Julio Jiménez, aupado a hombros tras ganar la Subida a Arrate en su edición de 1965. El Norte

Julio Jiménez, el hombre que estuvo allí

Por encima de su palmarés, el 'Relojero de Ávila' estuvo presente en algunos de los momentos más inolvidables que nos ha regalado el ciclismo

Miércoles, 29 de noviembre 2023, 10:46

Es curioso lo de Julio. Lo de Julio Jiménez, digo. Al margen de sus éxitos, de sus gestas, del grimpeur mayor que sembró terrores y minutos por cols sesenteros. Pero más allá de lo evidente, más allá del palmarés, de lo que usted puede consultar ... en wikipedias y similares... está lo otro. La presencia omnímoda de Jiménez en algunos de los momentos más inolvidables en esto de las bicis.

Publicidad

Y, muchas veces, como protagonista omitido. Ganador, pero oculto.

Qué cabrona, la historia.

La Vuelta de Altig.

La primera vez es casi incidental. Vamos, que él pasaba por allí, y tampoco hay tanta mitología en el asunto. Pero es que llama la atención. Lo de Julio Jiménez, digo, con la leyenda, con las historias que todos sabemos, con los momentos grabados a oro (o lágrimas) en la historia de la bici. Él estuvo, estuvo en muchos. Pero nunca como protagonista. Aunque a veces ganara.

No en la Vuelta de 1962, oigan. Allí el desempeño de Julio Jiménez (Ávila, 1934-2022) fue discretito. Pero discretito, discretito, oigan, discretito de narices, de qué discreto es este asunto. Tenía ya veintiséis años, que es edad para estar destacando en rollos de bicis, pero es que empezó tarde, y en realidad era profesional pero no profesional-profesional, así que... Vamos, que no apareció por cabeza, y terminó el cuadragésimo sexto en la general, por delante de Manuel Martín Piñera y Francisco Valada. Por delante únicamente de ellos, digo. Vamos, que antepenúltimo. Guarden dato (y guarden a Martín Piñera).

Julio, a su paso por Ávila en la Vuelta a España de 1965.

La cosa en aquella Vuelta fue que un equipo dominó como pocas veces, aunque desde la discordia y los recelos. Era el Saint-Raphaël, con Jacques Anquetil aspirando a ser el primer paisano que gana las tres grandes. Pasa que todos corrían como galgos en esa escuadra, y que metieron a cuatro entre los siete primeros, a cinco entre los diez... y ninguno era su líder. Rudi Altig le hizo la chapuza a Jacques, le fue mordiendo tiempo desde el principio, filtrando escapadas, currando sin currar, y el resto es historia... Crono entre Bayona y San Sebastián, ochenta y dos kilómetros, Anquetil es favorito, Altig gana, el normando abandona esa misma tarde, porque está maluco de la garganta y de las gónadas, hinchadísimas por las traiciones. Faltaban veinticuatro horas para el final de la Vuelta.

Publicidad

Faltaba un año para que Anquetil triunfase en Madrid.

Gana Poulidor (sí, no es errata).

Para 1964 ya era Julio Jiménez una estrella. O en ciernes, como poco. Lo había fichado el Kas, tenía a Langarica en el coche, compañeros como Uriona, Vélez, Momeñe, Elorza o Gabica. Así que cosa importante. Y no tardaría en demostrarlo.

Por la Vuelta, sí. Favoritos indiscutibles son Van Looy y Poulidor. Pasa que uno sube regu y el otro... en fin, arrastra fama de gafe, de eterno segundo, de estar súper feliz viendo a los otros llevarse victorias mientras él recolectaba abrazos. Igual existía ahí una falla, una que pudiera aprovechar cierto corredor valiente, con poco pelo y mucho brío a la hora de escalar.

Publicidad

Fue subiendo Pajares, el mito que hay entre Asturias y León. Por aquel entonces... uno de los puertos más duros que se subían en la Vuelta a España, ahí, ahí con El Escudo y Urkiola... no busquen Lagos, ni Sierras Nevadas, ni, por supuesto, Anglirus o similares.

Y eso, que pillas Puente los Fierros y hasta arriba. Pero hasta arriba y bien arriba. La Muela, Flor de Acebos, el propio pueblo de pajares, cada vez más y más pindio el rollo, hasta el kilómetro final, que agarra dolorosamente. Mucho se sufre, sí, antes del Parador. Pero Julio sufre menos que los demás, porque escala más rápido, porque tiene facilidad en sus patitas de alambre, porque nació para llegar muy pronto a la cima de los Cols. Arranca abajo, mete dos minutos y medio al pelotón, enlaza con Ángel Gutiérrez, que iba por delante, llega en solitario a León con más de siete minutos, se viste de amarillo, la vida sonríe a este viejoven de sonrisa pícara y gesto tímido de quien timidez no alberga...

Publicidad

Julio, en una mesa redonda organizada en Ávila en 2021; abajo, junto a Bahamontes y Perico Delgado.

Le duró veinticuatro horas el asunto, porque hubo crono entre Becilla de Valderaduey y Valladolid, y ganó Poulidor, y trincó liderato Poulidor, y quedaban solo dos etapas sin mayor historia, y Poulidor pilló su única Gran Vuelta. «No ganará nunca más, y esta porque se la hemos regalado», dijo José Pérez Francés, un fortachón de Peñacastillo que eran tan buen ciclista como guapo (y gastaba unas pulgas pésimas, oigan). Jiménez fue quinto al final, porque Jiménez lo de rodar contra el crono... mejor pasapalabra, oigan.

Así que ahí estuvo, El Relojero, viendo en primera persona cómo el segundón más segundón de todos los segundones que en el ciclismo hubo, el Poulidor que poulidoreaba, triunfó en esta ocasión...

Oigan, en el Volcán gané yo...

Publicidad

Piensen, piensen... seguro que acude esa imagen a su cabeza. Jacques Anquetil y Raymond Poulidor en el Puy-de-Dôme. Hombro contra hombro, sus sudores que se mezclan, el jadeo del rubio acompasa el jadeo del cetrino, sus ruedas a punto de tocarse, sus tendones rompiéndose, los rostros brillantes de sudor, oscuros de polvo. Sí, lo han visto mil veces. Saben, también, cómo acabó el asunto, con Anquetil quebrándose ya en el último kilómetro, clavado, perdiendo tiempo y años de vida, con Poulidor delante, avanzando a trompicones, él también clavado, quizá temeroso de ganar al fin, de triunfar y que no lo quisieran tanto. En meta le faltaron catorce segundos para vestirse con el maillot jaune. «Me sobran trece», dicen que dijo Jacques...

Pero allí estaba Julio. Sí, como lo oyen. Ganando, nada menos. Por delante desde que empezó lo duro, tras el descanso de La Font de l´Arbre. Allí puso su ritmo, primero, seleccionó más tarde, acabo demarrando. Va solo, Julio se va solo, y tras él sale Federico Martín Bahamontes, que quería ganar el Tour en esa etapa, que miraba al abulense con rostro girao de quien atisba el futuro mordisqueando talones. Fede que deja tirados a los dos franceses, sin esfuerzo, sin quebrar pedalada, sin crispar rostro, tan superior es, tan superiores son. Sube el final sentado, moviendo los hombros, recordando, quizá, aquella crono de 1959, cuando era el rey. Pero no le da, hoy no le da. Julio es imparable, Julio es Bahamontes con menos años y peor pelo. En el Aubisque flaqueó, y a Fede le pudo la soberbia, la ambición, ese espíritu anárquico, ese Casseur de Baraque que le inflamaba por dentro. Quizá allí perdió uno La Grande Boucle y otro una cita con historia mayor. Quizá. Pero en el Puy-de-Dôme es incontenible. ¿Premio chico?

Noticia Patrocinada

Alzar los brazos en la etapa más mítica de siempre (o top five, no se me solivianten).

Cosa seria, diferencias enormes. Aunque nadie recuerde que aquel día ganó Julio.

Un Tour que marcha, una vida se fue

El Tour de 1967 se corrió con selecciones nacionales, y por eso no trincó el jaune Julio Jiménez. Así, en crudo, porque lo tenemos clarísimo. Con Bic no se le escapa ni de coña. Pero es que aquella selección hispana pues... establecimiento con lucecitas rojas, ustedes me entienden.

Publicidad

Aquel año, de hecho, gana Roger Pingeon por una escapada en el primer sector de la quinta etapa. Arrancó subiendo el mítico Muro de Thuin, una subida salvaje, con adoquín y pendientes que te retuercen los riñones, una que decidía Flecha Valona antes de que Flecha Valona fuese el coñazo actual. Allí arranca, digo, Pingeon, y en Jambes pilla seis minutos a los «buenos». Terminó Julio a menos de cuatro, así que... echen cuentas.

Y con cronos, eh, que Julio en cronos nunca hizo más que perder carraos.

Y eso, que al ataque en cada monte. En Galibier, en Mente y Portillon, otra vez en el volcán de la Auvernia, ese que holló tres años antes. Y, claro, en el Mont Ventoux.

Publicidad

Aclaremos... aquel día Julio no obtuvo ventaja apreciable, porque subían el Gigante, sí, pero luego iban hasta Carpentras, y allí hay un montón de llano, y esa bajada interminable del Ventoux, esa con grandes rectas, esa donde se pedalea divinamente. Así que lo pillaron otros seis, y allí estaba Pingeon, y Gimondi, y ganó Jan Janssen.

Pero lo importante, la historia, quedó kilómetros atrás.

Porque ataca Julio en el Ventoux, y hace calor, mucho calor, tanto calor, y va adelantando a ciclistas que iban escapados, que buscaban trincar algo de tiempo antes del Chalet Reynard, antes de que el mundo se acabe y entremos en la Luna. Va adelantando ciclistas, digo, porque busca voltear su Tour, busca entrar vencedor en París. Busca, también, sacarse espina del año 65, cuando iba escapado con Poulidor muy cerquita del observatorio, a punto de dar la última curva, cien metros faltan... y pasa lo del cubo. Que le echan un cubo de agua fría en el morro, a Julio, y eso le desconcentra, y Poulidor aprovecha para acelerar, y gana en la cima, y qué rabia eso, qué rabia.

Publicidad

Así que en 1967... desatado. Desatadísimo. Tanto como para adelantar a todos los ciclistas, coronar el Ventoux con más del minuto, ver cerca la victoria. Pero... uno de ellos, uno de los que quedaron detrás le pareció a Jiménez extraño. Lo miré y era como si no viera nada. Es inglés, suda mogollón, lleva los ojos perdidos, entre el asfalto y las rocas que relucen aquella tarde de sol violento. Se llama Tom Simpson, y su corazón se detiene allí, a dos kilómetros de la cima. Cayó una primera vez, dicen que dijo aquella frase que realmente nunca dijo, dicen, eso de «súbeme de nuevo a mi bicicleta», «put me back on my bike». Otro desvanecimiento y su cuerpo queda sobre el asfalto, pies sin sacar de los rastrales, unido a la máquina hasta el último momento. La prensa dice que sufrió una caída, que fue un desliz, que se golpeó la cabeza. Después se sabrán verdades. Alcohol, anfetas, excesos. Quería aspirar a lo más alto y no contemplaba límites.

El Ventoux fue su tumba.

Un monstruo viene a verme

Ya no era el que fue. Julio, digo, ya no era el que fue. Pero aun daba para cosas interesantes. Vale, tiene treinta y tres añucos, pero uno más gastaba Bahamontes aquel día de Pau, y mira tú aquello, cómo me dejó tirado en Aubisque, no me olvidó, no, del Aubisque.

Así que... Para el Giro. Estuvo a punto de trincarlo dos añitos antes. Suelta la maglia, Julio, suelta la maglia, le decía Jacques Anquetil, pero él que no, que le hace ilusión, que disfruto el día a día... y después nada, ni pódium. Tiempos pasados. Qué felices, sí, éramos con Jacques. Qué majo, qué tipo grande. Él y Gem... qué felices.

Ahora está Jiménez para otras cosas. Trincar escapadas, pelear montañucas, coleccionar cimas de prestigio. Como esa que debuta en Italia, la que trepa hasta el Rifugio Auronzo, al pie de las Tres Cimas de Lavaredo. A ver, realmente subieron un año antes, pero aquello fue de traca, macho, allí empujaron a todo el que llevase maillot, y Gimondi fue primero porque organizó mejor a sus tifosi. Vamos, una vergüenza, un sonrojo, como para no volver. Pero dile tú a Torriani que no puede volver...

Publicidad

No, Torriani vuelve. A la primera oportunidad. Para resarcirse.

Capilla ardiente de Julio Jiménez, en junio de 2022. R. Sanchidrián-Efe

Así que final en Tres Cimas, y Jiménez que mira al cielo, preocupado. Escalador fino, delgaduco, de carnes magras, con poca chicha para oponer al frío y la nieve. Y hoy hay, sí, frío y nieve. Tuerce el gesto Julio. No me gusta, no. Marcha tercero en la general, a tres minutos del rosa, a minuto y medio del belga, del monstruo, de ese muchacho con cara de Gengis Khan, pelo oscuro como la noche y mueca así, como torcida, como de timidez carnívora. Ha ganado Julio en Lido di Caldonazzo, tras subir Bondone y Vetriolo, ha aguantado en Grappa, en Joux. Mira al pódium, mira al rosa. Cuidado, Julio, dice Gem... el nuevo es pura ambición. Es Anquetil con hambre.

Es Coppi bien alimentado.

Así que Julio desconfía, y afronta Lavaredo como el momento último de su carrera, el todo o nada. Aquí sí, aquí no.

Pero... la nieve. Y el frío, y la niebla, y el agua. Y Merckx, sobre todo Merckx. Cuando Eddy y Adorni aceleran, en el muro que hay después de Misurina, Jiménez está allí. Pero no puede, no puede ir con ellos, es incapaz, está impotente. Cuesta arriba... lo desbordan. Cuesta arriba. A él, que domeñaba puertos y hombres. A él. Todos los años le caen encima, sobre su maillot naranja, como si fuesen de plomo. Todos los años. Sube reptando aquel puerto inmisericorde, aquellos cuatro kilómetros que son aun más duros, aun más, que los del Puy-de-Dôme. Cuando cruce meta y le echen mantas por encima, Eddy Merckx ya está atendiendo a la tele. Entró hace diez minutos. Una nueva era ha empezado, y ya no es la suya.

Ya no será el tiempo de Julio Jiménez, aquel hombre que siempre salió allí, al fondo, en las fotos legendarias de las bicis...

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad