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Me cuentan mis fuentes que Golobar podría ser cima en la Vuelta a España. No para 2024, no, más adelante. A ver, me cuentan mis fuentes significa que leo en los periódicos, tampoco nos flipemos, pero queda mejor lo de las fuentes. Y nada, que me digo... oye, vamos a enseñar a estos señores tan amables todo el rollo ese de Golobar. Que es duro de narices, oigan, porque iré en bici. Agonía y angustia, pero es que el periodismo gonzo es así. Cualquier cosa por los lectores.
Y merece la pena, prometido.
Si lo haces, hazlo bien.
Quiero decir... si vas a subirte hasta Golobar pues no seas tan perezoso de ir en coche a Barruelo y luego pa arriba. Que ya sería suficiente, Marcos Pereda, que estás gordito... Pero no, mantengamos formas y reputaciones. Una vuelta, ochenta kilómetros, sobre mil quinientos metros de desnivel. Tampoco es para ponerlo en el currículum, pero a mí me vale. Salgo de Reinosa, subo El Bardal, subo Valberzoso, subo Golobar, bajo otra vez hasta Reinosa. Va a estar guay. A ver si sale un día bueno...
Ok, cero grados en Reinosa.
Cero grados en Reinosa. Tampoco es extrañísimo, porque Reinosa... en fin, Reinosa. Que Reinosa es un sitio de piedra y escarcha. Tiene fiestuquis por septiembre y debías subir abrigao de narices, no les digo más. Y eso, cero gradines en Reinosa, y los caballos con cabecitas apoyadas en grupa ajena por los predios, para ver si pillaban algo de calor. Yo voy que parezco un ferrocarril antiguo, echando humo como máquina de la Union Pacific.
Vale, empieza El Bardal. Son cuatro kilometrucos, sin mayor exigencia. Bueno, salvo el frío. Y la niebla, que no me deja ver a cien metros. Y, como hace tanto frío (y hay tanta niebla), llevo las gafas más empañadas que Alex Zulle en un triatlón blanco. Al menos está pintón, el camino. En Villaescusa, ejemplo, tienen nidos de cigüeñas a montones. Entiendo que para algunos de los que me leen esto sea de lo más normal, pero yo es que vivo en Cantabria, y allí no bajan muchas cigüeñas, y nuestros nidos más tochos son los de urracas, y nada que ver, oigan, nada que ver. Así que te entretienes contando (uno, dos, diez, catorce) y pillas ritmo constante, que la cuesta arriba, con esta gelidez, pide ritmo constante. Allá abajo el Híjar rumorea fuerte; aquí aún no amaneció, pero hay un asubiadero saladísimo (un asubiadero de canto gris y tembleque constante) con chimenea. Chimenea que gasta hollines negros y restos de tiznes a no mucho pasado. No sé si se lo dije antes, pero es que hace frío potente...
Subiendo no, subiendo no lo notabas. Subiendo había niebla, una niebla fina que ves moverse por el aire como si soplara gigante caprichoso, y se te posa en brazos y patas cual agujas de coser sisas. A un rato asoma el arcoíris, arcoíris de ocho colores... sumen siete, añadan el gris nube. Un segundo, soplido fugaz, se fue. Por las cunetas asoman telarañas en escajos, telarañas cubiertas por hielo, y es como si fueran goterones de leche que fue perdiendo algún cirro. Después recuerdo lo de mi aracnofobia, y se me pone piel de gallina.
Aun más.
Aquí, en toda esta tierra, hay unas iglesias pequeñucas, poco llamativas. Románico humilde, de sillares que amarillean y aspecto muy poco filtro de instagram. Pero esconden joyas, claro. Pinturas, pinturas del bajo medievo, pinturas que recorren ábsides y paredes como si quisieran cubrir de color el mundo. Las hay en La Loma, en Mata de Hoz, en Valberzoso. Mismo taller, seguramente. Igual mano, en algún sitio. Quién sabe...
Comienza el descenso. Miren, muy rápido no voy, porque tampoco debo ir rápido, y porque hay zonas con hielo, y porque se me quedan las patucas como calippos de lima-limón. Ha abierto un poco la niebla (ningún puerto es infinito, las brumas tampoco), y el asfalto refulge con palidez de princesa Románov. En las cunetas veo setas enormes (yo no sé sobre setas, así que nada de arriesgar), setas pequeñas (setas que tienen bombín, como si fueran un lord inglés bajito) y escaramujos con drupas rojísimas que navideñean el paisaje. De escaramujos sé algo más, así que paro, pillo un puñao, pelo despacio, quito semillas, meto en la boca. Es una pasta ácida, muy intensa. Gélida, porque el día es gélido.
Siempre hay que hacer estas concesiones al postureo.
Vale, segundo col. Collado de Valberzoso. Miren, si lo desean hago una descripción milimétrica del asunto, con pendientes y velocidades, pero es que no les iba a sacar de nada. Sumen que el asunto es anodino, que hay algodones de niebla escondiéndose tras curvas, que el mundo torna calmo entonces, solo dos o tres piares más tu respiración, que la carretera se pone en plan descarnado al poco de pasar el pueblo y su fuente. Estamos ya en Palencia (hay un ratuco que entro y salgo de Castilla cada pocas curvas), y nos vamos a llegar casi hasta el Valdecebollas. Mejor ni pensarlo. Ah, todo este tramito es bastante duro, con un sube y baja constante, con poca recta, sin apenas llano... si se les ocurriera meter por aquí a los ciclistas profesionales podría... Bah, a quién pretendo engañar, si metieran por aquí a los profesionales pasarían a toda hostia y romperían mis recuerdos, sumiéndolos en la vergüenza más absoluta.
Así que mejor ni pensarlo.
Ah, hemos coronado, y bajo hasta Barruelo.
Barruelo de Santullán es un sitio que recuerda. Recuerda las minas, y los billetes, y los tesoros subterráneos. Recuerda cuando el cura de Salcedillo, hace casi dos centurias, se encontró piedras negras mientras paseaba, y cómo eso cambió su historia. Recuerda ser el mayor pueblo de Palencia, tener el primer cine sonoro, Economato, Cajas donde paisanucos guardaban cuartos tras sacarse hollines de la piel. Estuvieron aquí, censaos, más de 9.000 hombres y mujeres, ahora suman la décima parte. Asoman torres de minería, hay grandes edificios donde procesar, limpiar, clasificar, vender. Todo, en Barruelo, lleva tizne de carbón antiguo.
Cuando paso por allí huele a chimenea, a madera ardiendo. Es olor que siempre asocio a mi infancia, aunque nunca nadie de la familia tuvo más allá de la cocina económica. Pero los niños (yo soy un niño grandón), son así. Hay gente paseando, hay un par de bares con parroquianos curiosos. Hay, también, torretas que parecen dinosaurios con reuma, torretas de filiación steampunk donde hoy enseñan a los chavales qué fue eso de la mina. Cartelones de «Se Vende», silencio. Pasamos rápido por Barruelo de Santullán. Asoma, lejano, nuestro destino último.
Perfil de la ascensión al Golobar
Refugio
de Golobar
Salida
2,2 Km 10%
de media
1.600
Brañosera
1.400
Barruelo
de Santullán
1.200
Salcedillo
1.000
1,7%
4,9%
8,9%
5,3%
4,1%
3,5%
2,3%
4,7%
5,5%
7,3%
Pendiente
media de
cada tramo
6,7%
5,6%
7,5%
10,5%
Trazado
Refugio
de Golobar
Cantabria
Palencia
Río Camesa
2,2 Km 10%
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Área de mapa
Barruelo
de Santullán
Salida
Perfil de la ascensión al Golobar
Refugio
de Golobar
Salida
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2,2 Km 10%
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Brañosera
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Pendiente
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cada tramo
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Refugio
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Perfil de la ascensión al Golobar
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de Golobar
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media de
cada tramo
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Perfil de la ascensión al Golobar
Trazado
Refugio
de Golobar
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de Golobar
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Brañosera
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cada tramo
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Hasta Golobar hay casi catorce kilómetros. Cinco, tranquilos, por el bosque de La Pedrosa, antes de paladear Brañosera. Casi no tenemos rampas, puedes subir mirando, observando, deleitándote, sin los agobios del jadeo y las pulsaciones en sienes. Aquí, hace años, hicieron una intervención artística. El Bosque de las Palabras, le dijeron, y consistía en esconder, como al descuido, palabras enormes entre la foresta. Palabras que se tallaron en un material biodegradable, claro. Así que tú ibas allí, con la caminata, con tu perrito, y te encontrabas, sin saber cómo, un «amor» reposando sobre cagiga, o un «madre» posao en roca. Hay, incluso, una letra «eñe» que nos saluda justo antes del pueblo, desde la cuneta. Es una «eñe» enorme, una «eñe» de categoría, cubierta de musgo y con cierto aire aburrido. Muchas palabras contienen la letra eñe, palabras como «añagaza», o «pezuñas» o «tañer» de campanas. O ñandúes, yo hablo mucho de ñandúes.
Suena bonita, la «eñe».
ca nadie de la familia tuvo i se grande), son aslor que siempre asocio a mi infancia, aunque nunca nadie de la familia tuvo i se
En Brañosera hay un cartel donde dice que estoy entrando en el primer municipio de España.
Bueno, en fin... matices.
Cuentan que si Brañosera enseñoreó el primer fuero, o al menos el fuero más antiguo que conservamos. Año 824, que es hace mucho, y entonces no había España, ni Corona de Castilla, ni Reino de Castilla, ni Condado independiente de Castilla, ni ná. Principiando repoblaciones, para que ustedes contextualicen. Y, así, se conceden fueros y cartas pueblas, que paréceme a mí más lo de Brañosera una de éstas, pero si Gonzalo Martínez dice que fuero... en fuero quedó.
Allí un tal Munio Núñez y su esposa Argilo conceden beneficios, exenciones y mogollón de ventajas a quienes fueran a poblar sitio tan salvaje que se conocía como «Braña de los Osos». Valerio, Félix, Zonio, Cristuébalo y Celvello, con sus respectivas familias (pedazo nombres, tú). Ellos crearon lo que hoy es Brañosera. Y este tal Munio Núñez, dicen, fue bisabuelo de Fernán González, el de Simancas y Sepúlveda.
Ya ven, qué de historias por Brañosera.
(Y qué de letras «eñes»).
Por Brañosera la cosa empieza a ponerse seria. Para la bici, digo. Justo frente el ayuntamiento... rampón. Pero rampón gordo (o rampón que se hace gordo al periodista gordo). Afortunadamente hay allí, también, un oso de mentirijillas sosteniendo entre sus garras el fuero, en homenaje a pasado y nombre. Estas cosas, de sabor local, a mí me entretienen de los dolores. Cien metrucos y un anciano junto a la carretera, con mastín mastodóntico sentado al lao. Reconozco a Cholo (ya les dije que frecuento el lugar), saludo. Cholo tenía un restaurante en Brañosera, un restaurante donde muy rico todo, pero donde destacan los bruños... pena que ya no puedan ir allí a probar los bruños, oigan, porque es delicatessen... se iba a acordar de mí, prometido. Y eso, que saludo a Cholo, y él me dice algo así como «he visto a algunos que subían más lento, pero a muchos que subían más rápido». Certerísimo, el Cholo, cuánta razón.
Ay.
Ah, en la primera herradura (una herradura a derechas, preciosa), contemplas directamente el bosque que rodea al pueblo (pueblo con hilitos de humo saliendo de casas, con dos o tres candiles aun prendidos, con figuras pequeñucas que se mueven por entre calles). Es un bosque de hayas y robles, uno que tiene hojas color pan recién salido del horno. Pan muy hecho, sí.
Aquí en Brañosera, hacían unas jornadas culturales de gran enjundia, aprovechando el asunto del Fuero. Sucumbieron a economías y dificultades, pero eran cosa de relieve. Un año hablaban del lenguaje castellano, otro de las constituciones, o de historia en el medievo, o de gobernanzas por municipios. Y con ponentes de primera fila, oigan. Cuentan que una vez trajeron a un tal Adam Moniuszko, que es doctor en la Universidad de Varsovia. Adam aterrizó en Madrid por la tarde, y le subieron hasta Brañosera con la luna asomando, así que no vio nada del camino. Al día siguiente, cuando despertó, no podía creerse el lugar, todo rodeado de bosques, pura montaña palentina, solo aves en el cielo y escarcha en cunetas. El campus más rural de todos.
También el más bonito.
Hasta arriba del Collado hay otro par de kilómetros. Son más duros, como si la carretera quisiera prepararte. Mira, escritorzuelo, no me toques las narices, que se pone el asunto para los mayores. A ver, tampoco nos volvamos locos... todo fácil de asumir, pero ya pesa... y aun falta.
Lo peor, lo más malo de todo lo malo.
A lo lejos asoma, como si a la montaña le hubiese salido cresta punki, el Refugio de Golobar. Primero quisieron que fuera estación de esquí (había hasta remontes), después refugio de montaña, más tarde quedó en cuadra para vaquitas que trasnochan a gran altitud. Las obras estaban casi de entrega en 1973, cuando dijeron que tralará, y el asunto saltó de olvido en parche hasta hoy, que buscan revitalizarlo...
Al menos quedó la subida, oigan. Y qué subida.
A la primera cima, donde aun eres feliz, se la conoce como Alto de Brañosera. O Alto de Grullos. Está a dos kilómetros de Salcedillo, otro puñado hasta el puerto de Somahoz, donde asoma Cantabria. Allí arriba la carretera tiene asfalto excelente, y hasta hace llano. Como quinientos metros pasas sin subir, y coges un cruce a la izquierda, y el camino es mucho más estrecho, y mucho peor, y agarra el doble, pero aun resulta todo tranquilísimo, y piensas que, oye, a lo mejor es que tienes fuerzas como un auténtico animal, y que tampoco es para tanto, y que qué guay. Hasta que... herradura a izquierdas.
Y.... buuum.
Dos kilómetros. Dos kilómetros a más del diez por ciento. Dos kilómetros a más del diez por ciento, puntas del catorce. Dos kilómetros a más del diez por ciento, puntas del catorce y ninguna curva. La recta, la recta horrible. Asfalto que agarra, carretera angosta. A sufrir. ¿Ustedes han subido alguna vez una recta de dos kilómetros a más del diez por ciento con puntas del catorce? Lleva un rato, un rato que no acaba, porque nosotros escribimos sobre ciclismo pero no somos ciclistas. Un rato para pensar cosas. ¿Me he dejado la calefacción puesta? ¿Qué comemos mañana? Espera... metáforas, saquemos metáforas... cinco o seis, para el siguiente artículo. Una, dos, tres... ya, suficiente. Y más. Angustia, agonía. ¿Era esto necesario? ¿No podría haber subido en coche y adornarlo después? Todo a ciento setenta pulsaciones, a menos de diez kilómetros por hora, haciendo eses, con las piernas doliéndote, los brazos doliéndote, los riñones que gritan, los jadeos que retumban contra ningún lao.
¿Cuánto llevo en esta rampa? ¿Minutos? ¿Horas? ¿Toda la vida? Igual nací ya en mitad de la rampa puñetera de Golobar (esa que está abierta al aire) y todo lo otro, todo lo que llamo vida, es solo una invención que me he ido montando para entretenerme mientras sufro.
Sí, quizá.
Es posible.
La rampa termina. Tan pindia... tan, pero tan pindia, que la carretera parece caer al infierno después.
Porque ya pasaste el sitio que dicen Gorrobao, y llegas a una bajadita, y hay un parking, y el refugio de La Collada, y una hoz enorme, una hoz en abismo por donde se cuelan cierzos, una hoz que te llega hasta Espinilla, y hasta Reinosa, y luego hasta el Pantano del Ebro. Respiras, porque debes respirar.
Descansas, porque aun queda.
Durante años fue mito de la Vuelta a Palencia. Igual a ustedes esto ni papa, pero la Vuelta a Palencia era uno de los premios gordos en el mundillo amateur español. Dicen, además, que si por aquí entrenaba Alberto Fernández, y ya es suficiente como para reverenciar el sitio. Sea cierto o no, lo de los entrenos. Y eso, que aquí ganó, por situarles, Oier Lazkano en 2019, hoy exitoso profesional con porvenir chulísimo. También estuvieron los grandes, los mayores, en la Vuelta a Castilla y León. En 2008, por ejemplo, triunfa Alberto Contador. Detrás llegaron Juan Mauricio Soler (tras su Tour imposible del año antes) y Thomas Dekker. Qué de historias, macho, en ese pódium...
(Aclaremos... Contador entró en el descansillo que hay donde el refugio de La Collada. Vamos, que se quedó sin subir casi cuatro kilómetros. Ay. Blandengues. A mí eso no me va a pasar).
Igual se amplía ese currículum, porque cuentan (decían, dimes, diretes, susurros, declaraciones, la intención, las posibilidades, a mí me gusta, está todo abierto) que Brañosera anda en solicitud para que Golobar vea parcial de la Vuelta a España. Y que Unipublic asiente, contentilla. No será en 2024, pero va encaminao para más adelante. Veremos. Y también veremos, en su caso, hasta dónde suben. Yo abogo porque queden, también ellos, en La Collada. Así podré fardar de haber llegado hasta arriba.
Vale, según pasas ese descansillo hay un cartel que lo pone bien claro. Carretera sin salida, prohibido pasar. Ummm... qué hacer. A ver, un par de furgonetas tiran hacia el refugio, también se distinguen a lo lejos chubasqueros chillones de algunos excursionistas. Caminantes y vehículos a motor... pues venga, yo también voy. Total, mi velocidad está entre ambos...
Así que vuelvo al asunto. Tocan quinientos metros durísimos, toca tener siempre a la vista el final, pero que el puto final no se acerque. Toca que todo parezca plano desde lejos, y que sean rampones cuando llegas. A la diestra queda la Sierra del Híjar, y Peña Rubia, y tienes una pared inmensa, sobrecogedora, amenazando más allá del casco. Son piedras de color marrón, verrugosas cual crítico literario de los años veinte, piedras que parecen cachitos de belén gigante, piedras que te miran y que tú miras, piedras en las que te puedes reconocer, porque ellas están inmóviles, y tú apenas... La carretera es aun peor, gasta socavones como para plantar aguacateros, le asoma verde en la parte media, hay grietas donde podrías meter cubiertas de ciclocross. Y sigue siendo dura, joder, sigue siendo dura. Rampa sostenida, luego tres kilómetros de toboganes y falsos llanos (muy falsos, esos cabrones, muy falsos y muy poco llanos), y la rampona final, otros cachuco que mira directamente al cielo. Tramo encajonado entre pared y colina, no apto para gente con vértigo. Arriba empiezan a asomar nieves, porque coronamos altísimo. Días más tarde todo esto es hielo y placas, y nadie podrá subir...
De cerca el Refugio de Golobar tiene poco de Hotel Overlook, aunque yo haya sufrido como Wendy Torrance. Es, más bien, algo geométrico, un cubo, un ángulo, una chimenea... Mies van der Rohe bajo el Valdecebollas, Le Corbusier sin pilotis y con nieve. La piedra es color marrón oscuro, color venado en berrea, color cagigas esnugándose. Y tiene ventanas sin ventanas, y miradores desde donde nadie mira, y dos o tres graffitis. Tiene ese aire digno de los edificios que nunca se llegaron a utilizar, que te miran como si dijeran «eh, no es mi culpa, yo estoy cumpliendo, yo chupo fríos invernales, y candelas, y se me hacen carámbanos donde debían estar habitaciones».
El Refugio de Golobar te conmina para que no olvides.
Ahora parece que lo van a reabrir. Por eso me pasaron tantos coches en mitad de la rampa gorda, que no pude ni hacer eses. O no demasiadas. O no tantas como yo quiero. En febrero de 2023 se sacó a licitación el contrato de este asunto. Rehabilitación, arreglo, interiores, entorno. Quieren que sea albergue turístico. Para montañeros, sí, pero también para familias o parejucas que busquen paisajes y (f)lechazos.
Estamos a 1775 metros sobre el nivel del mar, cobijados bajo la umbrías del Valdecebollas, el Canalejas, el Sestil. Un circo glaciar perfecto, uno dibujado como lo haría cualquier niño, con sus cumbres, su morrena marcadísima, sus vistas que se pierden más allá de Barruelo... hasta allende Valderredible y las Loras. Hay robledales, hayas, hay picachos que hacen cosquillas a las nubes con uñas de hielo azul. Es un entorno sobrecogedor.
¿Saben qué?
Mereció la pena.
Pero vamos bajando, que nos pilla el frío...
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