Cuando Kolo Muani celebra, Yasmin llora. Queda todavía tiempo, pero parece imposible doblar en 12 minutos algo que se ha mantenido firme durante 78. «¿Por qué lloras?», Pregunta su madre. Es tan difícil de explicar que no puede verbalizarlo en los primeros segundos, apenas le ... sale un gesto con su mano izquierda que responde algo semejante a un «déjame». Cuando acierta a hablar, contesta que ella se queda. La decepción es así, no hay que culpar a las que piensan que quizás ya ha sido suficiente. Se queda Yasmin y su madre lo hace también, y también su abuela. En realidad, esa tentación no proviene de una decepción real: es un dolor que entiende todo aquel que siente unos colores, sean los de un equipo o los de su país. ¿A quién no le ha apetecido decir «ya basta» en un instante como ese?
Publicidad
Noticia Relacionada
Yasmin Madkouri Ouchama nació en España, como contaría luego. Antes era demasiado joven como para comprender la pasión que le ha brotado en este Mundial. En realidad, le gustaba el fútbol, «sobre todo cuando juega Marruecos», pero una semifinal no se juega todos los días; la prueba es que 'los leones del Atlas' cayeron ante Francia con la historia de su lado, tras convertirse «en la primera selección africana que llegaba tan lejos». Así lo recuerdan sus dos amigas, las hermanas Boutayna y Nouhaila Khachou, junto a ella, las más jóvenes del lugar con capacidad para entender eso que están sintiendo las veinte mujeres que se han reunido para ver el partido. La quedada es intergeneracional; hay desde alguna niña hasta alguna anciana. En la puerta nadie colgó cartel alguno que excluyera a los hombres, pero lo cierto es que solo un compatriota, impertérrito y casi distraído, cena al lado de esta suerte de reunión en femenino.
Noticia Relacionada
Detrás de la barra, Hakima Chouyeakh Guermaj devuelve una sonrisa incluso después de que Marruecos encaje el primer gol. Manifiesta mirando a sus compañeras lo feliz que sería si consiguieran remontar. Explica que, realmente, estas quedadas han sido poco menos que espontáneas. «Una chica me preguntó por qué no poníamos el partido y respondí que sí, que sin problema. Vimos los partidos contra España y contra Portugal y conseguimos el pase. El primer día salió gente fuera a celebrarlo, llamó la atención muchísimo y se corrió la voz. También porque las chicas lo compartieron en sus redes sociales», indica Hakima, gerente del restaurante El Asri, el lugar de reunión, que ríe al reconocer que no todas las presentes son del barrio. Algunas han venido de Rondilla o Pajarillos. Todas con el mismo sentir: «Vivir nuestro momento. En todas las ciudades los marroquíes estamos disfrutando el Mundial al máximo».
Poco antes de hablar, en realidad, no estaba siendo así. Su selección no estaba acostumbrada a ir por debajo en el marcador y lo fue desde los cuatro minutos. Poco después, la televisión muestra un gráfico en el que se ve que su selección llevaba un 55% de posesión ante toda una Francia, lo que genera el manido debate vivido tras la eliminación de España entre las asistentes. Cada defensa se sufre, se despeja como si fueran El Yamiq, jugador del Real Valladolid y medio paisano. Cada ataque se jalea como una ocasión manifiesta como si fueran relatoras argentinas, precisamente, país con el que sueñan verse en la final. Cuando el capitán Saïss dice que no puede más y pide el cambio, todas sufren con él. La chilena al palo del blanquivioleta, justo antes del descanso, deja un buen sabor de boca.
Publicidad
Pero los minutos pasan y el marcador no se mueve. Marruecos sigue siendo, como mínimo, un igual ante la vigente campeona, pero nadie, ni Boufal, ni Ounahi, ni el venerado Hakimi (una de las hermanas lleva su camiseta) pueden marcar. Y entonces llega el gol, ese dichoso gol de Kolo Muani con el que la mayoría maldice, sin importar en qué idioma. Y Yasmin llora. Llora ella y se reprimen sus amigas; también alguna de las mayores. Alguna de estas amaga con irse. Las jóvenes resisten. Al final lo hacen todas. Con el tiempo casi cumplido, en la televisión sale un niño. No tendrá muchos más años que alguno que corretea absorto, ajeno a la pelota, por el local. Ya se había recompuesto, pero Yasmin se vuelve a emocionar. Antes de hablar necesita beber un trago de agua.
«He llorado por su esfuerzo y sus ganas, porque me da pena. Yo estoy muy orgullosa con lo que hemos hecho; hemos llegado hasta semifinales», refuerza mientras asienten Boutayna y Nouhaila. «El público ha aplaudido; podía estar triste, pero estaba orgulloso», repite. «Es nuestro equipo y morimos por él», alega, y casi se pisa con Boutayna, que recuerda que «Marruecos ha sido el primer país africano en llegar a una semifinal». De repente la tristeza desaparece y Nouhaila enumera las gestas conseguidas contra Bélgica, Croacia, España y Portugal, nada menos. «Hay más mundiales. Seguro que dentro de cuatro años podemos volver a hacerlo muy bien», apostilla. Y si es así, volverán a vibrar con ello.
Publicidad
Porque el fútbol no entiende de razas, de culturas, religiones o sexos; la veintena de mujeres que se encontraron alrededor de una mesa y con el pretexto de la pelota así lo han demostrado. «La alegría también nos pertenece; cuando hemos ganado, también lo hemos celebrado. Y ahora, aunque hayamos perdido, vamos a volver a casa sabiendo que esto es historia de Marruecos», reorienta la conversación Yasmin Madkouri Ouchama. Esa vuelta fue en compañía de su dios, Alá, que, indica, ha guiado a sus jugadores y les permitirá seguir adelante.
En su caso, lo hará habiendo comprendido «la verdadera realidad de un Mundial, de ver a tu equipo avanzar hasta donde ha llegado». Con esa pasión que tanto invadió a las veinte y, en su caso, con el orgullo y con el sentimiento de pertenencia a dos países. «Marruecos es mi madre y España es mi padre. Yo soy española, pero mis raíces siempre van a ser marroquís. Estoy orgullosa de pertenecer a los dos países», culmina, casi convertida en portavoz de tantos y tantos integrantes de una comunidad que durante este Mundial ha rugido en Valladolid como lo que son: como leones del Atlas. Así lo quieren volver a demostrar en 2026. Antes, contra Croacia, les queda un último latir.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.