El Mundial se debate entre amagos de rebelión y mordazas, entre brazaletes y la interminable batalla que pone los guantes a los valores y al dinero. Es muy tarde para el quejío. Las decisiones eran antes. El show, al final, lo devora todo. El relato ... va y viene en función de las circunstancias y el rigor de las realidades de cada uno. Cuando el balón cruza la última línea, la moral se va por el desagüe. Es la vida, el pulso entre lo correcto y lo políticamente aseado. Y en medio este universo de crispación, el fútbol exhibió su lado más humano en la primera jornada. Lo hizo Jack Grealish. El delantero británico embocó la sexta diana de Inglaterra contra Irán y cumplió su promesa. Abrió los brazos y danzó al son que le pidió Finlay, un niño de once años con parálisis cerebral al que Grealish visitó antes de ir a la Copa del Mundo. El baile de la ola. Así lo bautizaron. La ola de la solidaridad diría yo.
El gesto del futbolista inglés reconcilia al deporte rey con su vertiente más humana. En un mundo donde la vida es un trampantojo efímero, reconforta ver que las estrellas también tienen corazón. Es habitual contemplar a los millonetis del balón bajarse del bus con la cabeza escondida detrás de dos auriculares estratosféricos, con la mirada clavada en el infinito y la gallardía mal entendida, para menor gloria de los hinchas que persiguen un simple gesto de complicidad, una foto o una firma para dormir a pierna suelta o no pegar ojo. La ola de Grealish representa un ejemplo muy claro de lo fácil que es bajar a la tierra y convertir al fútbol en la mejor terapia. Tan fácil como eso.
'Para ti, Finley'. Grealish subió el vídeo de la celebración a sus redes sociales y matizó la dedicatoria, por si quedaba alguna duda. La hermana de Finley, Hollie, también tiene parálisis cerebral. Cuando nació, los médicos escribieron los peores pronósticos, no podría hablar ni andar. Su espíritu de superación y su tesón han quebrado las predicciones de los galenos. Hoy, se comunica verbalmente y camina, lo que demuestra que el querer se sube a la chepa del poder en más ocasiones de las que nos imaginamos.
El fútbol, a veces, se sitúa en las antípodas de la sensibilidad. Las estrellas no son capaces de aterrizar el glamour y convertirlo en humanidad, aunque en algunos casos todo se cuece en la trastienda. Cristiano Ronaldo, por ejemplo, esconde un rincón solidario detrás de esa ambición desmedida que hace que se vaya del césped reclamando como propio un tanto de Bruno Fernandes, aun siendo consciente de que el balón no había rozado su testa. Este afán por seguir ensanchando su leyenda contrasta con la multitud de acciones benéficas que realiza detrás de los focos. Como CR7, hay otros muchos que destilan solidaridad en privado. Está perfecto, pero también es bueno dar un poco de visibilidad a la bondad para que cunda el ejemplo.
El baile de Grealish es una consecuencia de las actividades que organiza su club, el Manchester City, a través de su fundación, 'City in the Community'. Gracias a una de estas acciones, escenificada en una visita personal, el 'siete' británico pudo conocer a Finley, que le había enviado una emotiva carta hace algunos meses para agradecerle la sensibilidad que tuvo con su hermana Hollie. «Lo haré por ti, lo prometo, la próxima vez que marque». Los sueños a veces se cumplen y el pequeño Finley sonrió con la dedicatoria de su ídolo. El fútbol debería reflexionar para que el pedestal pierda altura. Qatar no es, precisamente, un ejemplo en este sentido, pero al otro lado del vestuario también hay historias que merecen la pena. La solidaridad debe escapar del corsé de las fechas señaladas, la sociedad necesita que se convierta en un denominador común para que su impacto trascienda de lo material y el ídolo desembarque en la vida de carne y hueso.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.