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La Gimnástica Segoviana firmó la que seguramente haya sido la mejor primera parte de toda la temporada este domingo en Navalcarnero, una villa que en un momento determinado del siglo XIX estaba dentro de las fronteras de Segovia. Quién sabe si por eso, o por las cuitas de diván que suele sufrir este equipo domingo tras domingo, terminó claudicando en una segunda mitad horrorosa, aderezada con la especia de la épica por momentos. Pero la Segoviana no sabe jugar a eso. No sabe jugar a lanzar balones a la olla. Y menos todavía jugando con diez por una irresponsabilidad de Rahim. Pero hay que ir colocando cada pieza en su sitio.
Quiso ver Manu González si Nanclares había encajado bien su ración de grada en el último partido y decidió dejar fuera de la convocatoria a Adeva y que el vallecano ejerciera como delantero centro. Un delantero nada fijo, que moviera a los centrales e intentara combinar bien con la segunda línea de los asentados Álex Conde, Javi Borrego y Szymanowski. El argentino, eso sí, duró dos minutos sobre el terreno de juego ya que tuvo que retirarse por lesión. No se notó mucho, porque Rafa Llorente entró con ímpetu. Y porque la 'Sego' tuvo el balón, manejó los tiempos, impidió al Navalcarnero jugar sus bazas.
Volviendo a la figura de Nanclares, el delantero firmó sus mejores minutos con la camiseta segoviana y los culminó con un gol de bandera. Un tanto en el que supo meter el cuerpo para recoger la pelota del aire mejor que el primer defensor; en el que encaró a otros dos jugadores madrileños con determinación, se coló entre ellos con un buen recorte y, escorado a la derecha, consiguió que Aitor González diese un paso en falso fuera del marco esperando el centro. Luego, su golpeo con la derecha fue tan potente que el portero apenas pudo poner los guantes para certificar el gol. El primero de Sergio Nanclares en partido oficial.
Todo lo que pudo hacerse bien en la primera mitad, el equipo lo hizo. Maniató al Navalcarnero, que veía sus opciones muy limitadas tanto para jugar en corto como en largo por el poco espacio que permitía la Segoviana. No concedió tampoco segundas opciones y, cada vez que pudo, incluso anticipó para salir a la contra creando mucho desconcierto en las filas del cuarto clasificado del grupo. Aunque hubo también pequeños adelantos de lo que estaba por venir para la segunda parte. Porque la pareja Mansour-Rui ofrecía una falsa seguridad. Por alto interceptaba todo, pero por momentos, al fallar la presión en la zona de medios, Mansour tendía a dar un paso adelante que desconcertaba. Y si no era eso, el central se confiaba demasiado ofreciendo una opción que no existía de haber sido expeditivo.
Un recorte suyo en área propia abrió la puerta al primer disparo del peligroso y contundente Marcos Mendes. Ese golpeo, con la zurda, lo cruzó demasiado. A última hora, sobre el descanso casi, se le concedió un mano a mano contra Carmona que el portero resolvió de forma valiente achicando portería con el cuerpo.
Con eso se mantuvo la ventaja que permitía afrontar los segundos 45 minutos de una forma bien diferente. Una ventaja que podía haber sido mayor si Javi Borrego hubiera embocado la mejor acción de ataque llevada desde la derecha por Adrián Pérez, anterior al gol de Nanclares. O si Mansour hubiera conseguido hacer peligro de verdad con todas las acciones a balón parado ganadas en área contraria para nada.
Fue diferente, de hecho, el reinicio. Demasiado. Y para mal. Porque la Segoviana salió al campo desestructurada. El frac que había lucido en la primera mitad se convirtió en un atuendo zarrapastroso, hecho jirones.
El equipo pretendía sobrevivir sin balón y llegando tarde a las acciones de presión, así que empezó a cometer faltas por dejadez en zonas demasiado peligrosas para un equipo con un tremendo poderío a balón parado. Una falta de esas, innecesaria, por llegar tarde y a destiempo, restó puntos de la valoración final de Nanclares. Desde el perfil zurdo, Dani Hernández castigó la torpeza poniendo un balón con la rosca perfecta con su zurda a la cabeza del central Miki Muñoz, que se adelantó a Mansour con suficiencia para el empate.
El Navalcarnero utiliza la imagen de lo que ellos llaman el barquito como símil de lo que es un equipo que navega desde la humildad flotando sobre aguas turbulentas, haciéndose fuerte desde su aparente endeblez. La Gimnástica, en este caso, pasó de ser un destructor impecable a un velero de cáscara de nuez cuyas velas de papel cualquier corriente rasga. Incapaz de crear, buscó en un par de acciones de saque de banda concatenadas balones al área, a la cabeza de un Nogueira que peinaba generalmente con acierto.
En una de esas, el centrocampista recibió una patada en el área de esas que si se dan en medio campo se pitan, pero dentro de la zona de máximo castigo parecen poco. No se pitó y, casi a renglón seguido, Rahim envió una contra madrileña a córner. El saque de esquina la 'Sego', que ya se había enrocado en un par de acciones en área propia incapaz de despejar de forma expeditiva, terminó en un balón en la frontal que el lateral Lorenzo empalaba rasa y pegada al palo con su zurda.
Si la historia ya pedía tirar de orgullo, un Rahim que ya había visto tarjeta amarilla por haber desplazado un balón, le dijo al árbitro lo suficiente como para ser expulsado. Y mientras la Gimnástica colocaba a Juan de la Mata de central, a Mansour de nueve o a Borrego como lateral, el Navalcarnero contragolpeó. La potencia de Mendes regaló el gol a Fran Pérez en el segundo palo. Lo único que se puede decir en descarga de los azulgrana, vestidos de celeste, fue que nadie se dejó llevar. Se tiró de heroica, de corazón y Javi Borrego embocó con un punterazo de rabia un balón que entre Mansour y Rui querían empujar a la red tras un saque de esquina.
Un espejismo, porque cualquier balón muerto iba a suponer otra contra y lo lógico es que fuera peligrosa porque la moneda estaba echada al aire. Fue lo que ocurrió.
Derrotados y alicaídos, cargados de rabia, los jugadores gimnásticos escuchaban el pitido final, a los casi 100 minutos. No consiguen ganar fuera, pero tampoco hacer valer los partidos en los que se ponen por delante. Una inestabilidad que hace que el agua siempre moje hasta la cintura.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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