Yo siempre he pensado que el Tour de 1983 pudo ser para Alberto. Y entonces en París todo hubiese olido a galletas María...
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Alberto, Alberto Fernández, nació en Cuena, allá por Campoo, saltito al norte del límite entre Cantabria y Palencia. Tierra de menhires, de ... románico escueto y majestuoso, señorío de Sotranca, pequeños feudos aquí y allá, fielatos por doquier. Frío en invierno, calor en verano, vientos, nieves y bruma. Las manos cuarteadas, arruguitas alrededor de los ojos. Eran azules los de Alberto, sonrisa escondida, expresión esforzada, la nariz grande, rizos con el matiz de avellanas agosteñas, cuando aún no maduraron. Dicen que era de Campoo, pero tenía genes pasiegos, seguro...
Cuentan de Alberto que siempre atacaba, que le costaba reírse, que prefería hechos a frases. Cuentan de Alberto que mudó para Aguilar de Campoo sin cumplir los diez años, buscando su familia un futuro más dulce, uno que pudiera olerse desde Fombellida con viento ábrego. El pueblo de las galletas, sí, y con 'Galletas' se quedó él, porque en ciclismo es más fácil pillar apodos que victorias grandes...
Allí, por entre llanos que no son, rectas con aire puñetero (aire que sopla de morros cuando saliste de casa, que vuelve a soplar de morros al volver), por los puertecitos de la Lora, de Carrales, por el Bardal y Brañosera... empezó a hacerse ciclista. En el Karpy de Expósito, el descubridor de Cartes, el tipo que miraba patas y decía «este será corredor, y de los buenos». Primer amor, siempre iban a recordar el uno al otro. Luego ya vino Mínguez, y a Mínguez es que no puedes olvidarlo...
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Pasó a profesionales Alberto en 1978, equipo Novostil-Helios, que no puedes ser más mítico, tú, que el equipo Novostil-Helios, con ese maillot negro y verde, que es precioso, pero precioso de verdad, ese maillot negro y verde del Novostil-Helios. En aquel entonces el ciclismo español... pues a ver, cómo explicarles... que nada, que 'niet', que sin opciones en ningún lado (grosso modo, no se me remonten). Estaba el KAS a punto de irse (estaba el KAS a un año de pasar al neo Claude Criquielion, que promete), se había marchado Ocaña, y Fuente, y otros. Un lustro de eclipse, espera. Un lustro donde quien más alumbró fue Alberto.
Que empieza a trincar cositas al segundo añuco. Bueno, cositas sin palmarés. La Vuelta a Asturias, donde batió a Fernández Ovies, pero es que eran otros tiempos, y los estimulantes... en fin. No fue la última para Alberto.
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Hablemos de temas más alegres. Desempeño guay y a Santiago Revuelta le pica la nariz. Hay que fichar a ese mozuco, hay que fichar a ese mozuco. Que, además, nació en Cantabria, y Teka es el equipo de Cantabria, que mira nuestros colores como la bandera de Santander, que somos los más fuertes, los que mejor pagamos. Allí estaban Lejarreta o Thévenet, por ejemplo (aunque Thévenet buscaba más redenciones que victorias).
Allí... destacar. Itzulia, que entonces no era Itzulia, pero me entienden. O los Valles Mineros (eran preciosos los Valles Mineros). Etapa en la Vuelta a Cantabria (era preciosa, la Vuelta a Cantabria). Y el debut en Francia. Vigesimoquinto en la general, protagonista alguna tarde. Alberto era resistente, mejoraba con los kilómetros, se aferraba a las contrarrelojs, dejaba todo a lo 'grimpeur'. Estilo de poca estética y mucha agonía, las manos sobre la cruz del manillar, hombros que se mueven como escuchando 'Maneras de Vivir'.
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Ves sus imágenes compitiendo, comparas eso con, no sé, un Van der Poel, y parece otro deporte. Y no, no era otro deporte.
Era otro mundo.
Le quedaba un bienio con Teka, aún. Dos años de sinsabores en la ronda española. Vamos, que en 1981 ni siquiera pudo participar, porque Revuelta exigió un fijo de salida para sus muchachos (un fijo que era idéntico al que se pagaba a los extranjeros, ojo), y Unipublic negó, y Revuelta le ofreció dos hostias a García, y no hubo sangre, pero Teka no saldrá, y un periódico titula 'Estekazo a la Vuelta', porque siempre fuimos la mar de originales. Ah, aquel año empezaba el tema en Santander, así que hubo algunos problemillas, dos o tres gritos, amenazas y lo típico que usted piensa. Tampoco gordísimo, que aquí somos de natural relajaos...
Visto con frialdad... pues peor lo del año siguiente. Pódium en Madrid, tras Arroyo y Marino Lejarreta, desposeído días más tarde. Control que no se supera, final en Navacerrada. De tercero a decimoquinto. Aquel día subieron Hoyo de Manzanares, Fresnedillas, Cruz Verde y para arriba, hasta la estación de esquí. Marino y Fernández iban a menos de dos minutos de Ángel, pero apenas probaron, porque todo estuvo controladísimo.
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– «Así es imposible», decía Alberto.
Luego vino sainete. Todos los que pasaron antidopaje salieron positivos. Todos. Cuentan que si era una máquina nueva, recién comprada para los Mundiales de fútbol. Que si estaba mal ajustada, o demasiado bien ajustada, que si fue aviso a navegantes peloteros. Alberto nunca buscó excusas. Que sí, que tomó cosas. Antidepresivos, para combatir dolor y sufrires. Cómo no tomarlas. Cae hasta el puesto quince. Marino Lejarreta, primero de los que no pasaron control en Navacerrada, termina ganando aquello.
No importa (bueno, sí importa, pero ya saben), porque lo de julio... En el Tour pilla Alberto todos los cortes y caídas de la primera semana (primera semana con adoquines y abanicos y emboscadas y cepos y odios). Se cae, se queda, se desmoraliza, rumia en silencio, ya llegarán los montes, ya llegarán.
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Y llegaron.
Destaca, sí. No pilla parciales, porque los parciales vienen caros, pero destaca, mete codos a Hinault, sube puestos como sube la niebla por el Cotomañinos. Termina último del top ten, primer español, 'grimpeur' destacado, promesa pal futuro, nombre a seguir. Qué no podrá hacer este paisano por las Grandes Boucles venideras. Vale, Le Blaireau es inalcanzable (y cuando parece alcanzable te saca un Serranillos, o una mala hostia), pero los demás...
Por eso lo del Tour 83. Porque aquel año estaba espumoso, porque se pudo rumboso en la Vuelta (¡ay!, aquel frío en los Lagos, aquella falta de abrigarse, aquel dolor de garganta, aquel catarruco que nos merma), fue líder, trincó etapa, terminó tercero detrás de Hinault y Marino, delante de un Gorospe que murió esperanzas subiendo por San Esteban del Valle.
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Y luego el Giro. Que menudo Giro, el Giro de Alberto Fernández. Debutaba en esa carrera, porque debutaba en un conjunto, el Zor, con intereses comerciales por la Bota (llevaban maillot precioso, celeste, con publi de Gemeaz-Cusin). Sí, otra vez Mínguez. Tándem perfecto, el genio del uno con el genio del otro.
Voz sobre voz, atacar, atacar y atacar.
Terminó tercero en Udine (andaba Torriani original entonces), ganó dos jornadas de montaña. Bueno, de semimontaña, porque ese Giro de 1983 es, para muchos, el más suave desde la Segunda Guerra Mundial. Vamos, que ganó Saronni (Saronni, macho, el Saronni de 1983, macho), y segundo fue Visentini, y Beccia cuarto (Beccia, tú), y Thurau quinto (Thurau en aquel entonces, que iba más de velódromos que de curvas). Imposible. Fernández triunfa en Campitello Matese (con ciento catorce lobos detrás), triunfa en San Fermo (una etapa ridícula, sin llegar a los cien kilómetros), intenta de todo en la Sella Ronda, que son puertos muy cucos pero de exigencia regular... Nada. Bueno, pódium, reconocimiento como el mejor trepando, respeto de todos. Ese Tour, ese Tour de 1983, ese Tour del Fignon imberbe (Fignon que no era Fignon de 1984), ese Tour de Arroyo segundo y Winnen tercero, el de Delgado olisqueando jaune, el del 'no patrón', el de 'locura sin límites'...
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Ese Tour con Alberto...
Soñar es gratis.
Quedaba el epílogo. Aquella Vuelta de 1984. La de Caritoux que nadie conoce, la de Rassos atacando muy pronto, la del inconformismo y la autoexigencia. Aceleró abajo, pasando Queralt, usó al equipo (aunque igual debió usarlo otro poco, eh), terminó desfalleciendo, entró haciendo eses. Ahí pierde. La Vuelta, también, de esa crono en Torrejón (esa maldita crono en Torrejón), con lluvia, con curvas llenas de barro, con seis segundos que separan un provenzal de un montañés. La diferencia más corta jamás habida. Si hasta llegó a atacar, Alberto Fernández, en el Paseo de la Castellana...
Entiéndanme... la leyenda de Alberto Fernández es aún mayor sin esa victoria. Porque Vueltas han ganado muchos (bueno, vale, no tantos), pero perder así, de esa manera, con ese margen, perder intentándolo todo, perder por haber querido ganar como él ganaba... ahí hay menos.
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Queda, sí, la sensación de injusticia, de opus inacabado. Caritoux era bueno, pero no un grande. Y Alberto terminó por irse antes de tiempo. Fue canto del cisne, aunque nadie lo supo. Por eso, de alguna forma, aún continúa aquí...
En diciembre de 1984, Alberto Fernández viaja en coche. Madrid-Aguilar de Campoo. Ha recogido, Sala Windsor, una cosa que dicen 'Superpestrige Unipublic', una que premia al mejor ciclista español de la temporada. Mañana tendrá otro homenaje, éste con olor a galleta. Reconocimiento, admiración. En Pardilla, casi frontera entre Segovia y Burgos, un automóvil francés invade el carril contrario y choca contra el Renault 11 que conduce Alberto. Fallece en el acto. También su esposa, Concepción Sáez, y Lucien Lapey Roux, que manejaba el otro auto.
Palmarés por terminar, vida que se acaba.
Entró Alberto Fernández, luchador de ojos glaucos, en una leyenda injusta e inmortal. Aún queda su nombre como distintivo en la cima más alta de cada Vuelta. Pero importa más lo otro. Lo otro. Los recuerdos, los seis segundos (uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis), las etapas en el Giro, la sonrisa entre tímida y triste.
Importa más lo otro. Lo que nunca habrá de olvidarse.
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