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Es cierto que, antes del último partido de la Liga Asobal, la mejor noticia para Balonmano Nava es que dependían de sí mismos. Lo que ... ocurre es que deja de ser tan buena noticia cuando los errores y circunstancias que se han venido dando durante toda la segunda vuelta, se juntan de nuevo en el último domingo. Porque depender de sí mismo está bien cuando hay confianza, cuando el brazo no pesa, cuando la cabeza no se bloquea a la hora de tomar decisiones. Por tanto, que Nava dependiera de sí mismo tampoco estaba tan bien. Un equipo que había sacado únicamente cuatro puntos en toda la segunda vuelta; que había tenido cuatro partidos para hacer un punto y cerrar la permanencia antes de tener que vérselas con Anaitasuna. Pues eso, que al final no salió.
No podía salir casi desde el primer momento. Las lesiones terminaron mediatizando otra vez, porque Horiha ni se pudo vestir. Y aunque de entrada el equipo sí salió dispuesto a darle brío al partido, a meterle ritmo para ver si la corta rotación de los navarros se iba mellando, pronto se vio que no. Que no había manera de arreglarlo todo a última hora. Porque aunque Prokop y Rodrigo sí comenzaron queriendo que los ataques girasen a su alrededor, pidiendo balón y responsabilidad, los ataques era rápidos y enmarañados. Hubo una buena oportunidad de empezar mandando cuando, a los tres minutos, Anaitasuna se quedaba con uno menos por exclusión de Bazán. Como venía siendo habitual, no se aprovechó la ventaja. A los diez minutos Zupo tiraba la tarjeta del tiempo muerto sobre la mesa de anotadores, porque el marcador se disparaba al 4-7 gracias a las buenas intervenciones de Marcos Cancio, a la precipitación ofensiva y a una defensa que ya comenzaba a tener piedras de menos, como tantas otras veces.
Balonmano Nava
Patotski, Prokop (9), Rodrigo Pérez (7), Tsanaxidis (2), Vujovic (3), Moyano (2) y D´Antino (1); Carró, Rosales, Carlos Villagrán, Bernabéu (2), Smetanka, Pleh, Óscar Marugán y Darío Ajo (2).
28
-
36
Anaitasuna
Marcos Cancio, Bonanno, Ander Izquierdo (5), Bazán (7), Chocarro (10), Gastón y Del Arco (5); DE Souza (4), Meoki (2), Etxeberria (3), Bulkin y Bar.
Parciales: 2-2; 4-7; 7-8; 10-11; 11-15; 12-18; 15-20; 19-24; 20-26; 22-29; 25-31 y 28-36.
Árbitros: Jesús Álvarez y José Carlos Friera. Excluyeron a Vujovic y Rosales por Balonmano Nava y a Bazán y a Meoki en dos ocasiones.
Incidencias: Pabellón Guerreros Naveros. 900 espectadores.
Fue después de ese primer parón obligado cuando apareció un rayo de esperanza. Patotski consiguió sacar dos buenas paradas, el equipo supo castigar utilizando a Tsanaxidis en el pivote con acierto e incluso le hicieron un penalti a Rodrigo que D´Antino debía convertir en el empate a 7. Por supuesto que no lo hizo, como tantas otras veces en esta aciaga segunda vuelta.
A los 24 minutos, de nuevo la tarjeta del tiempo muerto sobre la mesa. Cuatro goles de diferencia, Chocarro haciendo un daño espantoso desde el extremo izquierdo y la precipitación y los nervios atenazándolo todo en ataque. Lo único bueno es que, en ese momento, Sinfín perdía por tres goles en su casa frente a Antequera. O sea que hasta perdiendo se podía lograr la salvación. Ese segundo parón no arregló nada, al descanso se llegaba cinco goles abajo y con pocas sensaciones de que se pudieran remontar. Y en Cantabria ya estaban igualados. Todavía se estaba en Asobal, pero con pinzas.
Las dinámicas tienen en el deporte una importancia capital. Si son positivas, el jugador tiene la sensación de que puede con todo. Es más; es que seguramente ni piense en si puede o no. Lo hace y punto. Pero cuando son negativas, el efecto es como una bola de nieve que se resbala desde lo alto y se termina convirtiendo en una avalancha que se lleva todo por delante. Dicha bola de nieve ya había empezado a bajar ladera abajo meses atrás, aunque quizá dentro del vestuario nadie se quiso dar cuenta de que era tan grande hasta que comenzó la segunda parte.
No es difícil imaginar que en el vestuario la charla de Zupo Equisoain debió ir más hacia los sentimientos de los jugadores que hacia cualquier detalle táctico o técnico. Porque el ambiente en el pabellón no podía ser mejor. Lo único que de verdad estaba a la altura de las circunstancias era precisamente eso, la gente. Imposible no sentirse arropado con una afición que, sin importar el marcador, aplaudía hasta los errores con tal de que nadie bajase la cabeza. Por eso saltar a pista, recibir un gol en los primeros veinte segundos, que la diferencia se vaya a los siete y que, en la siguiente acción, l e caigan dos minutos a Vujovic, cayó como un puñetazo inesperado. Grogui, en la lona buscando razones para levantarse. Así estaba el equipo, mirando de vez en cuando de reojo a la grada como queriendo pedir perdón por algo que no había llegado a pasar, pero que inexorablemente se acercaba.
En el otro partido, Antequera estaba dignificando la competición de la misma forma que lo estaba haciendo Anaitasuna en Nava. Lo que ocurre es que no son los mismos equipos, ni para nada las mismas calidades. Así que fue mediada la segunda parte y, sobre todo, en la recta final, cuando a Sinfín ya no se le iba a escapar el partido. Hubo alternancias en el marcador, incluso llegaron a ir dos y tres goles por debajo. Sinfín sí supo agarrarse fuerte a la máxima categoría, con uñas y dientes.
El aldabonazo que hizo que ya nadie pensara en milagros de ningún tipo llegaba en el 17 de esa segunda mitad. Una exclusión de Rosales cinco goles abajo iba a terminar con la diferencia de nuevo en siete y aquello ya no había por dónde cogerlo. Entró Darío Ajo, salió Villagrán para buscar ese punto de raza. Antes, en un par de momentos, Equisoain hasta había sentado a Patotski para poner a Pleh, porque la portería tampoco estaba entonada. Ni que decir tiene que el resultado no se notó en absoluto.
Todo empezó a resumirse en gestos. Un robo de balón en el que Prokop, sin mirar, puso la pelota a la carrera de nadie en concreto, porque salía Tsanaxidis por medio y Óscar Marugán por la izquierda. Al perderse, el eslovaco se iba a poner a gritar desaforadamente. Enfadado con uno, con otro y sobre todo consigo mismo. Zupo doblaba el tronco y ponía las manos en las rodillas, sin entender ni porqué, ni porqué no. Y en el banquillo, todo eran manos a la cabeza mientras Rodrigo paseaba abriendo los brazos de un lado a otro. En el final, el pabellón fue un clamor felicitando a un Anaitasuna que pedía disculpas y un ejemplo haciendo que los suyos se marcharan con la cabeza alta. Alguien tenía que recordarles lo vivido.
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