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Luis F. Gago
Jueves, 1 de enero 1970, 01:33
La Giralda recibió con los brazos abiertos a su hijo predilecto. La gran madre sevillana quiere a sus dos vástagos por igual, pero con el Sevilla siempre ha tenido un tino especial. Sobre todo desde que El Arrebato le concediera el protagonismo en un himno del Centenario convertido en leyenda. Es el canto de guerra antes de la batalla y el coro que suena tras la misma cuando se ha ganado. De nuevo este jueves resonó por las estrechas calles del centro de la ciudad hispalense el eco de las palmas que acompañan a una melodía universal. «Tengo un gran problema, y es que soy más sevillista que el escudo», decía el autor de la letra, Javier Labandón. Un hombre que recorrió el camino de Sevilla hasta Turín en furgoneta. Igual que hiciera en las dos finales anteriores. «Una locura que sólo quien escribe con el alma puede hacer», recordó este jueves, al mismo tiempo que le susurraba a todo aquel que lo rodeaba su tema celestial con una cadencia en la voz a la que se le notaba que había sido una noche larga tras los penaltis ante el Benfica.
Tras las dos paradas de Beto en la tanda, el Sevilla entró en el Olimpo de los dioses de la segunda competición continental. Tiene tres cetros de la UEFA en su haber. Sólo otros tantos clubes, todos ellos históricos y con mucha leyenda a sus espaldas, los poseen: Liverpool, Juventus e Inter de Milán. «Se dice pronto. Ahora mismo en Europa estamos equiparados a unas entidades únicas», remarcó el director deportivo del Sevilla, Monchi, al que todavía se le atisbaba el surco de las lágrimas derramadas en la noche mágica europea. Es el principal artífice de otro éxito entre naranjos embriagados de azahar al atardecer. «Deseo que esta alegría no sea efímera y el año que viene estemos otra vez ante esta gente», fue su frase sentenciadora. Ha convertido a la entidad en la segunda institución europea en el siglo XXI. Con casi un título por año, junto a los nacionales logrados, desde el 16 de mayo de 2006 hasta el 14 de mayo de 2014, los sevillistas suman siete títulos, cuatro de ellos europeas. Sólo superados por el Barça, con cinco presas continentales. Con doce fichajes nuevos, su reto más importante fue confiar en Unai Emery, un supuesto perdedor en momentos clave que se ha quitado tal estela maldita para siempre. «Estoy en una locura continua desde lo de anoche», dijo el guipuzcoano.
El Sevilla paseó la nueva conquista por el río Guadalquivir. Unas aguas que parecían de plata cuando la luna empezaba a servir de guía con su iluminación. «Nunca creí que iba a vivir esto», es la oración que se lleva escuchando desde hace años en boca de cualquier aficionado rojiblanco. Los que vieron ganar un título antes de la gran sequía creyeron que morirían sin revivir aquel placer como un quejío flamenco. Los que nacieron al son de los buenos tiempos sólo escuchan risas desde las cuerdas de una guitarra. Ninguno de estos últimos sabrá, seguramente, que hace 17 años su equipo bajó a Segunda bajo el cielo gris de Oviedo, en un viejo Tartiere que se caía a pedazos entre rejas oxidadas. «Son nuevos tiempos y seguimos llevando el nombre de esta gran ciudad por Europa», comentaban las personas a las que poco les importó los 35 grados de este jueves en la vieja Híspalis. Era día de tostarse al sol por una buena causa.
Tras rendir pleitesía al templo sagrado de los nervionenses, la Puerta de Jerez, hubo parada obligada en la gótica Catedral de Sevilla. Tocaba recibir las bendiciones correspondientes que todo equipo nacido en la tierra de María debe adoptar. Coke puso a media ciudad en pie con el himno oficioso de la Liga Europa. Una canción ochentera de Raffaella Carrá escuchada por vez primera en el vestuario del Villamarín, en la celebración post-euroderbi. Donde todo empezó a fraguarse. Después llegó el momento de ampliar la fiesta con olor a jazmín en el Ramón Sánchez Pizjuán. La Giralda lo observó todo desde su posición privilegiada, orgullosa de volver a ver en el estadio del barrio de Nervión a sus pequeños príncipes engrandecer a la capital.
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