Es idílico imaginar tener 14 años y que, viviendo en un pequeño pueblo de Segovia, aparezca un día por allí a tomar un café un internacional brasileño. Más todavía cuando, tras reconocerlo y acercarse a él, dicho futbolista termine jugando al fútbol con una pelota pinchada en la plaza mientras alrededor se va arremolinando gente para disfrutar del espectáculo. Eso es exactamente lo que les pasó a Iker Sacristán, Christian Beltrán y Rubén García, tres chicos de Villacastín que el sábado pasado terminaron convirtiéndose en estrellas inesperadas al reconocer a Matheus Cunha, el delantero del Atlético de Madrid, en su pueblo. «Fuimos a comprar Christian y yo a una tienda», relata Rubén; «y se bajó del coche y le vimos». Aunque Christian no reconoció al jugador de primeras, Rubén, que es atlético hasta la médula, sí. Ahí empezó toda la aventura.
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Enseguida llamaron a Iker para, entre los tres, armarse de valor para conseguir una foto con uno de sus ídolos. «Nos quedamos como cinco o diez minutos confirmando si era él y, al final, cuando vino Iker, ya vimos que sí». Fue precisamente Iker el que rompería el hielo con Cunha: «Entré a la tienda y le dije que se parecía mucho a un futbolista. Me dijo que era él, nos hicimos la foto que se hizo famosa y a la media hora estábamos en la plaza y le vemos que se acerca. Nos pregunta que qué bar es mejor (de los dos que hay en la plaza de Villacastín) para tomarse un café. Christian fue a su casa a por el balón, por si colaba, y se acercaron sus dos amigos y les pasamos. Salió Cunha corriendo del bar y diciendo 'pasa chico, pasa'. Sus amigos se quitaron las zapatillas, las pusieron de portería y jugamos nosotros tres contra ellos». Casi dos horas después de eso jugando al fútbol con el famoso balón amarillo y desinflado en medio de la plaza.
Es imposible, claro, que en un pueblo como Villacastín no se corriese la voz como la pólvora y la plaza se fue llenando poco a poco de curiosos, de modo que la pachanga empezó a tomar otra forma. «Vino un chico a pedirle una foto», cuenta Iker, «y estaba Cunha tan concentrado en el partido que le dijo que cuando terminase, que no paraba el partido. Desde ese momento, fotos y vídeos de Matheus Cunha y sus amigos jugando con estos muchachos en Villacastín comenzaron a circular por redes sociales. «Nos dijo que estaba conociendo España y que había venido a conocer nuestro pueblo», interviene Christian, más tímido y el único madridista del trío. «No nos lo podíamos creer ninguno. Es que era surrealista que estuviésemos jugando con un jugador de Brasil y del Atlético de Madrid en la plaza del pueblo con un balón pinchado», un balón que les acompaña a los tres muchas veces en estos ratos libres. La anécdota final es que ganaron, los del pueblo haciendo valer la ventaja de cancha, por 4 goles a 3. «Metí el gol final», saca pecho Rubén. «Y luego nos cogió a los tres y empezó a gritar y la gente que estaba a los lados lo flipaba». Aquel no fue para estos jóvenes un sábado cualquiera. Al llegar a casa estaban «como si no hubiese pasado, no nos lo creíamos», cuenta Christian. Rubén y él se fueron luego a dejar el balón a casa y empezaron a ver todo lo que estaba saliendo en las redes. «Sus padres no se lo creían. Cada noticia que salía en google, íbamos a su padre y se lo contábamos y no se lo creían. Ni nosotros», sonríe el propio Rubén. Porque estuvieron tiempo mirando en internet todo el material, entre fotos y vídeos, que se había colgado. «Mi Tik Tok se hizo viral», salta Iker. «Se metió mi madre y dijo 'este chico me suena', y era yo que me han visitado 600 mil personas». Él ha sido el que ha capitalizado de alguna manera el éxito: tenía en la citada red 50 seguidores y tiene ahora 859. «Yo no he ganado ninguno», asume un Christian que luego recuerda que sí, que alguno sí tiene de más. «Hicimos trabajo en equipo los tres, porque Rubén dio la voz de alarma y yo me atreví a pedirle la foto y Christian puso el balón, que sin él no hacemos nada», bromea Iker.
«Como jugador no se puede decir nada porque ya sabe todo el mundo que para jugar en el Atleti y en Brasil, no es fácil. Pero como persona, llegó mi hermano un poco más tarde que venía de jugar un partido y no le dijo que si podía jugar, fue Cunha el que le dijo que se metiera». El agradecimiento se nota en las palabras de Iker y en los ojos de los tres, apasionados del fútbol, aunque no lo juegan en ninguna competición federada. Tres chavales que, por un día, cumplieron y saborearon un sueño; su tarde de gloria. «A mí si me apetece una cosa es volver al sábado. Es lo que me apetece», termina de forma elocuente de nuevo Iker, girándose hacia la plaza en la que todo ocurrió. Cuando terminaron el partido, casi como en el cuento de la Cenicienta, los tres habían quedado en ir a visitar a unos amigos a otro pueblo cercano y se marcharon corriendo, aunque perdieron el autobús. Cuando regresaron, Cunha y sus amigos ya no estaban. Quedaba el recuerdo y toda la huella de las redes, como aquel zapato de cristal.
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