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Retirarse del fútbol sala como pichichi de Segunda a los 40 años. Laura Llorente (22 de abril de 1982) tenía claro que no esperaría a que su fecha de caducidad la eligiera el deporte que tanto ama por ella. Pero de ahí a firmar su mejor temporada personal casi tres décadas después de debutar hay un trecho. Marcó 23 goles con el Unami, números al nivel de sus seis temporadas en División de Honor. Pero había otro tipo de fatiga. «Físicamente estaba fenomenal, pero a nivel mental estaba agotada. Necesitaba parar, no estaba disfrutando lo que debía. Llevamos unos años en los que no estábamos consiguiendo lo que este equipo puede conseguir; calidad hay, falta creérselo, esa fe. No he sabido transmitírselo a las compañeras y estaba perdiendo un poco del norte. Y no podía permitir que el fútbol sala me cabree».
El fútbol sala llegó a su vida porque acompañaba a su padre, que entrenaba en Hontanares. Daba patadas en el pueblo y en el patio del colegio, con su amiga Sara, las dos chicas que jugaban con los chicos en el Claret. Su primer entrenador fue cura. «Nunca me he sentido discriminada. Los chicos son mejores y yo sabía lo que tenía que hacer, seguir trabajando. Cuando eres inferior, juegas menos, pero eso me ha dado ese punto de picardía y velocidad cuando he jugado con chicas. Ellos son más atrevidos, también más brutos», sonríe al dibujar otra época. «Eras como un poco rara, más chicazo. No tenía nada que ver con la visibilidad que tiene ahora el deporte femenino».
Empezó a jugar en escolares con un equipo de chicas y su entrenadora, Gloria, le dio la oportunidad en la Peña Segoviana del Athletic de Bilbao. Compaginaba ambos equipos y debutó en Regional a los 13 años. Allí estuvo cinco temporadas y logró el hito de subir a División de Honor en la temporada 2000-01. Recuerda el ascenso conseguido en Logroño. «Fue el típico partido apoteósico. Estaban solamente los familiares, por desgracia eso no ha cambiado mucho, pero fue muy bonito».
Aquel equipo solo disfrutó de un año en la élite, pero fue un sueño. «Estás jugando con lo mejor de España y del mundo». Laura recuerda un episodio con Maravillas Sansano, a la que ya no llama chica sino señora, cosas de la edad. «La desbordé por banda, pero se lo hice una vez. A la siguiente, me levantó un metro del suelo, no me dejó irme». De regalo, se llevó una frase que quedó tatuada en su imaginario: «Si no quieres recibir golpes, dedícate a las chapas». En el máximo nivel no se reparten caramelos.
Tras el descenso, el club desapareció y Laura fichó por el Valladolid, donde estuvo ocho temporadas. En las dos primeras, en Regional, se enfrentó al Caja Segovia, construido con gente de Madrid y apenas dos jugadoras de Segovia con el objetivo de ascender. «Me resultó desagradable porque se hizo de menos a las jugadoras segovianas que podían haber estado en ese equipo». Cuando venía a Segovia como forastera, su padre respondía a algunas lindezas que oía en la grada: «Oiga, que la única que hay de Segovia en el campo es esta señora. A ver qué está diciendo usted». Aquel equipo lo intentó dos años y desapareció. Al tercer año, Laura ascendió con el Valladolid y disfrutó otros cinco años de caramelos en División de Honor.
Volvió a Segovia justo cuando empezaba a estudiar Enfermería en Valladolid. Empezó en la temporada 2009-10 con el Unami y se hizo imprescindible durante 12 temporadas: más de 300 partidos con la misma camiseta. «Me quedo con el grupo humano. Mira que he tenido suerte en mis equipos, y más viendo lo que he visto en otros clubes, pero lo que tiene el Unami no lo tiene nadie. Un grupo de amigas está por encima de las victorias. Es verdad que es bonito ganar, y yo soy muy competitiva, pero cuando pasa la vida, no todo el mundo puede quedarse con esto». Habla de su vestuario de las Azules como un núcleo que ha trascendido el tiempo. «Han pasado generaciones y eso se ha mantenido».
Con el Unami también rozó el ascenso a Primera: aquel equipo se quedó a un gol en una eliminatoria a doble partido con el UCAM Murcia en 2016. Recuerda el «ambientazo» del duelo de ida en el Pedro Delgado. «Si esto es así siempre… madre mía. Y no habría ni un quinto de la entrada». Porque ese pabellón ilustre es a la vez una bendición y una maldición para el Unami. «Es que llenar un Perico… Si te vas a La Lastrilla, lo llenas prácticamente todos los fines de semana. Y eso nos pasaba en pistas manchegas pequeñas, es que los espectadores te comen». Ese es el dilema: un lateral en el Perico o un pabellón lleno en La Lastrilla. «Si tuviera el parqué del Perico en cualquier otro pabellón... Es que es de los mejores en el fútbol sala a nivel nacional».
Elegir entre tantos partidos es como buscar una aguja en un pajar, pero ella se queda con las remontadas o los derbis del curso pasado ante el Segosala, dos victorias tensas. Porque, recordemos, fue su mejor temporada. Nadie como ella para valorar el trabajo diario de la medicina para retrasar un declive aparentemente inevitable, máxime para alguien que se rompió el ligamento cruzado de la rodilla y tuvo que cambiar su forma de entrenar para evitar dolores. «El fisio y el preparador son dos estamentos dentro del parqué».
Laura siempre rechazó esa idea de retirarse arriba. «Qué bobada. Si tienes, tienes». Pero siempre le pidió a su familia –su padre es el más crítico– que si llegaba el momento en que estaba arrastrándose, se lo dijeran. Ese momento no ha llegado y ella ha tenido una tropa fiel entre padres, tíos, hermana o sobrinos. «Yo traigo diez personas. Con que todas mis compañeras hagan lo mismo…». Queda una cuenta pendiente: nadie acudió al último partido porque había comunión de un sobrino. Así que le han dicho que debe volver para una despedida en familia. «Ellos no han hecho el cierre», subraya.
¿Se plantea volver? «Claro que me lo planteo, pero lo veo complicado. Tengo que cambiar mi forma de enfocar el fútbol sala, no puedo cabrearme con él. No lo descarto; no puedo decir un no rotundo porque estaría mintiendo». La adicción tira, así que entrena una vez a la semana con el Unami, entre amigas, un plan inmejorable para un festivo como ayer. Con la broma de turno, que no es tan broma: ¡vuelve¡ «Son muy agradables. A nadie le amarga un dulce».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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