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Julio y Enrique muestran el diploma que acredita su rango dentro del mundo del judo. José C. Castillo
Catedráticos con doctorado sobre el tatami
Cinturones rojo y blanco

Catedráticos con doctorado sobre el tatami

Julio Cereijo (73 años) y Enrique Ortega (65), del club Parque Sport, son los únicos maestros de judo en Valladolid con el 7º y 8º DAN, respectivamente

Domingo, 22 de diciembre 2024, 12:08

Si la vida nos fuera colocando cinturones en función del grado de conocimiento que vamos adquiriendo, unos pocos seguirían vistiendo el amarillo con el paso de los años, unos cuantos más el naranja, un puñado más el marrón y muy poquitos el negro. Los elegidos en el mundo del judo, aquellos que catalogamos de maestros por la sabiduría que con el tiempo han ido almacenando en el disco duro, visten cinturón rojo y blanco.

Un distintivo que acredita grandes dosis de conocimiento, también muchos años, que está al alcance de muy pocos. En Valladolid, el 8º DAN solo de una persona, Enrique Ortega –tres si consideramos vallisoletanos a Alejandro Blanco y y Miriam Blasco–. Casos como Justo Herguedas y Pedro Riaguas, entre otros, sí tienen el 7º DAN.

A Julio Cereijo (73 años) y Enrique Ortega (65) les une un montón de cosas, son casi hermanos, pero principalmente el nexo común denominador que les mantiene juntos, casi siameses, es su pasión por el judo y el vínculo que tienen con el tatami desde hace cincuenta años. Uno empezó más joven que el otro, pero el tiempo les ha llevado de la mano a ir quemando etapas, subiendo escalones, hasta alcanzar el estatus reconocido en fechas pasadas en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria.

Julio se colgó el 7º DAN y Enrique el 8º. Y ambos han pasado a formar parte ya de un elenco de maestros muy reducido que les sitúa en la elite del judo nacional. Nadie más en Valladolid ha alcanzado dicha categoría, de lo que se deduce que nadie más tiene su conocimiento.

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Los dos, miembros del club Parque Sport, tienen frescos sus recuerdos sobre los orígenes como judocas de cinturón blanco.

«Empecé como todo, porque me apuntan mis padres en el colegio La Salle, y poco a poco con el paso de los años me fui enganchando. Luego ya como entrenador trasladando todo ese aprendizaje a un montón de alumnos», comenta Enrique Ortega, discípulo como tantos otros en Valladolid del maestro Segarra. Eran los años 70, y el judo disfrutaba de su adolescencia en España –en la gala de Las Palmas se celebró el 75 aniversario del judo en España–.

«En mi caso empecé en el año 72, en los sótanos de lo que es el edificio de sindicatos en la Plaza Madrid. Me llevó un amigo, fui por curiosidad y hasta hoy», apunta Julio Cereijo, también alumno de Segarra en tiempos en los que ser judoca era poco menos que una rara avis. Más de cincuenta años después, Julio llama a Enrique 'el último mohicano', y juntos trasladan todo el conocimiento adquirido a un nutrido grupo de alumnos de colegios y ayuntamientos de la provincia (Aldeamayor y Quintanilla). «Nosotros vemos el judo como una forma de vida y tratamos de cultivar ese estilo de vida en otras personas. Nuestra filosofía es más educativa y formativa que competitiva. El judo tiene unos valores como el respeto o el compañerismo que están muy por encima de la competición», señalan casi al unísono.

Los dos han tenido que ir adaptándose a los cambios y evolución que sufre el judo con el paso de los años y, sobre todo, los ciclos olímpicos.

«Han ido cambiando las normas, mucho más que el resto de deportes, en este caso para ser una competición mucho más visual y estética», apunta Enrique Ortega, que con los veteranos ha apostado más por la técnica que por la fuerza para mejorar los resultados y beneficios.

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