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SERGIO PERELA
Nava de la Asunción
Domingo, 30 de mayo 2021
La celebración comenzaba antes de que sonara la señal del final del partido, cuando el marcador ya estaba estabilizado y el empate en Guadalajara hacía posible quitarse de encima la presión del descenso. En ese momento, con Rosales estirando los agarrotados gemelos, Rodrigo Pérez cojeando tras un esfuerzo absolutamente titánico y todo el mundo en la grada abrazándose; Zupo Equisoain rompía a llorar y nadie se movía del pabellón, porque todavía quedaba una ceremonia llena de sentimiento, como toda la temporada. Lo primero, hacer justicia a una de las costumbres del vestuario: cantar «El Rey», aquella ranchera famosa de José Alfredo Jiménez. Todos abrazados, grada y plantilla, corearon aquello de «con dinero y sin dinero» y, por supuesto, lo de «sigo siendo el Rey»; todos siguen estando en Asobal. Tras ese homenaje en caliente, llegaban los demás.
Julián Mateo había bajado a felicitar a todos su equipo y, una vez hecho, en la sombra, dirigía los homenajes. El primero de todos, al que sin duda ha sido el jugador de la temporada, Rodrigo Pérez Arce, una ambición mayúscula que le ha llevado a terminar siendo el tercer máximo goleador de la categoría con 190 goles, diez menos que su hermano Gonzalo. Tras recibir su detalle, se retiraba detrás, a la zona de banquillos, cojeando y buscando una silla para seguir viviéndolo todo. Porque era el momento de las despedidas ya confirmadas. La primera, la de Yerai Lamariano. El eibarrés, con dos etapas vividas en Nava, es uno de los jugadores que más ha calado. No en vano, él fue el elegido como mejor jugador de la pasada campaña por la grada. Un portero que ha sido, en todo momento, compañero ejemplar para Patotski. Tras la atronadora ovación, llegaba el momento de aplaudir a Andrés Alonso Polo, que decía adiós tras dos temporadas en la plantilla. Zupo no ha contado apenas con él y seguirá su carrera, pero no en Segovia.
Mención aparte merece el homenaje a Álvaro Rodrigues Seabra. El portugués, con la bandera de su país pendiendo de la cintura, quizá no se esperaba el aplauso y los cánticos con los que la grada le obsequió. Le temblaban ligeramente las manos mientras sostenía el obsequio del club con una mano y un retrato suyo con la otra. Ya había comunicado al club que se quería retirar y, junto a su mujer, de origen rumano, emprender otra aventura precisamente allí. Llegados a este punto, quedaba únicamente una despedida, pero con un significado muy especial. Todos los miembros de la plantilla, del cuerpo técnico y del club, dibujaron sobre la cancha un pasillo para Darío Ajo. Un jugador que lo ha dado todo por el club, con el condicionante de que, además, es navero. Ha hecho muchos esfuerzos por compatibilizar su vida laboral con la deportiva y ya no da para más. Necesita un descanso. Y más tras el manteo con el que fue obsequiado. «Él sabe que para estar como está jugando tiene que entrenar mucho y su profesión no se lo permite», comentaba sobre Ajo Mateo. «Sé que si por algún motivo nos tiene que echar una mano, aunque fueran quince días o un mes, lo volvería a hacer, porque es un jugador de este club». Para Darío Ajo, fue el final soñado: «Hasta el último día sufriendo, pero ha sido un día redondo», comentaba hasta que Villagrán entró en la sala de prensa para derramar sobre su cabeza una botella de agua.
El último abrazo grande de la afición se lo llevó Zupo Equisoain. El entrenador se llevaba la mano al corazón ante los cánticos de «Zupo quédate», antes de terminar haciéndose fotos con la grada sosteniendo una bufanda de un club que le quiere.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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