallistas olímpicos. ¡Es la leche!
–¿Cómo valora el paso del tiempo desde su plata sub-23 en 2015?
–Ha sido una maduración. Es que empezaba aquel Mundial con el dorsal 44 y he terminado con el 1. Y tuve la lesión, que fue muy duro. ¿Qué va a pasar ahora? Que igual no puedo volver a remar, un año y medio hasta que me recupere... Y no pude intentar los Juegos de Río. Volví diferente, ya no solo me centraba en los resultados, sino en disfrutar. ¿Sabes ese chaval que veía los Juegos por la tele y quería estar ahí? Yo no era así. Hasta Río. Ha sido sobre todo este año; he entrenado como un loco y, de repente, quedo quinto en el Europeo. Dices, igual sí que puedo. Es un deporte en el que cuando te ves arriba, te caes. Nunca he querido pensar demasiado en qué puede pasar, pero ahora sí me visualizo en una final olímpica o con una medalla. Es muy difícil, pero para conseguirlo, lo tienes que visualizar antes. Y a mí hasta este año no me había pasado. Luego una cosa es imaginarlo y otra, que vaya a pasar. Que es muy difícil.
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