![Manuel Arranz, en su cuarto, con la camiseta y la bufanda de la Gimnástica Segoviana.](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202201/16/media/bateria-segoviana.jpg)
![Manuel Arranz, en su cuarto, con la camiseta y la bufanda de la Gimnástica Segoviana.](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202201/16/media/bateria-segoviana.jpg)
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Hay pequeños gestos que se repiten en la vida y que, quizá de tanto uso, da la impresión de que pierden su sentido. Tal vez aquel 7 de enero de 2017, mientras se dirigían a esa habitual visita a la planta infantil del Hospital, los gimnásticos Chema, Dani Arribas, Ivi y Fernan, acompañados de varios directivos, afrontaron aquellos momentos sin pensar los mecanismos que iban a poner en marcha en el interior de un niño por entonces muy pequeño como Manuel Arranz Escribano.
Su padre, Ricardo, cuenta cómo en aquel entonces a su hijo le tocó pasar parte de las navidades hospitalizado por un virus indeterminado todavía a día de hoy. Las camas de la zona infantil se iban vaciando conforme se acercaba la noche de Reyes y, cuando solo quedaban tres niños, les explicaron que al día siguiente irían a verles los jugadores de la Gimnástica Segoviana. «Le expliqué a Manuel quiénes eran, que eran los jugadores del mejor equipo de Segovia», recuerda un Ricardo que ha jugado toda la vida en el fútbol provincial. Cuando llegaron, «me emocioné mucho», comenta Manuel. «Hablaron conmigo y me dieron una bufanda, un balón», termina pensando en si ha enumerado todo. Tal impacto causó la visita («ese equipo, como que tiene algo», desliza el niño) que aquel balón es el único de los que hoy tiene que no se ha usado para jugar al fútbol. Se ha quedado en su red original, como recuerdo. Cuando terminó la visita, le dijo a su padre que tenían que ir un día a La Albuera y este se lo tomó casi como una promesa. Ese primer día no puedo estar mejor escogido. Entre unas cosas y otras, no pudieron ir desde Navas de Oro, su casa, hasta el campo gimnástico hasta el partido del ascenso contra el Malagueño.
Aquel día, de un ambiente irrepetible, Manuel entró en La Albuera pensando que «ese equipo era muy bueno». Y salió convencido de que si ese había sido su primer partido vivido en directo, todo lo que viniera prometía. «Para mí ha sido un punto de inflexión para que le gustase más el fútbol», cuenta Rafael sentado al lado de su hijo. «Pensé que, si le gustaba, porqué no hacernos socios y, en un futuro, porqué no jugar él con la camiseta de la Segoviana, claro». La primera parte se consiguió ese mismo día del ascenso, porque al salir del campo ya Manuel le comentó a su padre que sí, que se harían socios. Desde entonces, no recuerdan haberse perdido más de dos o tres partidos en La Albuera y, cada vez que pueden, viajan también fuera de casa. «Palencia, Galicia, Avilés, Guijuelo, Santiago de Compostela, Churra», enumera el niño con la ayuda de su madre. Porque el fútbol y la Segoviana se ha convertido para esta familia en algo que compartir. Cada vez que el trabajo de la madre, Adelaida, lo permite, se cogen el coche y a su hija pequeña, Alma y, enfundados en sus camisetas gimnásticas, viajan a animar al equipo. «Siempre que podemos. Nos compramos la camiseta para ir todos iguales. Es algo que compartimos y me encanta», comenta la madre mientras Alma sonríe con toda la picardía que no tiene su hermano.
Esta afición por el fútbol y por la Gimnástica ha marcado casi cada paso de Manuel desde aquel día en el hospital. Su habitación es absolutamente azulgrana. En la puerta, la primera foto que se hizo sobre el campo, el día de aquel ascenso frente al Malagueño. En la cabecera de la cama, la bufanda del equipo de lado a lado. Varias camisetas bien expuestas en la entrada hacen que la vista se dirija hacia las paredes, con dos grandes murales. En uno, una colección enorme de fotos con jugadores; en el otro, una camiseta firmada con entradas y su primer abono. Justo debajo, una batería que tiene algo contrariada a su madre, porque el fútbol y los estudios ya no le dejan tiempo de seguir aprendiendo a tocarla. Una pasión pudo a la otra.
Manuel, con una sonrisa pícara una vez que se quita la timidez que luce de primeras, se declara del Madrid, como su padre, pero con un matiz importante: «A ver, primero está la Segoviana y luego ya está el Madrid». Sus jugadores preferidos ahora mismo son Dani Arribas y Álex Conde. Jugadores de ataque, como él lo es en su equipo de fútbol 7 del pueblo, con el que lleva 17 goles en 13 partidos. Aunque claro, a la pregunta de si quiere jugar en la Segoviana, el «sí» es rotundo. «Yo juego aquí en Navas de Oro, pero me gustaría jugar allí. Como es un gran equipo, me gustaría jugar en un equipo como ese». Es su sueño, vestir la camiseta azul y grana no solo en la grada.
Sobre el juego actual del equipo, el pequeño Manuel también tiene su opinión: «Me gusta cómo juegan. Sí es verdad que si ganaran partidos, mejor. Pero que se queden este año aquí (en Segunda Federación) y eso, pero que no desciendan. Y ya está». No le pide mucho al equipo. Sí un poco más a esta situación pandémica que impide que, de la mano de su padre, puedan repetirse las conversaciones que a veces tiene con los jugadores, con los que le gusta hablar. Al fin y a la postre, fueron algunos de ellos los que hicieron que una chispa se encendiera en su cama del hospital, a la que nunca más ha tenido que volver desde entonces. Por algo será.
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David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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