santiago hidalgo chacel
Sábado, 22 de octubre 2016, 13:04
Esta es una historia de ilusión, de empeño y de creer en unos ideales. De «echarle ganas porque te gusta mucho», de fe y de trabajo sin mirar las horas invertidas. Y de tener muchos arrestos. La natación sincronizada no llegó a España hasta finales de 1940 y lo hizo a través de los ballets acuáticos y la denominada natación artística ornamental. En 1981 se celebró el primer campeonato de España de edad y en 1984, en Atlanta, este deporte se convertía en olímpico. Sin embargo, en Valladolid aún tuvo un renacer más lento. No fue hasta que uno de los auténticos promotores de la Federación de Natación, Ramiro Cerdá, encargó a dos jovencitas, Carmen Valle y Ana Casado, que pusieran esta modalidad en marcha. Ana era gimnasta de rítmica y Carmen, nadadora de velocidad y monitora. Ellas dos, con muy pocas mimbres, tiraron para adelante del proyecto. «Ramiro había visto en Palma de Mallorca que ya tenían natación sincronizada, así que decidió empezar aquí también junto al waterpolo. No teníamos ni idea... Ninguna de las dos habíamos hecho nunca sincro», dice Carmen. Sin embargo, la escuela comenzó a cuajar. No así el waterpolo.
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«Recuerdo que a las siete de la mañana empezábamos a entrenar y el primer día se nos presentaron chicas de nuestra edad», relata Carmen. Una visita a la Sincro Palma fue el inicio. «La Federación nos llevó para que nos enteráramos de algo y ya el primer año participamos en el campeonato de España por equipos». Todo ello antes del 6 de noviembre de 1987, cuando el Club Fabio Nelli de natación sincronizada veía la luz.
En este «largo camino», que arrancó también cuando el Ayuntamiento decidió apostar por el Plan Escolar de Natación, una actividad estrella en la que participaron todos los colegios públicos, fue muy importante ver y aprender, ver y aprender. «Como no teníamos una base, íbamos a los campeonatos y al mismo tiempo que competíamos, preguntábamos, observábamos. No te limitabas a entrenar y dirigir a las tuyas, sino a ver lo que hacían otros por abajo, por arriba, la técnica. También vinieron a la par los cursos reglamentarios», dice Carmen.
No pasó mucho tiempo. En 1988, Carolina Valcarce otorga el primer éxito al club vallisoletano. Una campeona nacional, oro en figuras, amén de otras medallas. El 24 de abril de ese mismo año Carmen dio a luz a su hija Laura. Antes, embarazada, iba en la furgoneta al lado de Ana y una prole de niñas a los campeonatos por diversos lugares de España y el mismo día 23 se encontraba preparando una exhibición con sus niñas para conmemorar la fiesta de la comunidad autónoma. A su marido, Javi, y a su amiga la nadadora Conchita Barrera les tocó hacer de suplentes obligados, llevando el material o marcando los tiempos haciendo sonar (picar) la escalera ante la ausencia de altavoces subacuáticos.
Así Laura mamó este deporte. «Con tres años me la llevaba a la piscina con manguitos. Por entonces ya entrábamos en un bar y ella hacía las posturas típicas. También a los campeonatos de España, donde, aunque era muy pequeña, no se aburría pese a pasar horas y horas en la piscina», señala Carmen Valle. Con grandes cualidades, Carmen tuvo que saber medir mucho para conducir a su hija sin que generara recelos entre sus compañeras de club. No siempre fue fácil. Pero la progresión de Laura fue impresionante. Si el primer año alevín se clasificó entre las veinticinco primeras, el segundo ya era novena, y el tercero, campeona de España. Y algo parecido en las categorías superiores. Todo ello, midiéndose a catalanas, madrileñas y a los criterios parciales de los árbitros. «No le han regalado nada», apuntala firme su madre.
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Su medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Pekín, como también el bronce en el Campeonato del Mundo de natación y el oro en el Campeonato de Europa fueron fruto de cuatro años de duro trabajo en Barcelona con Anna Tarrés, quien, curiosamente, estuvo un tiempo a las órdenes de Carmen cuando fue fugaz seleccionadora. Pero la implacable Tarrés, la misma que encumbró a la natación sincronizada española, por el camino también se cobró sus piezas. A Laura no le permitió ir al Consejo Superior de Deportes a recoger de manos del Rey la Medalla al Mérito Deportivo y eso fue la gota que colmó el vaso. Laura decidió volverse a su casa, no sin antes acudir acompañada de su familia a Madrid a por la medalla que sí que merecía. «Laura ha sido muy dura porque le gustaba, pero ha llorado mucho porque su entrenadora se las hizo pasar canutas», señala Carmen. Para ese momento, la natación sincronizada en la ciudad de Pisuerga ya estaba en la cresta de la ola debido a los méritos de la vallisoletana.
Actualmente, el Fabio Nelli cuenta con 69 ondinas, de las que la mitad participan en campeonatos de España. Es el único club de Castilla y León y el séptimo en la clasificación a nivel nacional, teniendo que pelear con los Centros de Tecnificación madrileños y catalanes. Cuenta con tres entrenadoras, la propia Carmen Valle, Cristina Tasende y la olímpica Laura López. Un grupo de trabajo, firme, peleón y responsable ante la gran exigencia que plantean a las nadadoras: «Nosotras entrenamos todos los días de lunes a sábado, dos horas y media o tres. Es muy complejo, dedicamos mucho tiempo porque hay que estar pendiente de muchas facetas, pero sin duda esto te engancha», dice Carmen.
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Ni los nervios, ni la responsabilidad de las niñas pueden ser obstáculo para lograr las metas, aunque a veces hay pequeñas que de hecho se derrumban. «Les pasa y hay que ponerse dura», dice Carmen, quien recuerda también las emociones infinitas que le ha dado este deporte, como cuando acudió junto a su familia y pudo contemplar nadar a su hija en los JJ OO de Pekín: «Lo más bonito es ver a mis nadadoras disfrutar, la exhibición de Navidad o de Ferias con las niñas ocupando todo el borde de la piscina en el desfile. Me emociona cuando nadan bien», dice Carmen y mientras, recordando, casi se le quiebra la voz.
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