Martinho saca la rebeldía del Tordesillas

Ahí estaba dando guerra antes del partido y ahí seguía al terminar. Y seguirá, al menos hasta el martes, regando Las Salinas que, añádase también, de borrascas sabe un rato. Quizás por esa experiencia el césped drenó mejor de lo habitual. Quizás por esa veteranía, los rojiblancos se llevaron el gato al agua, nunca mejor dicho.

El partido estaba para encarar, pero sobre todo para acertar. De lo primero se hartó Dani Díez en una primera parte donde fue el gran protagonista (con el permiso de un excelso Bonilla), pero de lo segundo se encargó Samu en la jugada más limpia del partido. A falta de doce minutos para el final pisó el área y, tras ganar la partida al defensor, cayó derribado. Penalti al canto y la bola, al experto.

Y Villa no defraudó. Engañó al portero y desató la locura en Las Salinas. Como en los viejos tiempos. Los de la épica; los de la recompensa a 90 minutos picando piedra. Vaya si se picó.

Conste que el Tordesillas mereció marcar mucho antes. Hizo méritos suficientes para irse al descanso con ventaja. La más clara, la de Dani. La idea, tan recurrente como obvia en un escenario tal, era buscar continuamente el espacio por el costado izquierdo con un extremo tan veloz. En las dos primeras incurrió en fuera de juego (al menos así fue para la vista de lince del asistente), pero a la tercera fue la vencida.

Quien se venció fue el portero, muy pronto, y Dani se tomó quizás demasiado tiempo para marcar, lo justo para que llegara el central a despejarla a córner. Sus compañeros le pidieron paciencia, que se agotó en el descanso, pues fue sustituido. Las otras dos grandes oportunidades las tuvo Manja en sendas faltas directas (especialista oficial) que sacó el guardameta.

Con el descanso, cambio de fichas. Samu y Popi al pasto (en este caso no es una forma de hablar) para meter revoluciones a un choque que, desgraciadamente, las iba perdiendo. Contribuía un árbitro empeñado en pitar todo lo que era pitable y un poco más, y si ya se antojaba difícil jugar, con las interrupciones más todavía.

Cada minuto más era uno menos para quien iba a por el triunfo (el Mirandés B no se asomó ni a dar las buenas tardes a Farolo). Marchena sacó todo lo que tenía, pasó a defensa de tres para terminar de mover el árbol en un segundo acto que solo ofreció disparos mansos desde lejos, saques de esquina por doquier y algún amago de internada que moría antes de la orilla.

Hasta que le cayó a Samu. Hasta que marcó Villa. Hasta que el árbitro pitó un final que se alargó hasta el 98, con un diluvio que, aunque cueste creerlo, iba in crescendo, y que convirtió en más épico un descuento demencial. Con tangana incluida, pues el Torde, no se asusten, mostró hasta un extra de picardía. Así que los rojiblancos, segundos. Un poco más asentados tras el enésimo pinchazo de la Arandina. Con Martinho presente, reapareció el equipo que osa a rebelarse pese a los continuos golpes. Nueve finales.