Juan Ángel Méndez
Valladolid
Lunes, 28 de noviembre 2022, 19:18
El algoritmo de Tik Tok me tiene frito. Es abrir la nota tricolor con forma de t y se me van los pies. Soy presa del Danza Kuduro Remix. De locos. La canción parece el himno de mi iPhone cuando abro la app. Las personas ... que están a mi lado piensan que la escucho en bucle. Todo comenzó una noche de aburrimiento en la que vi a Lucas Paquetá bailando en un córner después de un gol. Me gustó el flow y lo compartí por Whatsapp con Juanito, mi hijo. Ahí me pillaron para siempre los duendes de la red social. Yo no estoy en la onda. Él es una biblia del fútbol, nacional e internacional, pero no solo de las cualidades técnicas o tácticas de cualquier jugador, sino también de la trastienda, de esas historias que jalonan las vidas de los futbolistas de medio mundo. Es mi garganta profunda del balompié mundial, lo confieso. Tan pronto te hace una radiografía completa de las virtudes de un internacional saudí de nombre impronunciable como te destaca el talento de ese delantero ghanés que «pronto jugará en un grande». Es increíble. Conocía a Paquetá, por supuesto. No sé ni para qué pregunto. Solo le faltó darme la partida de nacimiento del brasileño, que tiene 25 años, juega en el West Ham, «antes en el Olympique de Lyon», matiza Juanito. Amén.
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El caso es que me enganché a los bailes de Paquetá y ayer casi me disloco un tobillo intentando ese giro al resbalón que practican en Tik Tok bailarines de todas las edades. De la armonía del resto del cuerpo o ese tranco guasón que describe mientras se dirige a la grada, trasero arriba y abajo, mejor ni hablamos. Brasil es samba y los goles se celebran bailando.
Paquetá es el rey, aunque tiene competencia en el vestuario de la selección canarinha. Vinicius, sin ir más lejos. Con la camiseta amarilla sus movimientos pélvicos pasan más desapercibidos. En el Madrid, y en ese país con la piel más fina que el papel de fumar en el que se ha travestido España, todo se convierte en una ofensa. Los futbolistas profesionales dicen que marcar un gol delante de un estadio a rebosar representa una sensación parecida a disfrutar de un orgasmo. La comparación se las trae. Si eres brasileño, joven, tienes la sangre caliente y el corazón a mil, lo mínimo que puedes hacer es mover el cucu cuando la pelota besa la red. El que no lo haga no tiene sitio en el sambódromo el sábado de Carnaval. Alves y Neymar también se mueven con guasa. Llevan el ritmo en la sangre. Hace poco vi un baile coral en el vestuario del combinado brasileño, en el que se animaba con el pasito corto, armónico y simpático, hasta Casemiro, ese stopper con acento semibritánico que presenta la misma facilidad para segar un contragolpe rival que para marcarse un dancing.
Paquetá es joven y está en su plenitud. En Qatar, los hinchas brasileiros esperan que explote como hilo conductor del resto de las estrellas y que baile, porque su danza es sinónimo de gol, de felicidad, de explosión, de júbilo. El brasileño se ha convertido en un fenómeno social. En su cabeza tendría alguna samba girando en bucle cuando enfiló el córner por primera vez. La magia de las redes ha quitado el polvo al mítico Danza Kuduro para hacer un remix que vuela por las pantallas como la pólvora. La torcida tiene la cadera engrasada para poner la samba cuando Paquetá emboque. Y si el que marca es otro, también, que para eso son brasileños. Danza Brasil.
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