El Sevilla golpea primero

Llegaba al Sánchez-Pizjuán el tercero de una liga menor que va camino de convertirse en una de las mejores en los próximos años. En la Bundesliga el Monchengladbach está siendo una de las sensaciones de la temporada, sobre todo por sus curiosidades estadísticas. Es un equipo que mete pocos goles, pero también recibe una cantidad ínfima. El cuadro alemán se presentó sobre el tapete sevillano con la cualidad que mejor los define: jugar con las líneas muy juntas y salir a la contra a la menor ocasión. También demostraron los germanos la otra faceta que los caracteriza a la perfección como es la lucha y la pelea constante. A los cinco minutos su lateral derecho ya había recibido una tarjeta, dudosa eso sí, por contacto demasiado fuerte contra Fernando Navarro.

Cuatro amarillas, una para los locales y tres para los visitantes, fue lo más interesante de una primera mitad para olvidar. Mucha batalla a ras de césped pero poca consistencia de cara a la portería contraria. Solo destacó Reyes, que parece competir al cien por cien solo cuando delante tiene a equipos vestidos de blanquiverde, como iban los centroeuropeos en la noche sevillana. Ya fuera por la motivación extra a causa del color del rival o porque el cuantioso precontrato firmado por el utrerano con un equipo de Qatar para la temporada que viene le ha insuflado muchos ánimos, lo cierto es que el sevillista esta temporada se está dejando el alma por el escudo de su niñez. En el bando enemigo era Hazard quien creaba quebraderos de cabeza a la zaga hispalense, aunque por fortuna para los intereses andaluces nadie de sus compañeros tenía las ideas tan clara como él.

Con el empate a cero más beneficioso para el Sevilla que para el Monchengladbach, Unai Emery se marchó a los vestuarios cabizbajo, pensando como es habitual en él, mientras buscaba en un horizonte que parecía demasiado lejano alguna solución a los problemas que se estaba enfrentando su equipo. Bien era cierto que los nervionenses tenían muchas bajas. Iago Aspas y Gameiro, con Bacca teniendo que jugarlo todo, se nota mucho en un equipo que depende casi exclusivamente de la calidad individual en determinados momentos de un choque.

Pese a los aires pensativos de Emery en su camino a dar alguna charla motivadora a sus hombres, la vuelta de los vestuarios significó un nuevo acoso germano contra la portería defendida por Sergio Rico. Wendt estuvo cerca de poner el 0-1 tras un baile de cuatro jugadores alemanes a toda la defensa sevillista. Unai miraba al cielo de Sevilla buscando respuestas divinas. Su capacidad de mortal no llegaba a comprender. La afición prefería echar un vistazo a los móviles para ver si había algo más interesante en la vida cibernética que en el terreno de juego.

En mitad del éxtasis religioso que parecía estar experimentando Emery, al técnico vasco se le apareció una gran revelación y decidió quitar al que estaba siendo el mejor, Reyes, para cambiar por Diogo. Quizá por aquello de que los grandes genios son siempre unos incomprendidos por el pueblo llano, el seguidor medio del Pizjuáan decidió apostar por una bronca respetable hacia el entrenador que condujo a la entidad a la tercera UEFA y que aspira este año el prodigio de un cuarto entorchado.

Pero como en toda herejía, al final la parroquia rojiblanca terminó claudicando ante su entrenador después de que Diogo pusiera un balón medido a Iborra. Un tanto que daba paz espiritual a un Unai Emery, cuyo chillido en el gol se escuchó incluso en su tierra norteña.

Una calma tensa se adueñó de todo un estadio, enmudecido durante buena parte del encuentro y donde el júbilo dio paso rápidamente a una intensidad inusitada hasta ese momento. Al final una victoria pírrica pero justa para un Sevilla que se la jugará en tierras alemanas.