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Cuando uno construye un castillo de naipes, nunca lo hace esperando que el viento de repente llegue y tire al traste todo lo que uno ha hecho. Pero pasa. Pasa, como cuando la marea sube y se traga el castillo de arena que con tanto empeño, con cubo y pala, hizo alguien con sus ilusiones. Y cuando esto pasa, uno tiene dos opciones: alejarse de los restos que el aire o la mar han dejado o aprender de lo que ha pasado y volver a construir su castillo, sea del material que sea, si no más alto, cuando menos con una base más firme, más sólida. Y es que la vida enseña que todo cuesta, que si caemos es porque tan solo así aprenderemos cómo levantarnos. Aunque haya veces –muchas– que duela edificar algo y que parezca perdido, es tan solo parte de un proceso en el cual lo verdaderamente importante no es cuántas ocasiones has caído, sino cuántas estás dispuesto a no rendirte, a levantarte y a volver a caminar.
Si bien apenas ha cumplido los 18 años hace escasos días, bien sabe Bárbara Prieto que todo lo anteriormente escrito, aunque a alguno quizá le suena a filosofía barata sacada de un libro de esos moda, es tan real como que ella lo ha vivido. Sabe, aun siendo tan joven, cuál es el sabor amargo de una lesión, de verse apartado de lo que uno disfruta, de lo que uno es o de lo que uno ha sido. Y sabe cuánto cuesta no dejarlo, ya que por momentos pensó en hacerlo y abandonar el atletismo, ese que tanto le había dado, por culpa de su dichosa rodilla, del tendón que tanta guerra le dio y que hizo que durante dos años no fuera «la de siempre».
La Bárbara de siempre era una de las más firmes promesas del atletismo español; campeona de España varias veces, premiada y piropeada por todos. Su sonrisa brillaba más que sus rizos, era la espontaneidad hecha atleta. Pero, como el siempre no existe, como solamente existe el presente, un día todo se volvió oscuro. Un día el tendón rotuliano se le empezó a inflamar y a impedir no ya que pudiera competir, porque lo hizo durante meses, sino que tuviera un día a día normal, siempre con dolores incluso al caminar. «En 2018 hice la marca mínima para el Campeonato de España y pasé a semifinales, pero en diciembre competí y no estaba en la misma marca. Lo dejé hasta febrero, pero cuando volví a entrenar seguí sin encontrarme bien», recuerda. Tal es así que su cabeza dijo basta y, si bien durante un tiempo siguió intentando reencontrarse, fue sin ánimo, con malas sensaciones y con más dolor, hasta que paró. Si lo hizo fue porque lo necesitaba, física y mentalmente, después de que «la cabezonería» le pudiese: no era capaz, pero quería seguir intentando disfrutar, intentando ser de nuevo... sí, «la de siempre», como le dicen tantos, como si el capricho fuera suyo, en lugar de ser del destino y de esa lesión que le sobrevino.
Y en ese trayecto, mientras todo el mundo le recordaba tanto todo lo que había sido hasta entonces como deportista, y también como persona, la presión le pudo y poco a poco empezó «a empeorar». En ese trayecto llegó a pensar dejar de intentarlo. «Me lo planteé más de mil veces. No le veía salida a nada, se me juntó con problemas personales y en los estudios. Pero en mi cabeza, en verano, algo hizo 'clic', y aquí estoy, sin lesión ya y muy contenta», narra. Lo está tras volver a competir, en un equipo nuevo, el Celtíberas de Soria, tras haber militado anteriormente en el Club Atletismo Valladolid. «La rodilla ya no me duele, siento que está perfecta. Ha sido una etapa de superación personal. Creo que puedo luchar por la mínima para el Campeonato de España, pero no me quiero presionar», añade. Porque lo primero es volver a ser la que era, no por todos aquellos que la extrañan, sino porque ella se echa de menos más que nadie. «No quiero obsesionarme con la marca para el Nacional. El bajón fue muy grande y estoy igual que si hubiera vuelto a empezar. Solo pienso en disfrutar, fortalecer la rodilla y progresar poco a poco», incide la que fuera campeona de España en longitud y velocidad hace unos pocos años.
Aunque es joven, el pasado es una losa. Una de la que pretende despojarse ahora que vuelve a ser parte de un grupo, de un equipo, con los que entrenar y competir. «Quiero devolverle a todo el que ha confiado en mí el cariño que me han dado. Sin mi entrenador, Sergio San José, sería imposible haber llegado aquí. Ha confiado en mí siempre y nunca se dio por vencido, ni cuando lo hice todo mal. Le debo todo. Mi novio y mi familia también han sido pilares importantes», expone, sin dejar de acordarse del nuevo club que le ha permitido volver a confiar, el Celtíberas de Soria. «El equipo femenino se acaba de crear. Voy a hacer todo lo posible por ellos, dado que han puesto en mí toda su confianza pese a que vengo de estar como he estado en los dos últimos años», agrega.
Bárbara Prieto defenderá esos colores del conjunto soriano hoy mismo, en la primera ocasión que se le presenta para buscar estar en el Nacional. Si no la consigue no pasará nada, porque antes de pensar en los pisos altos, piensa en los de abajo, en los cimientos de su nuevo castillo de naipes. El atletismo le dio mucho, y por eso no lo ha abandonado, aunque sea 'otra Bárbara'. No peor, sino con más experiencia, quizá distinta; y desde luego más sabia.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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