Thiago Braz Da Silva, el último discípulo de Vasily Petrov.
Opinión

El gran gurú

Jon Agiriano

Martes, 16 de agosto 2016, 18:49

No suelen tener mucho protagonismo los técnicos de los grandes deportes olímpicos. Eso queda básicamente para los entrenadores de fútbol, que si no construyen un personaje mediático más o menos solvente tienen menos futuro que este cronista en el salto con pértiga. Y elijo este deporte porque de él quería hablarles. En concreto, de un señor de 78 años, nacido en Donestsk, que lo sabe todo acerca de él. Vasily Petrov es el dueño del secreto del salto con pértiga, el gran gurú bajo cuya sombra crecieron los dos grandes mitos de la especialidad, Sergei Bubka y Elena Isinbayeva.

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Su último discípulo ha sido Thiago Braz Da Silva, el nuevo héroe de Brasil tras protagonizar la noche del lunes una de las mayores sorpresas de los Juegos al batir al intocable Renaud Lavillenie, recórdman del mundo y campeón en Londres 2012. Nadie discutía el dominio del pertiguista francés, un saltador prodigioso que hace dos años batió en Donetsk -precisamente en Donestsk- el legendario récord de Sergei Bubka, los 6,15 que nadie había superado desde el 21 de febrero de 1993. En principio, el objetivo de Thiago Braz da Silva en Río no era otro que subir al podio. Lavillenie estaba en otra galaxia.

Fue curioso observar la relación entre Petrov y Thiago durante la prueba. Después de casa salto, el atleta se acercaba a su técnico, que estaba sentado en la primera fila de la grada, y le daba explicaciones. Enfundado en su gorra, el ucraniano permanecía inmutable, con esa quietud de quien parece haberlo visto todo y ya nada puede sorprenderle. Mientras a su alrededor los familiares y amigos del saltador de Marilia se agitaban nerviosos, él apenas hacía un pequeño gesto de comprensión después de escuchar a su pupilo. Cuando falló su primer salto sobre 5.75, consciente de su error, el chaval le pidió disculpas. Lo hizo casi sonriendo. Su gesto recordaba al del niño que, después de una trastada, le dice a su padre comprensivo y cariñoso que no lo volverá a hacer.

Lo cierto es que Vasily Petrov, el hombre que revolucionó la pértiga retardando el movimiento de las piernas del saltador para que pueda desplegar más energía cuando sufre el efecto de retroceso que se produce en el momento de doblarlas, es un poco el padre adoptivo de Thiago. El joven atleta se presentó en 2014 en su Academia de Furmia (Italia) para pedirle que fuera su técnico. El ucraniano, que trabajaba entonces con la brasileña Fabiana Murer, a la que había hecho campeona mundial, aceptó. No es fácil que lo haga. Sabe que le buscan como en los años sesenta algunos buscaban en la India a su guía espiritual y sólo escoge a unos pocos privilegiados. Thiago Braz Da Silva fue uno de ellos. Dos años antes, se había proclamado campeón del mundo junior y tenía unas grandes condiciones.

Es fácil imaginar que Petrov acariciara el deseo de una bella venganza deportiva. Lavillenie era un reto para él. Como también lo era Thiago. A Bubka lo modeló a su antojo desde que era un niño. A Isinbayeva, en cambio, empezó a dirigirla en 2015, cuando ya era una campeona pero entró en una grave crisis de resultados. Al brasileño había que catapultarle desde sus prometedores 20 años. La relación pronto dio sus frutos. En 2015, el saltador de Marilia estableció en Bakú su mejor marca personal: 5.92 metros. Los plazos se iban cumpliendo. Lavillenie, sin embargo, seguía lejos.

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La hora prevista para la venganza no eran estos Juegos. Quizá por ello, Petrov observó la prueba con una cierta distancia, como si en realidad estuviera pensando más en el futuro que en el presente. Cuando su pupilo saltó 5,93 y aseguró la medalla, apenas hizo un gesto de asentimiento. El mismo que cuando el estadounidense Kendricks no pasó los 5,93 y su discípulo se garantizó la plata. Renaud Lavillenie, impecable en todos sus saltos, se elevó por encima de 5,98. Nadie podía discutirle el oro. El brasileño falló sobre esa altura y pidió 6,03. El francés falló sus dos primeros intentos y Thiago pasó por debajo del listón en su primero. Sólo le quedaba un salto y parecía una misión imposible. Fue entonces cuando el nuevo ídolo de Brasil voló más alto que nunca, tan alto que Vasily Petrov, entonces sí, saltó de alegría y se puso a dar abrazos a todo el mundo, feliz como en los viejos tiempos de Sergei Bubka.

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