Enrique Berzal
Miércoles, 17 de agosto 2016, 18:53
Una medalla de oro, cinco de plata y tres de bronce. Este es el medallero que atesora Valladolid en los Juegos Olímpicos desde que en 1920 estrenara participación en Amberes en la figura del entonces militar Domingo Rodríguez Somoza, experto tirador y uno de los personajes más curiosos de la primera mitad del siglo XX: hermano del también militar y especialista en tiro Juan Rodríguez Somoza, Domingo, cuya biografía desveló en este periódico su bisnieto José Ángel Bueno, participó en la guerra de Marruecos, abandonó el ejército en 1931, fue condenado a muerte durante la guerra civil por sus ideas progresistas y en 1946, una vez puesto en libertad, decidió cambiar las armas por las letras y abrir con sus dos hijos y una hija una librería y un quiosco de prensa. De hecho, sus hijos Domingo, José (Pepe Relieve) y Pablo (Blas Pajarero), promotores de la mítica librería Relieve, han sido un referente ineludible en la vida intelectual vallisoletana de la segunda mitad del siglo XX.
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Lo importante es que Domingo Rodríguez Somoza figura como pionero entre los 39 deportistas olímpicos cuya trayectoria ha recopilado José Miguel Ortega, cronista deportivo de la ciudad, en el libro La aventura olímpica vallisoletana, un grueso volumen de más de 400 páginas que verá la luz el próximo mes de diciembre, editado por el Ayuntamiento. Entre todos ellos destacan, sin duda, los nueve medallistas que ha dado esta ciudad en las diferentes citas olímpicas: el hispano-suizo nacido en la Casa Mantilla Adolfo Mengotti, medalla de plata en fútbol en París 1924, compitiendo con la selección Suiza; Marcelino Gavilán y Ponce de León, plata en equitación en Londres 1948; Ángel León Gozalo, plata en pistola libre 50 metros en Helsinki 1952; José Luis Llorente, plata en baloncesto en Los Ángeles 1984; Narciso Suárez Amador, bronce en piragüismo en aguas tranquilas en Los Ángeles 1984; Miriam Blasco, oro en yudo en Barcelona 1992; Raúl González y Fernando Hernández Casado, ambos bronce en balonmano en Atlanta 1996, y Laura López Valle, plata en natación sincronizada con el equipo español en Pekín 2008.
Una de las trayectorias olímpicas más singulares la protagonizó Ángel León Gozalo, nacido en Villalón de Campos el 2 de octubre de 1907 y uno de los mejores tiradores de la historia de nuestro país, cuyos inicios en la especialidad aparecen relacionados, precisamente, con el citado pionero Domingo Rodríguez Somoza. Y es que su afición al tiro nació a raíz de la influencia de Juan Rodríguez Somoza, hermano de Domingo y sargento del Regimiento de Infantería, donde Ángel cumplía el servicio militar. Este tenía entonces 20 años, era aficionado a la pesca desde los 9 y antes de decantarse por el tiro había practicado con éxito pruebas de atletismo.
Su brillante palmarés comenzó a engrosarse después de ingresar en el Cuerpo de Policía, donde fue comisario y profesor de la Escuela General de Armas, Tiro y Explosivos. Destinado en Vitoria en 1932, comenzó a participar en diversas pruebas por la geografía española hasta el estallido de la guerra civil, que le sorprendió residiendo ya en Madrid. Apresado ese día, 18 de julio de 1936, por un pelotón de milicianos, aprovechó un descuido de sus captores para huir y acogerse a la protección de una comisaría, hábil peripecia que le libró de una muerte segura.
En 1944, después de un periodo de inactividad, regresó a lo más alto del tiro nacional. Enseguida se hizo con el liderato en los campeonatos de España en las modalidades de arma corta de guerra, fusil, pistola de velocidad y pistola libre, lo que le llevó a ser seleccionado para los Juegos Olímpicos de Londres 1948. Aunque, según su propio testimonio, compitió con «un arma del pasado siglo» que contrastaba con las más modernas de sus contrincantes, obtuvo la sexta plaza con 532 puntos, un excelente resultado. Al año siguiente se hizo con el oro en pistola libre a 50 metros en el Campeonato del Mundo de Buenos Aires y en 1951 ganó los Juegos del Mediterráneo celebrados en Alejandría. Ya entonces, como señala José Miguel Ortega, Ángel León era todo un ídolo nacional.
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Al Mundial de Oslo de 1952, preludio de los Juegos Olímpicos de Helsinki, acudió con la única ayuda federativa del billete de avión y 3.000 pesetas para la estancia y manutención; aun así, quedó tercero en pistola libre a 50 metros y cuarto en arma corta de gran calibre. De hecho, en los Juegos de Helsinki figuraba como uno de los favoritos para hacerse con el oro en su especialidad, y si finalmente quedó segundo, con 550 puntos, a solo tres del norteamericano Leo Brenner, se debió en gran medida al fuerte viento que azotaba al polígono de tiro de Malmi y, sobre todo, a un percance de última hora: «Rompí el gatillo de mi arma hace dos días y tuve que comprar una nueva, suiza, para participar en esta competición olímpica», explicaba él mismo a El Norte de Castilla. Las 15.000 pesetas que costaba el arma, cifra desorbitada para la época, las tuvo que pagar de su propio bolsillo.
Por si fuera poco, su regreso a España, nada más culminar la gesta olímpica, no pudo provocarle mayor decepción. La anécdota es significativa: «Recuerdo con tristeza el regreso a Madrid, la llegada a Barajas. Cuando el avión empezó a descender descubrí que en el aeropuerto había un gentío masivo flameando banderas y pancartas. Me pareció lo más natural que aquellas veinte mil personas hubiesen acudido a dar feliz bienvenida al primer deportista español ganador de una medalla de plata olímpica. Pero no; a mí no me esperaban más que mi mujer, el doctor Muela y su esposa. Los demás habían acudido a recibir al equipo de fútbol del Real Madrid, que llegaba al mismo tiempo, de Caracas, en donde había conquistado la pequeña Copa del Mundo».
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Medalla donada
Lo más destacable es que Angel León no conservó durante mucho tiempo la medalla de plata ganada en Helsinki en 1952: cinco años después, conmovido por los destrozos causados por las riadas en el Levante español, decidió donarla a la subasta organizada por Radio Juventud de Murcia para socorrer a las víctimas: «A los cinco minutos, cuando las ofertas llegaban a las 18.500 pesetas, hubo una llamada telefónica de la Dirección General de Policía pidiendo que retirasen la medalla de la subasta para destinarla al Museo de la Escuela General. Y en él se encuentra ahora», recordaba el vallisoletano en una entrevista concedida meses antes de su fallecimiento. No fue éste, empero, su único gesto solidario, pues también regaló otros trofeos a su paisana de Villalón María Teresa Herreras, campeona olímpica de natación para disminuidos físicos.
Récord nacional y mundial en 1953 con 573 puntos aunque este último no homologado, entre febrero y abril de ese mismo año difundió su experiencia y saber en Caracas, La Habana, San Juan de Puerto Rico y Nueva York. Aunque favorito para el oro en los Juegos de Melbourne 56, no pudo acudir debido al boicot de España y otros países a la Unión Soviética, que un mes antes de la cita olímpica año invadió Hungría para atajar a sangre y fuego la disidencia socialista impulsada contra las políticas impuestas pr la URSS. La última participación de Ángel León en unos Juegos, en Roma en 1960, se saldó con 537 puntos y la decimosexta posición. Se retiró definitivamente en 1964, después de un rosario de desavenencias con la Federación: «Llevo retirado desde 1964 en que la Federación Española, culminando la actuación de anteriores directivas, me trató a puntapié limpio por entender ese era el pretexto que yo era viejo. Y eso a pesar de que tres meses antes de la Olimpiada de Tokio superaba la marca mínima en competición internacional para clasificarme como olímpico, cosa que por todos los medios trataron de evitar», confesaba en una entrevista a El Norte de Castilla. A esas alturas, Ángel León atesoraba un palmarés impresionante: había sido 34 veces campeón de España en diferentes modalidades, dos veces campeón del Mundo, una de Europa, había conquistado tres Juegos del Mediterráneo (Alejandría, Barcelona y Beirut) y siete Copas Latinas.
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Dedicado desde entonces a la pesca, su verdadera pasión, cultivó también la literatura y la pintura. Sus últimos años los pasó en la localidad alicantina de Torrevieja, internado en la Residencia de Jubilados de la Mutualidad de Ahorro y Previsión. Desde allí, gravemente enfermo, fue trasladado a Madrid, donde falleció el 10 de agosto de 1979. En sus últimas entrevistas solía quejarse de la marginación que sufrían deportes minoritarios como el tiro, «deportes que no dan espectáculo y suponen por añadidura un hecho económico». Señalaba que «mientras el fútbol absorba las energías deportivas vitales de España, sin prestar atención a los deportistas que las necesitan como expansión y exigencia personales propias, no puede haber deporte ni aliciente para practicarlo», y proponía la creación de «un Ministerio de Deporte con presupuesto suficiente para la creación de un gimnasio, pistas de atletismo, piscinas, campos de tiro y en general pistas polideportivas por todo el país y a todo nivel».
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