Cuando Luis Enrique fue destituido tras caer ante Marruecos en octavos de final del Mundial de Catar y Rubiales apostó por De la Fuente, quien más y quien menos vaticinaba un descenso a los infiernos de la selección española absoluta. Más si cabe al tener ... en consideración el marasmo en la Federación. Se marchaba un líder, polémico pero mediático, y llegaba un especialista en el fútbol base sin recorrido en la élite de los entrenadores.
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Pero hete aquí que el preparador riojano urdió una revolución silenciosa que enamoró a sus futbolistas, la mayoría conocidos en categorías inferiores pero sin gran calado internacional, forjó una gran familia y enganchó a un país. Desde la normalidad, con el foco puesto en sus futbolistas y sin desgastarse en batallitas con la prensa, De la Fuente transformó en un entorno modélico el escenario de una selección que recogió con las brasas aún humeantes.
Pese al éxito en la Liga de Naciones, la nueva España del religioso estratega de Haro aterrizó en Alemania sin haber establecido aún una gran conexión con los aficionados y con el cartel de favorito descolgado. Hasta la UEFA no incluyó a jugador alguno de La Roja en el cartel promocional de la Eurocopa. Pero lo que comenzó en Berlín con más interrogantes que certezas derivó en el cuarto entorchado continental de España, primera selección capaz de coronarse ganando, además, todos los partidos.
De la Fuente, considerado con cierto desprecio un 'curilla' por algunos o un vigoréxico veterano de gimnasio por otros, cimentó el éxito a partir de unos principios innegociables. Llevaba siete años con triunfos en las selecciones inferiores y desde esa base edificó la absoluta. Fuera jugadores tóxicos, aquellos que con su sola presencia generan controversia y enrarecen el ambiente. En su primera conferencia de prensa, tuvo que responder numerosas preguntas sobre la ausencia de Sergio Ramos. Luis agradecidó la labor del sevillano, pero dejó claro que comenzaba otra etapa. Nacionalizó a Le Normand, dio galones a Laporte y se ganó la animadversión de algunos medios de Madrid, que le acusaban de «no haber empatado con nadie» y de «no tener currículum internacional». Pero se mantuvo imperturbable.
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Resulta que la selección se democratizó con menos peso de jugadores de los dos grandes, toda vez que la mayoría de los chavales en los que confiaba desde la sub-19 no vestían de blanco ni de azulgrana. Tipos como Unai Simón, Mikel Merino, Ferran Torres, Dani Olmo, Fabián y sobre todo Rodri Hernández, se convirtieron en indiscutibles. Desoyó también las críticas de la prensa catalana cuando prescindió de Cubarsí para la Eurocopa y el joven central del Barça triunfó con Santi Denia en la selección olímpica.
Aparcó el tiqui-taca para apostar por un juego más vertical apoyado en dos jóvenes inexpertos en el ámbito internacional como Lamine Yamal y Nico Williams, a la postre determinantes en el campo y amigos fuera, dos niños felices jugando a piedra, papel y tijera. Dotó a la selección de un catálogo más amplio y decidió concentrarse para el Europeo en un lugar alejado del ruido y de las sedes que ofrecía el comité organizador. Cuando visitó por primera vez el cuartel general, en la Selva Negra había casi medio metro de nieve. Una vez allí, abrió el vestuario a la prensa, permitió un sinfín de entrevistas personalizadas y fue sofocando los incendios con naturalidad. Pleno apoyo al capitán Álvaro Morata en tiempos de bajón mental para el capitán.
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Defiende a ultranza a sus jugadores, a los que define sin ambages como los mejores del mundo, apuesta por un liderazgo compartido y en los últimos tiempos se atreve a sacar la patita para reivindicar también su figura y un contrato acorde a sus resultados. Ha confeccionado una España de autor, campeona en Europa y clasificada entre las ocho mejores para intentar repetir éxito en la Liga de Naciones. Sobre todo, ña afición mira con inusitada expectación ya el Mundial de 2026 en Estados Unidos, México y Canadá.
Ilusiones renovadas y fundamentadas porque hay una selección joven, pero sobradamente preparada, que superó con matrícula de honor su carrera de obstáculos en la Eurocopa. Un camino recto, pese a unos rivales sinuosos. A la plácida victoria ante Croacia en el estreno le siguió un baño a Italia que convirtió en un trámite el pleito ante Albania. Ya en los cruces, la voluntariosa Georgia amenazó con repetir dramas del pasado al anotar un gol casi de la nada y pertrecharse en su trinchera. Pero España logró generar espacios y acabó goleando a la tropa de Kvaratskhelia.
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En cuartos, palabras mayores. La Roja sacó lo mejor de sí para tumbar a una gran Alemania en el infierno de Stuttgart. Ya en semifinales, el que explotó ante la Francia de Mbappé fue Lamine con un zurdazo que selló el boleto para la final. Lo mejor aún estaba por llegar.
Brillo radiante de una España de extremos, puñales por derecha con Lamine y Carvajal, hoy lesionado de larga duración, y Nico y Cucurella por la izquierda. Cuando el desequilibrio por los costados no basta, emergen figuras como Dani Olmo, que comenzó La Eurocopa por detrás de Pedri, pero tras la lesión del tinerfeño acabó como máximo artillero de España. Si no, siempre queda el recurso de Mikel Oyarzabal, en lugar del infatigable Morata, para tocar el cielo de Berlín cuando la final ante Inglaterra parecía abocada a la prórroga. España tiene presente y un futuro extraordinario. Motivos para soñar con la mirada ya en el Mundial de 2026.
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