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sergio perela
Segovia
Miércoles, 18 de noviembre 2020, 23:18
Las dos victorias conseguidas hasta la fecha por Balonmano Nava habían llegado como local, aunque frente a Incarlopsa Cuenca cedía sus primeros puntos. ¿La diferencia? La falta del empuje habitual de la hinchada segoviana. En una semana con dos compromisos seguidos en casa, era ... necesario comenzar ganando el partido frente al rival con el que más equilibrado tenía todo: victorias, derrotas, trayectoria y hasta quizá plantilla y aspiraciones. Y no ocurrió seguramente porque en los momentos decisivos del partido, el equipo volvió a echar en falta ese extra del aliento navero.
A los guerreros naveros es más que complicado ganarles en entrega, esfuerzo, lucha, sacrificio. Solo hay una forma de hacerlo y Benidorm la encontró cuando quedaban menos de tres minutos de partido. Apretaron los visitantes los dientes en defensa, robaron para que el rapidísimo Mario López saliera a la contra. Lo fácil en la acción era conseguir el gol. Lo difícil, pensar mientras quemabas el parqué y engañabas al portero que, equilibrando el cuerpo de cierta manera, ibas a conseguir además sacar una exclusión. Uno por delante y u rival obligado a darlo todo con uno menos durante dos minutos cuando quedan dos y cuarenta segundos para que todo acabe.
Hecho eso, ya dio igual que Lamariano se luciera, que Diego Dorado gastase la última bala del tiempo muerto. Y daba igual porque con viento a favor, Tercariol crecido castigando malas transiciones defensivas de los naveros, todo sale. Hasta un lanzamiento casi sin ángulo, como una especie de gol olímpico de esos que se ven tan de vez en cuando en fútbol, de Josep Folques que hacía que todo se acabara.
En todo esto, pasamos por encima de una acción que pudo cambiar el partido, pero a favor de los naveros. Vujovic y Gonzalo, en una defensa del primero hasta llevar al azul al suelo, se enredan y, según se pudo ver en las repeticiones televisadas, el visitante lanza una patada al jugador navero. La acción se arbitra de forma salomónica: exclusión para ambos y aquí paz y después gloria. El enfado iba por dentro de todo el bloque segoviano.
Hasta entonces, todo había sido un equilibrio constante. Como dos luchadores que arman los brazos y comienzan a empujarse de tal manera que se sostienen uno sobre otro. Buenas defensas respondidas con buenas defensas. Si a uno le costaba encontrar posiciones en el pivote, la primera línea y los extremos cargaban con la responsabilidad del gol. ¿Que se quedaba un equipo en inferioridad? Pues en la siguiente jugada todo volvía a igualarse. Las diferencias en ningún momento habían sido superiores a los dos tantos. Claro, al final tampoco lo fueron, pero en un equilibrio tan precario, con el tiempo transcurrido y las rotaciones a toda máquina, alguien termina perdiendo pie.
Es el segundo partido consecutivo en casa para Viveros Herol tras todo su parón causado por la covid. Es el segundo a puerta cerrada y es la segunda vez que, en los momentos decisivos, en esos momentos en los que las gargantas de los naveros se funden para achicar al rival y convertirse en tambores de guerra para los suyos, falta ese aliento. Y no cabe duda de que el equipo lo terminó echando en falta. No fue lo único, pero sí quizá muy decisivo.
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