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Era 23 de abril. Hace tres meses. El mundo entero estaba en pleno ojo del huracán. El coronavirus campaba a sus anchas. Todo era negro. Fue ese día, sin embargo, cuando en mitad de la pandemia se anunció que la Strade Bianche sería la encargada ... de reanudar el calendario ciclista. La covid-19 había provocado (o estaba a punto de hacerlo) la suspensión de todos los grandes eventos deportivos. El ciclismo no era una excepción.
Pero ahí estaba la Strade Bianche, convertida en la niña bonita de las clásicas en estos últimos años, para dar un paso adelante. La preciosa carrera italiana, con los famosos y durísimos tramos de caminos de tierra blanca, con los adoquines de la ciudad de Siena y con la dureza de las colinas de la Toscana, se erigía como la heroína que nos devolvía a los esforzados de la ruta.
No contaron entonces con la Vuelta a Burgos. La carrera castellana no es World Tour, quizá no tenga tanto renombre ni disfrute de un elenco de participantes tan prestigioso pero presume, eso no se lo puede negar nadie, de una historia intachable de cuarenta años a sus espaldas, incluidos los nombres de algunos de los más grandes en su palmarés (entre sus ganadores figuran Marino Lejarreta, Pedro Delgado, Alex Zulle, Tony Rominger, Alejandro Valverde, Nairo Quintana o Alberto Contador). Y la Vuelta a Burgos dio el paso adelante. No se suspendió. Ahora está a punto de protagonizar el regreso de la competición ciclista al más alto nivel.
El martes 28 de julio vuelve el ciclismo y lo hace en Burgos. Todo el mundo del deporte estará pendiente de lo que ocurra en las carreteras burgalesas. El milagro está a punto de suceder. A nadie se le escapa la increíble trascendencia que tiene la disputa de esta prueba convertida, de pronto, en el banco de pruebas en el que se mirarán carreras como el Tour, el Giro o la Vuelta. En realidad, todo el universo ciclista va a estar pendiente de cómo se gestionen las circunstancias excepcionales que nos ha tocado vivir. La organización de la prueba no ha escatimado esfuerzos y, conscientes de la trascendencia de ser los primeros en dar el pistoletazo de salida para este nuevo ciclismo, ha publicado un protocolo y 17 anexos centrados en crear burbujas independientes entre los nueve colectivos que integran la carrera. Hablamos de un deporte complejísimo a nivel de seguridad en el que los ciclistas compiten juntos durante varios días y la caravana ciclista se desplaza de ciudad en ciudad como un circo ambulante. Por ello es necesario aplicar unas estrictas medidas de seguridad que la organización ha consensuado con la UCI, el CSD, la Junta de Castilla y León y las autoridades sanitarias.
Todo está preparado y existirá un protocolo de seguridad de obligado cumplimiento. Los ciclistas deberán mantener la burbuja protectora en el hotel, llevarán mascarillas en el control de firmas, respetarán los horarios de toma de temperatura y evitarán el contacto con el público y corredores de otros equipos. Se harán aforos controlados de público tanto en las salidas como en las llegadas. En las llegadas en alto solo se podrá subir a meta a pie o en bici teniendo que superar un control de aforo a 500 metros de la meta. Habrá un protocolo de no contacto en el podio. Se guardarán las distancias. Se utilizarán mascarillas. Las salidas y llegadas serán desinfectadas por los propios ayuntamientos. Y muchas más medidas de seguridad. Las que hagan falta.
El ciclismo se juega mucho. Y se lo juega en Burgos. La Vuelta a Burgos tiene que ser la Vuelta de la concienciación. Y va a ser un éxito. Los que amamos el ciclismo lo necesitamos. Al éxito de seguridad y compromiso se va a unir el histórico elenco que participará en la prueba, además de un recorrido único que saldrá de la catedral de Burgos, dispuesta a convertirse en la vieja catedral del ciclismo, en la piedra angular de su resurrección. Una catedral de Burgos que, además, el año que viene celebrará los 800 años de la colocación de su primera piedra. Habrá dos llegadas para sprinters y dos finales de etapa espectaculares, uno en el Picón Blanco y el otro el ya clásico final en las Lagunas de Neila.
Al espectáculo del recorrido se unirá el de la participación. La organización ha recibido peticiones de hasta 36 equipos, por lo que ha decidido aumentar el pelotón de los dieciocho previstos a veintidós. Es curioso e indicativo de la expectación inusitada que ha levantado esta edición. La Vuelta a Burgos ha llegado a salir con cuatro equipos World Tour y este año tendrá catorce, el máximo que autoriza el reglamento de la UCI al ostentar la categoría Pro Series (habrá que esperar, por cierto, a que la UCI tenga un reconocimiento con la Vuelta a Burgos después de esto y la suba de categoría).
Todos quieren venir. Se van confirmando nombres. Rafal Majka liderará el Bora, Arnaud Demare el Groupama-FDJ, George Bennet el Jumbo-Visma, el Emirates vendrá con un equipo potentísimo encabezado por David de la Cruz, Fabio Aru, Fernando Gaviria y Alexander Kristoff, al igual que el Ineos que defenderá el triunfo del año pasado con Iván Ramiro Sosa al que escoltarán primeras espadas como Richard Carapaz o Sebastián Henao. El Astaná, el Gazprom, el Euskadi y el Burgos-BH también han confirmado sus equipos. En su momento ya se aseguró que el Movistar vendría con Alejandro Valverde, Enric Mas y Marc Soler. También está previsto que el nuevo niño prodigio del ciclismo mundial, el sucesor de Eddy Mercks, el nuevo Rey Midas que todo lo que corre lo gana, el jovencísimo Remco Evenepoel también regrese a la competición en Burgos para preparar el Giro de Italia. Su presencia será el aldabonazo definitivo para el éxito total de la 42 edición de la Vuelta a Burgos. Habrá que estar pendientes, en fin, de la lista de inscritos definitiva. Por ahora, aunque sabemos que casi todos quieren venir a Burgos (solo la coincidencia de la última etapa con la celebración de la Strade Bianche impide que la participación sea estratosférica a un nivel únicamente comparable con el Tour de Francia) la lista de inscritos va cayendo como cuentagotas. Las circunstancias son excepcionales y habrá que esperar hasta el último segundo.
Sea lo que sea, la celebración de esta Vuelta a Burgos va a resultar histórica. El Tour de Francia se había erigido en la vieja catedral gótica sobre la que se sustentaba el ciclismo. Y más en el mes de julio. La catedral de Burgos llega para poner las cosas en su sitio. En julio sustituimos el Tour de Francia por la Vuelta a Burgos. ¿Alguien da más? Y nos lo vamos a pasar mejor. Aunque solo sea por lo mucho que añoramos el ciclismo. Aunque sólo sea porque queremos volver ya a la normalidad. Alguien dijo: «Cuando me pregunten a qué religión pertenezco, diré: a la del col de Marie Blanque». Los resucitados post-covid, nuevos Lázaros de dos ruedas, diremos que pertenecemos, al menos desde este año de dolor, incertidumbre y bicho rampante, a la religión de la Vuelta a Burgos. De la catedral de Burgos al cielo. O sea.
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