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Internet está plagado de fotos inspiradoras con el mensaje de «si puedes soñarlo puedes hacerlo», y sí, si a veces sueñas, lo consigues. Así le ocurrió a Paula Prado; después de tanto ver NHL, liga de hockey hielo de Estados Unidos, soñó con jugar, y lo hizo. No solo eso, sino que apenas dos años más tarde es campeona del mundo, algo que acaba de lograr con la selección española sub-18. Sin embargo, parece que todavía no se lo cree; humilde, como sus padres le enseñaron a ser, narra el oro de México como si hubiera sido –sí– fruto de su ensoñación, y como si al volver no le hubiera recibido su gente como lo que es: la reina mundial del hockey, pues ese oro se sumó al conseguido el pasado verano junto a varias de sus compañeras del CPLV en las World Roller Games. «Todavía no lo he asimilado. Me gusta que la gente lo sepa por el deporte, pero no me podía creer la sorpresa que me hicieron en el instituto», dice. En su vuelta a las clases, recibió la llamada del director. Mientras él la entretenía, todo el mundo se fue movilizando y, al salir, todas las miradas se dirigieron a ella y a su gesta. Con aplausos y con un ramo de rosas le hicieron ver que es especial, aunque no se lo crea.
La naturalidad la define; no lo dice en un ejercicio de modestia impostada: habla de ello como si no le hubiera pasado, como si eso que ha logrado fuera de otro, pese a ser suyo el esfuerzo. Porque lo es, vaya si lo es. Suyos son todos los entrenamientos y partidos en Valladolid y fuera, con el CPLV y con el Sumendi. Suyos son todos los viajes, los kilómetros que hace cada semana, muchas veces para jugar en línea y en hielo. A la vez, suyas son las preocupaciones por los estudios, porque segundo de Bachillerato no sea este año una barrera que limite otro sueño, el de ser Policía Nacional. Es tal su autoexigencia que sus padres la frenan, son el portero que repele sus frustraciones. Caminante no hay camino, se hace el camino al andar. El suyo hasta ahora tiene tonos dorados por todo lo que ha ganado; es importante preparar cuerpo y mente para cuando haya un terreno escarpado y llegue el tropiezo, porque siempre los hay. Pero también hay que disfrutar.
Paula Prado empezó a patinar de pequeña y empezó a jugar al que es su deporte con ocho añitos. Un día fue a ver jugar a su hermano al fútbol en Los Cerros y vio en el pabellón a gente en patines. Por su mente pasó entonces quizás probar el patinaje artístico, pero cuando fue a probar se lo pensó mejor y se decidió a hacer caso a sus entrenadores de patinaje: lo suyo iba a ser el hockey.
Pasó de no querer competir al principio a entrenar todos los días de la semana, a sabiendas de que «sin esfuerzo no vas a conseguir nada». Y eso que «de pequeña no era de las chicas que destacaban más». Todos sus sacrificios y los de su familia, que se ha mudado a Valladolid desde su localidad –Cabezón de Pisuerga– para que ella y su hermano puedan crecer, ha ido hallando su recompensa. El pasado verano ese «camino tan difícil» le permitió ganar, junto a varias compañeras del CPLV, los World Roller Games, que vienen a ser una especie de Mundial. Este mismo febrero llegó otro oro, más insospechado aún, porque no hay aquí hockey sobre hielo. «Lo veía muy complicado por eso, porque aquí no hay, pero me ofrecieron jugadoras de mi equipo jugar en Vitoria con un equipo de allí. Fui a un partido amistoso, me gustó y seguí jugando. Era mi sueño», explica, con tal naturalidad que no pareciera que en dos años se haya logrado tanto.
A veces no es «consciente» de lo que está haciendo, tampoco en la pista, porque, aunque alguno pueda pensar lo contrario, los dos deportes son bien distintos. «En hielo va todo sumamente rápido y a veces no te da tiempo a pensar en nada; la pastilla se te desliza, todo va muy rápido, la pastilla y la gente, que se mueve más de sus posiciones. Yo estuve jugando un año sin saber frenar y dándome unas leches enormes», señala con una sonrisa. «Cada partido es un aprendizaje», añade, aunque ella se ve «igual». Y descarga el éxito de sus hombros cuando alguien le pregunta por ello: «Me gusta que se le dé importancia, porque hay veces en las que en este deporte aquí conseguimos cosas a las que poca gente presta atención».
Convocada con la preselección de línea este mismo mes, jugará antes con el CPLV en Bilbao y por la noche se marchará a Vitoria a jugar en hielo. De ahí tendrá que desplazarse hasta Zaragoza para estar con la selección. «Sarna con gusto...», deja en el aire, ese en el que flotan sus sueños, voladores a toda pastilla. «Tengo que dar lo mejor de mí para poder aprobar; si después suspendo, que no sea por falta de esfuerzo», repite con la mente en las oposiciones. «En la pista, igual», agrega, hablando del Mundial de hockey línea, que será en verano en Colombia.
La familia Prado Barajas encontró hace años en el hockey una gran pasión. Una que cultivan con amor, el que se tienen entre ellos y el que proyectan en la pista y en cada competición. Así, son muchos los kilómetros que los padres hacen cada vez que Paula va a una competición fuera, como los que hicieron el pasado fin de semana con motivo de su partido de hielo, en Madrid, con el Sumendi. Sin embargo, este vínculo va más allá de las competiciones de la menor de la casa, ya que su hermano ha jugado también, hasta llegar a la élite, y actualmente ejerce como entrenador en un equipo de niños a los que forma en Arroyo de la Encomienda. Sus padres también se vincularon al hockey como una actividad lúdica y deportiva, puesto que a fuerza de asistir a partidos les entró el gusanillo y dieron pasos formativos para ser, a día de hoy, el padre, anotador nacional, y la madre, árbitro nacional. Todo ello después de mudarse desde Cabezón de Pisuerga, su localidad de origen, con el objetivo de que sus hijos pudieran disfrutar del hockey, que viven como una experiencia apasionada, con un apoyo fundamental para comprender que cuando uno es humilde y trabaja, sus sueños, como los de Paula, se pueden llegar a cumplir.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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