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Santi Hidalgo
Valladolid
Sábado, 7 de octubre 2023, 18:44
A Dominic le encanta el pollo. Lo come pocas veces como acompañamiento al arroz viudo y sempiterno. Tiene seis años y una sonrisa enorme de dientes blancos y radiantes que contrasta con su negra piel. Hace pocos meses se encontró con una sorpresa muy agradable en la Congregación de Salesianos en Kunkujang, a 45 km de Banjul, la capital de Gambia, donde acude regularmente. Unos jóvenes llegados de España están enseñándole cómo se juega al «¿bádminton?» Sí. Eso, bádminton. «Me divierte». Dominic siempre quiere estar en el equipo de los monitores. Son de Valladolid. «¿Dónde estará esa ciudad?». Dominic juega, canta, baila y vuelve a jugar. Lo haga bien o mal no le da vergüenza. Su mundo es ese. No conoce otras preocupaciones más allá de lo rico que está el pollo: «¿David, me lo das?», le dice en su particular inglés, con cara risueña… Imposible negárselo.
David es David Bocos y, junto a Marina Rodríguez y Ana Sanz, miembros del Club de Bádminton Valladolid, y la médica María Saenz se encaminaron el pasado mes de agosto hasta Gambia, en la costa oeste de África. En su club, con 160 federados, siempre habían querido «trascender el tema deportivo». Hacer algo que «de verdad valiese la pena», dicen. Y los acompañó la suerte. En Valladolid contactaron con la oenegé 'Caminos Cruzados' que, con los Salesianos, está realizando desde hace unos años su labor en esa zona de Gambia. Allí precisamente, una pista de bádminton esperaba a quien pudiese enseñar y practicar el deporte. Así se dieron las circunstancias para que los cuatro aterrizaran en el aeropuerto de Yundum después de planificar todo con un año de antelación.
El choque cultural no se hizo esperar. «Desde el momento en que llegas ves que todo es un poco caos. Nada que ver con cualquier ciudad europea. Es muy distinto. Te das cuenta rápido de que tienen otra mentalidad. Todo se soluciona. No hay por qué estresarse. No pasa nada, dicen. Ellos no saben de la tensión, las prisas… Las personas van a otro ritmo. Eso me costó entenderlo», dice David.
Durante 18 días, uno de sus objetivos iba a ser el fomento y desarrollo del bádminton en Gambia, pero había mucho más que eso. Prioritario era utilizar los 3.200 euros recaudados en donaciones de entidades cercanas al club. Lo primero era llevar el agua a la escuela cercana de Kachume. Tras el bien más necesario llegaron los pupitres, el material escolar (cuadernos, lápices, bolígrafos), los medicamentos y el equipamiento deportivo: 50 raquetas donadas por la federación española y la madrileña; 100 volantes, 20 redes, 250 camisetas, pero además 300 cepillos de dientes con los que acometer un taller de higiene bucodental que fue despacio, al ritmo de África, aunque acabó cuajando.
Tanto David como Ana y Marina son profesores. Ana, de inglés; Marina, de FP, ciencias y biología, y David de física y química, con lo que las mañanas se completaban con estas enseñanzas a los niños y no tan niños. Por si fuera poco, la médica María Sáez se pasaba todo el día atendiendo curas, cortes, heridas, y dolores. Casi 200 niños comenzaron a formarse, también en el bádminton en Kunkujang, a través de estos tres profesores vallisoletanos. A su lado, el pueblo entero terminó formando con ellos una gran familia que realizó un gran mural y se despidió de ellos con lágrimas en los ojos a su marcha.
Conscientes de que en poco más de dos semanas no puedes hacer grandes cosas (ni cambiar el mundo), otra de sus tareas fue contactar con la Federación de bádminton de Gambia. «Nos recibió el Comité Olímpico de allí como si fuésemos verdaderos campeones de unos Juegos. La intención era hablar de nuestro deporte e intentar crear allí una estructura con monitores, infraestructuras», dice David. Allí no conocen ni quién es Carolina Marín. «El bádminton en Gambia es un bebé», señala. Sin embargo, «hay interés por comenzar un proyecto». Desde esta escuela pequeñita, la idea es abarcar posteriormente a los colegios, al deporte base de todo ese pequeño país. De forma paralela, a los jugadores que destaquen poderlos derivar a centros de tecnificación, pistas cubiertas que sí existen en Serekunda («lo que pasa es que las utilizan de almacén») y finalmente, en unos cuantos años, quizás poder disputar una competición internacional contra su vecino Senegal. Las premisas de estos vallisoletanos amantes del bádminton pasan también por formar un director deportivo allí y que sea capaz de ahormar al resto de entrenadores y monitores.
Para ello, tras el viaje, el contacto es permanente a través del envío de contenidos audiovisuales con los que puedan mejorar los aspectos técnicos de este deporte. La demanda de material deportivo es una cosa ya más complicada porque el Club de Bádminton Valladolid tiene recursos limitados. «Realmente hemos puesto las ideas sobre la mesa, ni siquiera las bases. Queda mucho trabajo, pero regresaremos allí a continuar con ello», indica David.
Mientras, Dominic, su eterna sonrisa, y el resto de los niños juegan descalzos en la calle casi todas las horas del día al fútbol y al vóley, el caso es no parar quieto. Uno de los monitores, el guineano Rivaldo Mendy, es el que se ha quedado encargado de mantener el fuerte y la llama del bádminton. Él es el fontanero. El que arregla las cosas del poblado. Con escasa formación, pero con muchas ganas, ahora es además el entrenador de confianza de los vallisoletanos y con el que se comunican para enviar los videos y la información. Si esto sigue, suya será también parte del éxito.
Ana, David, Marina y María dejaron mucho en África. También se llevaron otro tanto en sus corazones. La forma de vivir y de pensar de los africanos: «Son felices con tan poco, mientras aquí nos quejamos por todo». Volverán.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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