Comprendo que luchar contra años y años de machismo es complicado. Un problema que se soluciona desde la educación y la ruptura de determinados modelos culturales y sociales cuesta muchísimo tiempo arreglar. Y si eso ocurre en todos los ámbitos de la vida, qué no será cuando entran en la ecuación el fútbol, la masa y una mujer arbitrando un encuentro. La tormenta perfecta. El escenario ideal para que lo más bajo de los instintos de los menos racionales emergan con la fuerza de la lava de un volcán.

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Que un deportista pase miedo por hacer algo que le gusta es impresentable e intolerable. Que además pase miedo la persona que es imprescindible para que los otras 22 personas puedan jugar y divertirse es, además de estúpido, una medida muy exacta de la capacidad mental de los que se dedican a insultar.

Con todo, hay algo que me ha gustado muy poco: la tibieza con la que se reciben estos problemas en las autoridades federativas. Conocen el problema y elaboran protocolos para proteger a los árbitros y castigar a quienes no saben comportarse, pero cuando surge un caso se percibe una preocupante resignación. No se creen que se pueda solucionar el problema, pero no pueden darlo a entender.

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