![De las botas de fútbol al silbato de baloncesto](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201910/17/media/cortadas/aitorlabajo-kwUH-RbILftYIATKJPurFRmNQ2zM-624x385@El%20Norte.jpg)
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Dicen los amigos de Aitor Labajo que es el equivalente a una enciclopedia deportiva en ser humano. Que sabe de fútbol, de baloncesto y de casi todo aquello que se le pueda preguntar de este ámbito.
Cuando era niño eligió el fútbol como deporte para ... practicar, pero no tuvo reparo en dar un giro a su vida cuando otro balón se cruzó en su camino. Aitor Labajo sintió la llamada como María Casado (Macarena García) en el musical de los Javis, en este caso por el arbitraje, pero, en contra de lo que pudiera parecer, no se decantó por el balompié, sino por el baloncesto.
Comenzó además en un año complicado, el de segundo de bachillerato, y cumple esta temporada una docena de años al silbato. Pero, ¿por qué? Pues porque a veces los amigos nos empujan a hacer locuras que se convierten en aventuras maravillosas. Algo así le ocurrió a Aitor.
«Unas Navidades dos compañeros de clase que eran árbitros me comentaron que podía hacer el curso y decidí apuntarme. Me llamaba la atención y también era una forma de poder ganar un dinero. Me apunté casi sin pensarlo», cuenta Aitor.
Una actividad para realizar los sábados por la mañana que cualquiera hubiese visto como un fastidio él la vio como algo que «no te quita mucho tiempo del fin de semana».
Cambiar los goles por las canastas no extrañó demasiado a su círculo más cercano, que vieron ese cambio de deporte como algo positivo una vez aceptado el cambio de rol de Aitor dentro del campo: «Mi padre me dijo que casi que era mejor que fuese árbitro de baloncesto porque veía lo que pasaba en la tele con los árbitros de fútbol, o lo que había visto cuando me iba a ver jugar, y no le parecía el mejor mundo para alguien que estaba arbitrando».
Y ahí que se lanzó, primero al curso de formación y después a arbitrar. Su debut llegó en un partido de benjamines en el Centro Cultural un mes de enero típico de Valladolid en el que se heló parte de la pista donde se tenía que jugar. «Pité con una compañera que ya llevaba más tiempo y no fue mal, aunque iba muy nervioso. Fue un poco desastre pero no desalentador. Creo que corrí más que los niños y con menos cabeza que ellos», rememora entre risas Aitor.
La evolución de Aitor Labajo ha sido sorprendente, no porque se trate de un caso en el que la explosión del talento llegue de una manera rápida, sino porque de las más de 30 personas que iniciaron el curso de formación con él solo Aitor sigue en activo. Con esta perseverancia fue poco a poco avanzando. El primer año se dedicó a los más pequeños de los Juegos Escolares, el segundo los infantiles, cadetes y juveniles fueron sus arbitrados. «Siempre te sientes arropado por la gente del Comité que va a verte pitar por las mañanas y que te ayuda. Al tercer o cuarto año empecé a pitar partidos provinciales con otros compañeros federados y el quinto año incluso ya pitaba a gente sénior, que yo tenía en aquella época 18 años y estaba pitando en la Liga Provincial de Valladolid a jugadores de 30-35 o 40 años. Ahí sí que te cambia un poco la visión y te da un poco más de respeto», recuerda.
Cambio de modalidad
Después llegaron las categorías nacionales, categorías en las que arbitró hasta el año pasado. Parecía un idilio perfecto, pero llegó un nuevo amor que relegó a este a un segundo plano.
No, no es que Aitor recibiera una nueva llamada y volviese a cambiar de deporte, es que se encontró con un deporte igual pero distinto que le ha cautivado por completo: el baloncesto en silla de ruedas. Unos partidos en Burgos tuvieron la culpa y desde entonces no ha parado. Ahora asegura que es lo que más le gusta arbitrar aunque tuvo que adaptarse a algunos cambios y a verlo como árbitro.
«La principal diferencia es obvio decirlo: es que ellos juegan con una silla de ruedas. Es lo primero que entra por los ojos. La liga de Castilla y León donde pitaba es una categoría semi profesional, de formación de jugadores, mientras que la Liga Nacional de Silla de Ruedas es una categoría profesional. La gente cobra dinero, se juegan el pan cada partido, hay equipos que ascienden, descienden, fichajes...», explica Aitor.
El nivel de exigencia se amplió en esta Liga Nacional, le permitió también viajar a diferentes puntos de la geografía, lo que ayudaba a que él mismo se autoimpusiera una mayor exigencia. Además, este nuevo reto le supuso cambiar el 'chip' porque, aunque desde fuera parezca lo normal, en pista los jugadores son capaces de gestionar las acciones y los árbitros solo deben pitar y no intervenir. «Una de las primeras veces que pité, que ni siquiera pertenecía aún al Comité de silla de ruedas, pité con Óscar Hernández. Durante el viaje me dijo algo que parece muy duro, pero que es clave: «no les levantes ni te acerques a ayudarles. Son jugadores profesionales o de escuela y ellos saben levantarse». Y choca, porque lo que te pide el cuerpo es ir a ayudar, pero ellos saben caer con la silla y levantarse. Si en algún momento se hacen daño y necesitan que el juego se pare te lo piden», asegura.
A pesar de estar entregado al arbitraje al baloncesto en silla de ruedas, Aitor no olvida de dónde viene y siempre que puede pita partidos escolares o echa una mano a los nuevos: «Suelo intentar pitar todos los sábados por la mañana y los que no intento ir a ver a los compañeros nuevos. Es una manera devolver el trabajo que hicieron con nosotros cuando empezamos».
En doce años de arbitraje Aitor ha tenido tiempo de recopilar anécdotas y chascarrillos. También de sufrir a sus amigos con sus chanzas, pero a los que siempre termina confesando los hechos más divertidos.
Como aquel día que pitó en San Isidro porque no había otro árbitro disponible y al final del encuentro un niño le pidió el silbato porque le gustaba el color. «Le regalé el silbato, porque esas cosas nunca te van a pasar cuando arbitras a gente mayor», cuenta. Pero sin duda, la anécdota que se lleva la palma, el oro en la competición de anécdotas, la que siempre cuenta cuando puede es la que le ocurrió yendo a Pedrajas a pitar un domingo por la mañana. «En uno de los cruces saliendo de Olmedo a Pedrajas estaba la Guardia Civil puesta en los dos sentidos y nos pararon a hacer el control de alcoholemia. Conducía mi compañero, dimos 0,0. De pronto empezó a pitar el coche de al lado, eran jugadores de uno de los equipos. También los pararon y también dieron 0,0. Y entonces nos dijo muy amable la agente de la Guardia Civil: «¿Van ustedes a un partido?» Le contestamos que sí y que además los dos equipos seguramente pasarían por ese mismo punto y nos contestó: «Pues van a llegar todos tarde porque vamos a pararlos a todos». Empezamos el partido con 45 minutos de retraso», recuerda aún entre risas.
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