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El Recoletas, por fin, se llevó un derbi regional esta temporada y rompió un extraño maleficio que parecía acosarle. Pero aunque los puntos ya estén en la buchaca, deberá hacer un ejercicio de análisis profundo para descubrir las causas de su juego errático y descompensado. Afortunadamente para los del Pisuerga, Aranda cometió más despropósitos que ellos en los momentos claves del partido, esos en los que podía cambiar el signo del encuentro. Pisonero, que como jugador era un prodigio de técnica e imaginación, como entrenador es un espectáculo de recursos. Él solo, con su dirección técnica, supo encontrar las soluciones a los problemas que planteó Aranda y, sobre todo, demostró que entiende muy bien a la plantilla que tiene entre manos y supo dar a cada jugador el espacio que necesitaba en cada momento del partido para evitar pérdidas de confianza.
Recoletas
Carlos Calle (10 paradas, 2 goles), César Pérez (3 paradas), Diego Camino (2), Nicolás López (1), Ander Ugarte (2), Roberto Turrado (1), Daniel Pérez (2), Adrián Fernández (3), Álvaro Martínez (), Miguel Martínez (4), Roberto Pérez (), Jorge Serrano (8, 4 de penalti), Miguel Camino (2), Manuel García (), Víctor Rodríguez (1)
29
-
26
BM Aranda
Luis de Vega (10 paradas), Adrián Hernando (), Julián Souto (1), Guilherme Costa da Silva (1), Nicolás López (4, de penalti), Enrique Calvo (), Zeljko Sukic (3), Juan Linares (),Víctor Megías (7), Miguel Lloren (), Javier García (3), Gonçalo Cunha (2), Matheus Novais (1), Julen Elustondo (4), Alejandro Pombo (1); Samuel del Pozo ()
Marcada cada cinco minutos 4-2, 7-3, 8-7, 11-10, 14-12, 17-14, 20-16, 21-20, 23-20, 25-21, 28-23 y 29-26
Árbitros: Mendoza y Visciarelli.
Polideportivo: Huerta del Rey. En torno a las cien personas.
Supo el Recoletas sacar tajada de la torrija defensiva de los arandinos durante los primeros diez minutos. El muro de los de Burgos tenía tantas grietas como el de Berlín el días antes de su caída, y por ella todos encontraban el camino a la portería de Luis de Vega. Pero algo no terminaba de convencer a Pisonero, que tras el tiempo muerto rival puso en cancha a los dos centrales. Sea lo que fuere que buscara el técnico no lo encontró y solo logró provocar un extraordinario atasco en la fase ofensiva y que los cambios en defensa desestabilizaran a los suyos.
Aranda empató el partido con nada. Un poco de piernas, dejar a Camino y Adrián equivocarse y mover el balón con un mínimo de criterio. Los burgaleses saben muy bien lo que pueden y no pueden hacer, y en eso basan su juego. Si les da, bien. Si no les da, no se vuelven locos.
Recoletas, mientras, ocultaba casi todas sus virtudes. Miguel Martínez no encontraba portería y ni se corría bien ni se ejecutaban con precisión los sistemas de ataques. Ni siquiera eran capaces de sacar tajada de las exclusiones rivales, porque en cuanto se veían en superioridad cometían una infracción que les dejaba de nuevo en igualdad.
Puro despropósito casi todo en los gladiadores.
En su búsqueda de soluciones Pisonero puso a Miguel Camino de adelantado en el 5-1. Y ahora sí, acertó. De pleno. Aranda se colapsó, Recoletas corrió, forzó los errores y los de Pucela tomaron ventaja. No mucha, pero sí la suficiente para mantener la tensión y permitirse jugar sin ansiedades.
Para ayudar, Aranda regresó del vestuario con una caraja monumental que obligó a su técnico a pedir tiempo muerto a los 150 segundos. El 5-1 pucelano seguía funcionando y la primera victoria en un derbi regional se aproximaba, pese a los problemas con la precisión de Miguel Martínez, extraordinariamente fallón en pases y lanzamientos toda la tarde.
Todo iba plácidamente hasta que Aranda subió la intensidad de la defensa y con ello Recoletas empezó a arrugarse. Palos a diestro y siniestro con la connivencia arbitral, y el partido de nuevo en un puño. Pisonero regresó a los dos centrales, pero para entonces Aranda estaba lanzado. A los del Duero les salía todo porque creían en lo que hacían; Valladolid era un nervio impreciso y desangelado. De Vega empezó a acumular paradas -muy del Recoletas hacer internacionales a los porteros rivales- y la autovía al triunfo se convirtió en una carretera comarcal.
A los visitantes la remontada les insufló moral, pero también nervios. O cansancio. Y cuando tenían al Recoletas maduro, empezaron a perder balones y fallar lanzamientos. Y los de Pisonero volvieron a tomar ventaja. La experiencia es un grado, y más a la hora de castigar los errores del adversario.
Acuciado por las prisas, y pese a los agujeros que el pivote Javier García ocasionaba en la defensa, no siempre aprovechados por sus compañeros, Aranda se fue a una defensa abierta para intentar aprovechar los errores de Adrián y Diego Camino. Tenían ya poco que perder, una vez que habían quemado sus naves en excesivos lanzamientos mal ejecutados e incomprensibles errores de coordinación. Como el desperdiciar un error de lanzamiento de siete metros de Serrano y cometer a renglón seguido otro. Fue su puntilla.
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