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Un muñeco de trapo en manos de un niño caprichoso. Eso es lo que ha parecido la Gimnástica Segoviana en Pontevedra este sábado, en un partido que quizá no era de los suyos, en un campo en el que nunca se hubiera pensado que se podía rascar. Al final, quizá ahí está el error, que donde se podía, debía y estaba hasta casi predestinado que se podía ganar, no se hizo. Y el tiempo pasa, el soldado se ha lanzado del avión, el paracaídas se tenía que haber abierto 500 metros atrás y da la impresión de que todo va a terminar con un golpe de realidad contra el suelo.
Cuando en los últimos encuentros el equipo de Manu González había mostrado cierta solidez defensiva, en treinta segundos se desintegró todo en la primera vez que Mansour cedió su espalda a Rufo y le agarró del hombro en la frontal del área. Tarjeta, falta, primera parada de Carmona. Mala puesta en escena, malas sensaciones de entrada. Una cosa es tener mala mano y otra jugar con las cartas de cara a los rivales. Cuando parecía que el planteamiento pasaba, sin estar Cidoncha, por jugar con Juan de la Mata de entrada porque si en Pasarón el equipo tampoco iba a tener la pelota, no quedan campos en los que pueda hacerlo, se encontró con un campo no perfecto, sino encharcado en ciertas zonas. El caso es que daba igual, porque el equipo iba a pisar área una vez en toda la primera parte.
Esa vez, cierto es también, pudo ser decisiva. Quién si no Álex Conde, el único junto a Javi Borrego que entendió por dónde pasaba el partido, conduciendo desde la derecha hacia el medio y filtrando para Rafa Llorente. La suerte quiso que los centrales actuasen como las manecillas de una máquina de bolas, la pelota tocó en ambos y dejó al madrileño absolutamente solo frente a Cacharrón. El remate, mordido, picudo y malo, ni siquiera cogió portería.
En la punta, Llorente mostró ramalazos de velocidad y atrevimiento, pero nulo acierto. Al contrario que esa dupla Conde-Borrego, que están mostrándose muy por encima del nivel del resto del equipo. Ellos tuvieron otro fogonazo de cierto peligro antes de que llegasen, otra vez, como en la ida, los diez minutos mágicos del Pontevedra.
Un pase metió Yelko Pino desde el centro del campo sin oposición. Un pase para la carrera de Alberto Rubio a la espalda de los defensas que, acompañada de la salida timorata de Carmona, terminaba en un penalti que ni ánimo había de discutir, porque no se podía. Brais Abelenda, otro jugador de categoría superior que no había aparecido, marcaba en su primer contacto con la pelota. El segundo, nueve minutos más tarde, fue de cabeza. Estaba solo, en el primer palo en el pico del área pequeña y su remate, en parábola hacia el segundo, fue un golazo. Pero estaba solo. Mal defendido. Y era el quinto córner de la primera parte. Doce terminaría sacando el equipo gallego.
Un disparo algo desviado de Rubén pondría el punto y final a una primera parte que terminaba con dos goles en contra, dos tarjetas que sentenciarían para la segunda parte a Mansour y a Manu y caras muy largas que seguían miradas al vacío y ciertos reproches al aire, no se sabe si al compañero o hacia dentro.
En la segunda mitad entraron Rui en la línea defensiva, Juan de la Mata en el medio y Rahim sustituyendo a Rubén. Cambios que buscaban espíritu, balón y mayor mordiente ofensiva. De la Mata, que había debutado en Pontevedra con la camiseta gimnástica, sería el encargado de sacar la pelota entre los centrales. Los laterales se convertían en extremos en ataque; Rafa Llorente se pasaba a la banda izquierda y la dupla del ataque la conformaban Arribas y Borrego.
Hubo arrestos, hubo cierta personalidad, buenos fundamentos con el balón y alguna que otra subida de cierto peligro. No obstante, la reacción fue como la de la gaseosa agitada. En cuanto se abrió el tapón se desbordó por unos instantes y se fue aguando, perdiendo las burbujas, en unos diez minutos, más o menos. Y en ese tiempo de dominio, ni una sola ocasión. Ni un solo balón al área.
El Pontevedra no se inquietaba y permanecía, bien pertrechado, agazapado viendo pasar las piedras del tirachinas gimnástico por encima. Poco a poco se iría levantando, confiado en que hicieran lo que hicieran los segovianos, no iban a marcar. La mejor oportunidad iba a llegar en el minuto 70. Una acción capturada por Rafa Llorente, perseverante en el ataque a los espacios, iba a ir filtrándose hasta acabar en la espalda de los centrales gallegos donde aparecía Javi Borrego. Su remate con la diestra a media altura lo iba a sacar Cacharrón con la mano y la cadera. Como a Adeva en el campo del Ceares.
Los remates gimnásticos, cuando llegan, no muerden; no dejan cicatriz. Pasó igual con otra acción de Rafa Llorente que llegaba para Nanclares en el área. El vallecano no quiso pegar, tocó de tacón para Borrego y a este también le dio alergia el control.
La última burbuja iba a llegar a balón parado. De nuevo Rafa Llorente iba a sacar una falta escorada a la derecha. El centro del Nanclares terminaría con un remate de cabeza del chaval de Las Rozas que se iría abombando hasta acabar en el larguero. En la acción siguiente, Rufo capturaba una pelota en tres cuartos de cancha con ventaja y entre Javi Marcos y Borao. En la carrera, abriéndose a la izquierda, iba a superar a todos sus perseguidores y, mirando de reojo hacia la derecha, picaría la bola con la zurda, por encima de Carmona, al palo contrario. La definición, lo que no tiene la 'Sego'. El Pontevedra tendría dos ocasiones en la segunda parte: una de Yelko Pino se iría arriba y la segunda cerraría el partido.
Una puñalada más en el muñeco de trapo, achacoso, que es la Gimnástica. Se le sale el relleno, porque aunque se puede asumir que en Pasarón hay que roer mucho para rascar chicha, los rivales suman y los segovianos se hunden. Y de fondo suena, apesadumbrada, la orquesta del Titanic, tocando un tema lento que dice en la letra que hay que agarrarse a los partidos de casa. Aunque el visitante, el domingo que viene, sea el mismísimo Compostela. Queda lo que queda.
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