Los amigos son aquellas personas con quienes forjamos una relación, un vínculo de confianza, que se desarrolla en el tiempo. Y suelen ser también las personas que nos instan a pisar un charco en el que por nosotros mismos nunca habríamos saltado.
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Si algo tienen en común muchos de los árbitros que habitan esta página semanal es que llegaron al mundo del arbitraje por ellos, por los amigos, y la historia de Fermín Rodríguez no es diferente.
«Empecé a arbitrar por mediación de un amigo. Yo nunca había jugado a balonmano, pero este amigo mío estuvo unos años intentando convencerme. Yo no me veía de árbitro, pero al final probé, me enganchó y aquí estoy, de árbitro», sentencia Fermín.
A Fermín el balonmano no le había llamado demasiado la atención nunca. No era un deporte que siguiese. «Tampoco me gusta el fútbol ni el baloncesto», añade, casi como una disculpa por no cumplir con los gustos de una mayoría. Pero la amistad fue más fuerte: «Ante la insistencia lo probé y ya llevo seis años arbitrando».
El primer día en el que se enfundó el 'traje de árbitro' lo recuerda como un día de «muchos nervios». «No veía nada de lo que pasaba en la pista. Fue un partido de categoría alevín y no veía nada de lo que pasaba. Pisaban el área de portería y no lo veía, los golpes francos no los pitaba... no estaba habituado y lo pasé bastante mal», rememora. Ahora, con el paso del tiempo, piensa que tal vez ese desconocimiento previo del deporte pudo pasarle factura: «Nunca había jugado, empezaba de cero, fue una locura de partido. El empiece fue muy malo».
Sin embargo, ese partido alevín en Tudela no le desanimó. Siguió pitando y tomó la perseverancia por bandera. «Seguí pitando y a base de tener paciencia y practicar poco a poco fueron saliendo las cosas. Pasaron los meses y ese mismo año terminé pitando un juvenil internacional en un torneo en Toledo», cuenta el colegiado.
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La clave de este ascenso tan rápido se encuentra «en el trabajo». «Hice muchos test, vi muchos partidos y jugadas, iba a ver a otros compañeros. Así espabilé muy rápido y me fue a la aventura en verano. Me marché hasta Toledo, me juntaron con un árbitro de León y lo hicimos tan bien que nos premiaron con la final», asegura.
Una temporada en la que pasó de cero a 100. De estar totalmente desvinculado del balonmano a engancharse de una manera tan fuerte que el compromiso que Fermín adquirió le hizo querer mejorar constantemente. «Como controlas y estás atento a todo lo que pasa en el juego tienes que estar a tope con la adrenalina y puede ser que esta adrenalina sea la que te enganche», trata de explicar.
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En el segundo año comenzó a pitar a gente más mayor. Atrás quedaron los alevines que tantos quebraderos de cabeza le dieron en su debut. Además conoció más gente y lugares. «Arbitrar es como un concierto. Cuando vas conociendo todos los instrumentos y controlándolos más te engancha».
En su segunda temporada comprobó que las categorías más mayores eran más fáciles de pitar al ser «más técnicas». «Era más rápido pero más sencillo de ver. El truco es anticiparse a las jugadas, que no siempre es sencillo», cuenta Fermín que en su segunda temporada ya estaba arbitrando en Segunda División.
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Tiene claro el motivo de la rapidez de su ascenso: «Hice 1300 test de balonmano ese primer año de árbitro».
Ahora continúa con su progresión en Segunda División y se marca como objetivos en este mundo «estar motivado y divertirse». «Los objetivos son mantenerme en la categoría y pasármelo bien», cuenta sin dudar.
La decisión de dedicarse al arbitraje de balonmano pilló un poco por sorpresa a su entorno, que no se esperaba ese giro en su vida. «Sus caras fueron de extrañeza cuando se lo conté. Yo no sabía nada del deporte y hay gente que se está años y años para aprender. Se extrañaron bastante y me dijeron que era muy difícil. Ahora ya no les parece tan raro, pero se siguen sorprendiendo por mi evolución», afirma.
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Si algo tiene claro es lo que el arbitraje le ha aportado a su vida: «Responsabilidad. Pensar las cosas con mucha más cabeza, tener más sangre fría y ser capaz de evaluar las situaciones con más tranquilidad y menos impulsividad. Sirve para las situaciones personales también, te ayuda a analizarlas con más cabezas. En ese aspecto me ha cambiado la vida el balonmano».
Una vida que cambió gracias a la insistencia de un amigo que consiguió enganchar a Fermín al silbato.
Las anécdotas en estos años se suceden. Algunas inevitables cuando durante las mañanas de los sábados los partidos a arbitrar se acumulan. «Venía de pitar un partido infantil, que sus tiempos duran 25 minutos, y tenía que pitar un cadete, que ya juegan partes de 30. Cuando llegó el minuto 25 del cadete pité el final y todos me miraron como diciendo '¿qué pita este?'. Pedí perdón y seguimos jugando. Cuando llegó el minuto 30 pité el final de nuevo y les dije: 'Ahora sí que se ha acabado' y todos se rieron», recuerda divertido.
En los trayectos a los polideportivos también se dan ocasiones para que las anécdotas aparezcan. Como aquella que ocurrió de camino a Nava de la Asunción con la compañía de una compañera: «Íbamos tan enfrascados en una conversación de balonmano que cuando me quise dar cuenta estábamos dirección Segovia, nos habíamos equivocado de camino».
La relación con los entrenadores es otra de las piedras de toque que se encuentra el colectivo arbitral en su día a día. Una relación, sin embargo, que «suele ser amistosa». «Hay que entender que ellos están en tensión, igual tienes un problema con alguno pero después del partido se disculpan y tú tienes que entender que son situaciones al límite, que todos somos personas y se ponen nerviosos», le quita importancia.
Tras seis años de arbitraje los recuerdos construidos son muchos, pero Fermín recuerda con especial cariño su primer partido de categoría cadete: «fue en Nava de la Asunción. Fue muy duro. Yo estaba algo descolocado y muy nervioso. Estaba con mucha presión y tardé un poco en empezar a controlar el juego. Lo bueno fue que mi compañero me ayudó mucho en ese partido. Los compañeros son fundamentales, él me vio bloqueado y me echó una mano». Los compañeros del balonmano, las nuevas amistades forjadas que poco a poco se abrirán espacio en el tiempo.
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