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Eloy de la Pisa
Viernes, 12 de agosto 2016, 12:39
A los que hemos jugado al balonmano en la portería siempre se nos ha tenido como tipos un tanto trastornados. En la mente de la mayoría de las personas eso de ponerse de frente a un balón que viene toda velocidad con la intención voluntaria y buscada de que te golpee no es propio de personas con todas sus capacidades mentales intactas. Para quienes juegan o han jugado de portero, el pensamiento es completamente equivocado. Pero explicar que los balonazos rara vez duelen -porque para eso los detienes con una determinada técnica- y que es mucho más satisfactorio parar esa pelota que el posible dolor que genere supone explicar la letra pequeña de un proceso que solo los que lo viven lo entienden.
Juan Pedro 'Juanpi' de Miguel era para los que nos poníamos entre los tres palos en los años 80 una referencia. Él, Perramón, Pagoaga y Rico son el gran póker de porteros de aquellos años. De Miguel no es, quizá, el más conocido. Quizá porque le tocó emerger después de Perramón, el hombre que en la portería lo era todo en aquellos años. Y porque detrás de él llegaría un tipo como Lorenzo Rico, que cambiaría la manera de parar durante varias generaciones.
Pero De Miguel era un portento. No era el más rápido de reflejos, ni siquiera era un tipo intimidatorio al estilo de los guardametas yugoslavos, pero su técnica de parada, su inteligencia a la hora de colocarse y su rapidez para marcar ángulos al lanzador le convirtieron en un valladar difícil de superar. Recuerdo verle entrenar en el mítico Antonio Magariños con el Atlético de Madrid. Lorenzo Rico ya empezaba a despuntar y observar el pique entre ambos, bajo la atenta y satisfecha mirada de Juan de Dios Román, era un privilegio. Un día estaba el equipo ensayando lanzamientos desde el extremo y ambos porteros entablaron una competición. Los lanzadores estaban despesperados ante la eficacia de ambos, hasta que una genialidad de Rico deshizo el empate. El portero hizo como que se escondía detrás del poste y, en en cuanto se produjo el lanzamiento, movió la cadera hacia fuera para detener el balón. Mientras Román sonreía y Cecilio Alonso miraba asombrado a su compañero, De Miguel se limitó a mirar a su compañero y exclamar: ¡Buenaaaaaa, Loren. Tu llegarás!
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