Ferrán Latorre (18 de octubre de 1970) completó en 2017 su reto de coronar los catorce ochomiles, dejando para el final el pico que le cambió la vida a los 13 años. «No es el Everest que había soñado escalar, pero es el que he ... podido». Habla de la masificación de la montaña, de sus ecosistemas. Lo logró con una filosofía prudente: 31 expediciones de las que 17 no terminaron en cumbre. Necesito cinco tentativas al Makalu y siete al Everest, la única que coronó con oxígeno. Acude a la Jornadas de Montaña de Segovia, una sierra que conoce por su infancia en Moralzarzal. Antes de poner el mundo a sus pies, aquel niño conoció Peñalara.
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–¿Qué se le ha perdido allá arriba?
–Lo que me atrae de la montaña es estar en un lugar salvaje, alejado de la civilización. La fuerza que tiene estar tan cerca de la naturaleza. Y tan solo.
–¿Es el alpinismo un ejercicio de egocentrismo?
–Lo puede ser, como cualquier actividad humana. Y todos tenemos algo de vanidad en la vida. Nos gusta hacer bien las cosas, que se nos valore. Todo tiene su medida y hay que encontrar la adecuada.
–¿Qué parte de sí mismo ha encontrado en la cima de un ochomil?
–Encuentras tus debilidades, te sientes como un ser muy débil. Y al mismo tiempo tus fortalezas, porque esas pequeñas fortalezas son las que te mantienen vivo. Es una actividad muy intensa. Por la fragilidad en la que estás, te lleva a conectar con la existencia porque estás en la línea entre la vida y la muerte. Sientes lo bestia que es existir, para mí tiene algo de trascendental.
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–¿Qué piensa cuando ve una cola de 200 personas en la antecima del Everest?
–Que es una pena, pero es inevitable y tampoco lo voy a criticar. Al final todo el mundo tiene derecho a subir al Everest. Sí que es una pena que se hayan comercializado tanto.
–¿Se ha quedado el capitalismo con los ochomiles?
–Sería muy bestia, pero sí que diría el negocio del turismo. Lo han acaparado porque no hay nadie que ponga límites. Es libre albedrío total y ahí se dan todas las perversiones posibles.
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–¿Hay que dejar que cada persona se juegue la vida o hay que limitar la libertad individual?
–Es una pregunta complicada de responder. Yo diría que no hay que limitarla, pero sí que pienso que en montañas como el Everest estaría bien que se pidiera un mínimo de currículo. Pasa en algunas carreras de montaña: tú no puedes hacer el Ultra Trail del Mont Blanc (171 kilómetros) sin haber hecho nada antes. Sería una manera de poner orden.
–¿Hace falta asumir más riesgos para mejorar el alpinismo?
–Sí. El alpinismo de alto nivel requiere de mayor riesgo, es la variable más determinante.
–¿Cómo recuerda a los amigos caídos?
–Con mucho cariño y como gente muy cercana. Siempre digo que la gente que se ha muerto a tu lado sigue contigo toda la vida. Tengo una imagen muy clara de ellos, recuerdo muy nítidamente su voz, su sonrisa…
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–¿Qué consejo daría a su yo adolescente?
–Le diría que no hiciera montaña (ríe). Es broma. Le diría que se forme más de lo que yo me formé porque es un deporte peligroso y cuando eres joven no te das cuenta. Y le diría que siga adelante, que no se ponga barreras.
–¿Qué distancia necesita la montaña por parte del ser humano?
–La montaña no nos necesita, nosotros sí que la necesitamos a ella. Es un equilibrio muy complicado; por un lado, queremos disfrutar de la montaña, pero eso significa obviamente afectar el entorno, no hay otra. Es un equilibrio que a mí me cuesta mucho resolver. De la misma manera que yo tengo derecho a ir a la montaña, lo tiene todo el planeta Tierra. Pero eso llevaría lugares a un estrés inviable. Sinceramente, no tengo solución para ello.
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–¿Es necesario poner cupos?
–Habrá que hacerlo.
–¿Qué piensa cuando ve una romería en el Aneto?
–Para mí es ambivalente. Por un lado, pienso: qué bien que haya tanta gente en la montaña, es una actividad muy saludable para todo el mundo. Por otro tengo una cierta nostalgia de cuando estábamos solos y disfrutábamos del paisaje. Pienso que todavía no es un problema, todavía, todavía, se puede aguantar. Hay muchas épocas en la que puedes ir solo al Aneto y encontrar momentos muy auténticos en la montaña.
–¿La muerte es un atractivo?
–No es un atractivo, pero es un elemento que está ahí y le da cierto misterio a nuestro deporte, cierto caché, cierto romanticismo.
–¿Cuál es el momento en el que más vivo se ha sentido?
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–Muchos. Pero es verdad que la llegada a la cumbre es el momento conceptualmente más bestia, digan lo que digan. El camino es lo importante, es verdad, pero la llegada a la cumbre es apoteósica.
–¿Por qué necesita el ser humano la cumbre?
–La cumbre es la verdad con uno mismo. Es el punto más alto. Y el punto más alto es el punto más alto. Luchas por llegar a ese punto y quieres vivir ese momento mágico.
–¿Cuál es el ochomil de su vida?
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–El Everest, la cumbre que soñé cuando era pequeño. El denostado Everest.
–¿Cuál ha sido su ochomil lejos de la montaña?
–Ser padre, claramente.
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