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El anuncio de la creación de una Superliga Europea de fútbol formada por veinte clubes (de los que, hasta ahora, solo se conoce el nombre de los doce primeros fundadores) ha levantado comparaciones con el formato con ligas profesionales estadounidenses como la NBA. Con el proyecto de la Superliga apenas esbozado, los parecidos son pocos y las diferencias, muchas.
-Dos conferencias. La NBA la disputan actualmente treinta franquicias, todas radicadas en Estados Unidos, salvo una: los Toronto Raptors canadienses. Los equipos están divididos en las conferencias Este y Oeste, algo parecido a lo que prevé la Superliga Europea. Sin embargo, ahí acaban las similitudes: en la anunciada competición futbolística, los veinte clubes formarían dos grupos de diez para jugar entre ellos partidos de ida y vuelta. Los tres primeros de cada grupo se clasificarían directamente para los cuartos de final. Los equipos que acabasen en cuarta y quinta posición disputarían un play-off adicional a doble partido. Con ocho equipos clasificados, los playoffs se jugarían a doble partido hasta la final, que sería a partido único. En la NBA, el modelo de competición habitual permite que los equipos de las distintas conferencias sí jueguen entre ellos dos partidos durante la temporada regular hasta alcanzar los playoffs.. En la Superliga, por lo anunciado, los equipos de diferentes grupos no se verían las caras hasta la fase de eliminatorias.
-Liga semicerrada. La NBA es una competición cerrada, sin ascensos ni descensos, algo que no se estila en el deporte estadounidense. Esto resta pasión, pero ofrece seguridad a todas franquicias, que no están expuestas a verse arrojadas a una división inferior. La Superliga, en cambio, propone un modelo mixto: hay quince equipos que jugarían la nueva competición sí o sí, pero otros cinco cambiarían año tras año. Los ingleses Manchester United, Liverpool, Arsenal, Manchester City, Chelsea y Tottenham; los italianos Juventus, Inter de Milán y Milan; los españoles Real Madrid, Barcelona y Atlético de Madrid; y otros tres clubes por definir tendrían siempre plaza fija en esta competición. Otros cinco se clasificarían cada campaña «sobre la base del rendimiento de la temporada anterior», según el vago comunicado de los fundadores de la Superliga, una situación que crearía diferencias todos los años. Los miembros permanentes tendrían acceso siempre a los beneficios comerciales, algo que no sucedería con los equipos rotatorios. En la NBA las treinta franquicias son fijas y solo mediante una ampliación consensuada puede ampliarse su número, pero siempre con las mismas condiciones para todos.
-Sin factores de corrección. En ligas como la NBA o la NFL una franquicia puede pasar de aparecer como la peor de la competición a luchar por el título en pocas temporadas. El 'draft' funciona como un factor de corrección para igualar el nivel competitivo: los equipos con peor balance de victorias-derrotas tienen la opción de elegir a los mejores talentos del baloncesto universitario (NCAA) o de ligas internacionales. Con estas incorporaciones de futuras superestrellas (o de sus derechos), las franquicias pueden armar proyectos ganadores. Hay múltiples ejemplos, pero uno de los más claros es el de Michael Jordan con los Chicago Bulls. Jordan fue elegido en el número 3 del draft en el año 1984 y, con él como piedra angular, Chicago ganó seis títulos en la década de los noventa. En la Superliga no existiría un factor de corrección como el que ofrece el 'draft' para equilibrar las diferencias.
-El límite salarial. La NBA impone un tope de gasto igual a todas las franquicias (salary cap) para garantizar la competitividad. Este límite impide que los dueños de los equipos tiren la casa por la ventana con los contratos, aunque hay varios supuestos que permiten superarlo, por ejemplo a la hora de firmar a los 'rookies' (novatos) elegidos en el 'draft' (aunque se fija un máximo sobre las cantidades que pueden ganar los jugadores de primer año) o en las renovaciones de contratos, entre otras excepciones muy detalladas. Para corregir el desequilibrio que acaba generando, hay más controles, como el denominado 'luxury tax' (impuesto de lujo), que se paga cuando se supera el límite impuesto. En la Superliga Europea, para empezar, los clubes fundadores se repartirían 3.525 millones de euros (en principio para «inversiones en infraestructuras deportivas») como compensación a la adopción de «un marco de gasto», lo que supondría un enriquecimiento muy rápido, que sería aún mayor con los ingresos televisivos. La Superliga de fútbol contempla «pagos de solidaridad» para las ligas domésticas, así como federaciones y otros clubes, aún por detallar, pero siempre controlados por los miembros fundadores.
El modelo de la anunciada y polémica Superliga de fútbol se asemeja más a la Euroliga de baloncesto, que se originó al margen de la oficialista FIBA en la temporada 2000-2001 (con la consiguiente escisión del baloncesto continental) y que ha ido deviniendo en un modelo semicerrado, con once clubes que poseen la denominada licencia A, que les permite asegurar su participación todos los años. El nuevo reparto de dividendos (basado en un porcentaje mayor en el valor de mercado de los participantes) amenaza ahora con crear un nuevo cisma, esta vez dentro de la propia Euroliga.
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