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Es para pensarse si volver.Lo de Robert Millar, digo.Es para pensarse si volver, si cruzar los Pirineos, si bajar más allá de Somport.
Es para pensarlo, oigan.
Un hotel. Calle García Morato, Valladolid. Dos personas que conversan. Uno tiene pelo cada vez más encanecido, sonríe mucho, habla con voz muy alta, perentoria. Javier Mínguez es de esos que esconde la sabiduría detrás de un (aparente, solo aparente) trazo grueso. El otro es moreno, muy moreno, con ojos color avellana septembrina, manos grandes, pelo crespo, el gesto concentrado. Dicen que sabe sufrir más que ninguno en el pelotón, cuentan que igual se excede. Está a pocos segundos en la general, Vuelta a España, año 1986. Y mañana hay crono.
Javier reflexiona. Mira, es para especialistas. Treinta kilómetros, casi todo recto. Salimos desde la Feria de Muestras, luego bajamos por Salamanca hasta el Paseo de Zorrilla, y nos lo hacemos completito, y después hasta el Puente Viejo de Simancas. Escuadra, pasas el Duero, escuadra, carretera de Rueda y volver. Serán unas quince curvas, o así. Y todo plano, planito. Vamos, que de acoplarse y sufrir, acoplarse y sufrir. Y tú, ahí, ganas, Álvaro.
Tú, ahí, ganas.
La Vuelta fue... pues como todas las Vueltas de entonces. Lo miras con ojos de ahora y espanta el recorrido, porque hay poca montaña, hay pocos encadenados y hay cosas cuchufletescas. Pero las carreterucas eran distintas, y los ciclistas eran distintos, y los directores eran diferentes, y qué diversión entonces, sí, qué diversión.
Por Santander, por ejemplo, que siempre llegabas tras La Sía y Alisas, a Santander. Ahora ya no, ahora se prueban otros asuntos, pero La Sía y Alisas están ligados a mi infancia. Con niebla, lluvia, mal tiempo, con jatos mirando bicis, con tíos a los que paraliza el terror en esos descensos hasta valles verdes. Mejor frenar, mejor vivir. Por ahí se escapa Kelly, porque a Kelly estos puertos de ocho kilómetros le vienen fenomenal, pero acaban pillándolo, paso a nivel mediante (ese paso a nivel que hay en Ceceñas tiene más historia ciclista que muchos equipos del World Tour). Gana Blanco Villar, que tiene brazos de estibador, piernas de estibador, espaldas de estibador y una sonrisa de buena persona grandísima. Amarillo para él, favoritos en espera...
Mismo hotel, calle García Morato. El ciclismo es así, conviven rivales (fraternizan enemigos irreconciliables) como si nada.
Mismo hotel, silencio. Robert Millar es reflexivo, masca introspección. A Robert Millar le decimos Robert Millar porque entonces le decían Robert Millar, pero ahora es Philippa York, y solo se trae aquí el otro nombre porque cuadra con la época a narrar. Así que no me busquen el traspiés al gato, por favor...
Robert, Robert Millar, piensa, descansa, tiene las piernas en reposo, mira con atención el maillot amarillo que ha de defender horas más tarde. Igual rumia lo de doce meses antes, cuando en Cotos... pero no, malos augurios, malos pensamientos, aléjense de mí. Coge un libro (o no), lo deja (o no). Robert Millar está intranquilo, porque no camina mucha contrarreloj, y la de Valladolid es plana como el océano, es plana como un comunicado oficial. Allí no cuenta la valentía, la habilidad en los descensos, el brío de grimpeur. No.
Robert Millar piensa. Tiene la Vuelta en la mano.
Pero no sería la primera vez que...
Asturias fue Asturias. Los Lagos, que de aquella eran el non-plus-ultra, y tenían tanto carisma pop como el Final Countdown de Europe. Allí se destaca Robert Millar, coge amarillo Robert Millar, tiene la Vuelta en su mano Robert Millar, porque trae un Panasonic serio (y no la chufla de doce meses antes), porque no le cogen con el despiste otra vez, porque le deben algo las moiras, sí, a Robert Millar. San Isidro y gana Charly Mottet, francés rubio y pequeñajo, sonrisa triste, mucha clase con poco motor, hundimientos de tercera semana, fama de Míster Proper, cuentan los ciclistas. A Kelly le gotean minutos, y todo está entre Millar y Pino.
Álvaro sale como si alguien le debiese dinero. Rabioso, espalda inclinada sobre el cuadro, pecho casi pegado al manillar. Una cinta (una cinta que es más ochentera que Naranjito, que es más ochentera que Martes y Trece, una cinta donde pone Zor-BH) cruza por sudores y pelo rizao. Rueda delantera más grande, la otra lenticular. Si tú pones la foto de Pino junto a la de Charly Mottet (ganador en Valladolid).... Parecen ciclistas de épocas diferentes, tan salvaje el uno, tan sofisticado el otro
Quizá lo sean.
Va de más a menos. Casi mejor tiempo (un segundo sobre Peio) en el primer punto, cerca de Simancas. Subidón, éxtasis. Luego lento declive. Quinto diez kilómetros más tarde, carretera de Rueda. Ha estado a punto, incluso, de caer en un par de curvas al final, porque llega ciego. Sexto final.
Le vale.
¿Qué queda tras Valladolid? Pues poquita cosa. La Sierra de Ávila, que descansa ese año de épica (tocará doce meses más tarde), un poco de montaña por Cádiz, que escamoteó en huelga de patas tristes, esto es muy duro, cómo nos meten, señores, por el Puerto de Las Palomas. Así que meh. Expedientes.
Ah, y Sierra Nevada.
Allí, camino a Pradollano, se jugó la Vuelta. Ataque desde lejos, aguante, remachando al final. Sí, como con Alberto y Caritoux. Ay.
Quedan quince kilómetros a cima, y Millar acelera. Demarraje seco, violento. Sorprendente, de alguna forma, porque dice que es mejor grimpeur que Pino, porque igual lo más lógico era poner marcha, llevar al líder por encima de sus posibilidades, que hiciese crack. Pero ya es tarde. Va solo, Robert; va sufriendo, Álvaro. A ratos casi se clava, a ratos mueve demasiado los hombros, le chorrea sudor desde la barbilla, se le pierde el mirar allá, lejos. A ratos todo se pierde.
Pero no.
Quedan quince kilómetros, Millar pilla treinta segundos. Y, entonces... Mínguez. ¿Estaba todo preparado? Miren, al menos lo pareció, porque termina perfecto. Pino sufriendo, Pino perdiendo... y aparece su coche. Te lleva medio minuto, lo ves a lo lejos. Te lleva medio minuto, pero no abre más. Te lleva medio minuto... mantenlo ahí, luego remonta metro a metro. Deja que se desgaste, deja que haga esfuerzo, deja que se le metan demonios bajo las greñas, que dude, que no tenga claro si tomó la mejor opción. Deja que vaya cociéndose, y luego será nuestro instante.
Hazlo por Alberto, grita Mínguez.
(Que no pase lo de Rassos, piensa Mínguez).
Y Pino, seguro, avanza.
Le renta a Pino en Valladolid porque Millar... joder, Millar casca. Vale que es llano, vale que es pequeñuco, vale que es poca cosa, que no pesa na... pero todo eso también gasta el gallego. Y él hizo mejor crono. A ver si es que trae patazas, tú...
Es que sale todo pésimo a Robert, todo pésimo. Hace el decimocuarto (que no es cosa, tú, hacer el decimocuarto si estás pa ganar la Vuelta), pierde medio minuto con Álvaro, palma el amarillo, queda treinta y tres segundos por detrás. Debería ser fácil, pero hay otra crono y... oye, a lo mejor es que este gallego camina más de lo que creíamos, eh, a lo mejor es eso. Y luego lo del pendiente. Que menuda turra con el pendiente, hace un año, y ahora voy y lo pierdo, que se me acerca el tío este de bigotes, el Jaime Mir, nada más terminar la crono, y me limpia la cara con una toalla, y el paisano no trae sutileza en el asunto, y me salta el pendiente, y yo ni me entero, imagina cómo llegué, y me lo acabó devolviendo un periodista.
Vamos, que Millar va segundo, pero frunce ceño.
La ventaja cada vez es menor. En esta curva... doscientos metros. En aquella otra, ciento ochenta. Más allá y casi cien. Mordisquear segundo a segundo. Robert ha caído en la trampa, ha malgastado sus fuerzas, invirtió sin réditos. Pino lo captura entre casas de la estación, Pino entra con él. Ni un segundo entre ellos, conserva treinta y tres en la general. Trabajo (casi) concluido, porque Kelly mira a más de cuatro minutos.
El escocés lamenta. Aquí siempre pasan cosas raras. Que no le dieron referencias de tiempo, que nunca dejaron pasar a su coche, que Pino tuvo a Mínguez, pero él... Y lo otro. Lo otro. Ayer, miren... estábamos en un hotel sin restaurante, y fuimos a cenar al único sitio que encontramos abierto por Jaén, donde nos pusieron unos espaguetis incomibles. Así que nada, se quedaron allá, y tuvimos que dormirnos con pasteles que compramos en una pastelería. Es extraño esto. Y en vísperas de la etapa clave. Es extraño.
(Millar no tiene pinta de venirse a veranear por las Españas).
Luego... apoteosis. En Jérez que reciben a pino agitando ramas de... en fin, ramas de pino (menos mal que el tío no se apellidaba, no sé, platanero, porque la logística iba a complicarse mogollón). E incluso se nos gana la crono, porque el amarillo da alas, y terminó más fuerte que nadie. Alberto Fernández ya tiene su Vuelta, Javier Mínguez sonríe, disfruta, respira. Robert Millar hace siete cortes de mangas, suelta catorce 'fuck you' y se vuelve para las Islas, a pillar algo de fresco.
Y Pino... Pino nunca volvió a caminar tanto. O igual sí, igual en aquella segunda semana mágica de 1988, cuando tenía patada cuesta arriba absolutamente demoledora. Pero ya le habían pillado abanicándose, y en 1987 no pudo salir por lesión, y en 1990 casi se desmenuza la rodilla en cien trozos para ayudar a su líder-sorpresa, que era Marco Giovanetti, y Marco Giovanetti estaba más solo que un youtuber en Saber y Ganar. Ese era Álvaro Pino... el pundonor y la desgracia, el apretar los dientes más que nadie, el forzar sus propios límites de manera tan agresiva que... en fin, que acababa haciéndose daño. Ese.
Y el ganador de la Vuelta 1986, cómo no.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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