![Pantzar, uno de los destacados del partido, dobla un pase ante la oposición de Lundqvist.](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202201/22/media/cortadas/pant-ksp-U160626211743Jo-1248x770@El%20Norte.jpg)
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No sutura la profunda herida que asestó el CB Prat el pasado miércoles, pero volver a ganar ayuda a reconciliarse y a restañar la hemorragia ... y las dudas que se habían desatado en el club. La séptima victoria llegó a Pisuerga, capote en mano, en un partido que sirvió para recuperar el aliento, no para sepultar algunas de las deficiencias que subyacen en este UEMC, ávido de jugadores con personalidad que renuncien a lo personal para poner su capacidad de sacrificio en bien del colectivo.
Ganar al colista no da para levantar las campanas al vuelo ni para hablar mañana de recuperación completa, pero sí debe servir para recuperar una señas de identidad aparcadas en las últimas fechas. Alguien debió enviar un mensaje erróneo a ese vestuario de que el talento gana partidos por sí solo, y el encuentro ante Palma demostró que la defensa no los pierde. Sin más brillo que el arrojado en los primeros siete minutos del tercer cuarto, el equipo de Roberto González sí supo dar un paso adelante en defensa para evitar que su rival jugara cómodo desde el perímetro.
Y todo ello a pesar de las dificultades sobrevenidas, algunas preocupantes que requieren soluciones a corto plazo. Porque mérito tiene levantarse, aunque sea contra el colista, en un escenario con más jugadores desenchufados que metidos en harina, y en el que Wintering apenas pudo aportar por problemas físicos. Y demérito también, por qué no decirlo, el de un rival que justificó su posición en la tabla con un juego deslavazado y un quinteto sin cuajar que se esfumó con la eliminación por faltas de Pavelka (minuto 32).
UEMC Real Valladolid
Pantzar (14), Geks (-), Berg (2), Sergio de la Fuente (6), Kavion Pippen (13) -quinteto inicial-, Wintering (5), Raffington (-), Puidet (14), García-Abril (-), Kuiper (16) y Revilla (1).
71
-
64
Palma
Pol Figueras (9), Elijah Brown (11), Van Beck (14), Marinov (6), Ikpeze (8) -quinteto inicial-, Pavelka (10), Lundqvist (2), Peñarroya (-), Kostadinov (4), Cosialls (-) y Feliu (-).
Parciales: 22-23, 15-15 (37-38), 22-13 (59-51) y 12-13 (71-64).
Árbitros: De Lucas, Carpallo y Villanueva. A tono con el mediocre nivel de arbitraje que hay en la LEB Oro. Eliminado Pavelka (minuto 32).
Incidencias: Partido correspondiente a la jornada 17ª, disputada en el polideportivo Pisuerga.
Entró en partido el UEMC después de 48 horas en el diván y las sesiones, lejos de hacerse notar, tardaron en surtir el efecto esperado. Más bien el equipo de Roberto González salió entre aturdido y conmocionado después de tocar fondo el pasado miércoles. La herida no estaba cerrada, y la cornada asestada por Prat aún escocía.
De ello se aprovechó Palma para imponer un estilo extraordinariamente sencillo, sin estridencias y con lo básico para dejar que fuera el rival el que cometiera los errores. Al colista solo se le pedían diez segundos de paciencia para que apareciera el descuido enfrente. El Real Valladolid pecó en los primeros minutos de su propia ansiedad y de lo que los expertos denominan psicología inversa. Cuando el entrenador pedía dureza, físico e intensidad con la puesta en escena en Azpeitia como ejemplo, la respuesta fue exactamente la contraria.
En 8 minutos, el marcador reflejaba esa apatía en defensa (10-19), producto de la excesiva fragilidad mostrada atrás. Cada 1x1 eran puntos para . Roberto decidió apostar de inicio por un quinteto sin García-Abril y el renovado quinteto de Palma retrató a más de uno, especialmente a Sergio de la Fuente, que se fue al banco después de hacerlo todo mal en el campo en apenas seis minutos.
La primera rotación -ya con Wintering en pista- cambió la cara al UEMC y dejó asomar parte de su mejor versión. La de un equipo solidario y con capacidad de sacrificio que pelea por cada uno de los balones en juego. Tardaron un cuarto entero en asomarse (22 puntos en diez minutos encajó para una proyección de 88), pero cuando esas señas de identidad hicieron acto de presencia, el partido fue otro bien distinto.
Antes tuvo que sacudir el árbol el técnico, que en catorce minutos ya había empleado a todos sus efectivos (incluido Revilla) en busca de un equilibrio que se hizo esperar. Demostró su paciencia Roberto, dando segundas oportunidades a jugadores que ahora mismo están a años luz de su mejor versión. En este vagón de cola se encuentran nombres como Berg, Geks, el mencionado De la Fuente o un desconocido Raffington, que volvió a cerrar un partido con menos de 10 minutos en cancha y números impropios de un jugador de su trayectoria.
No era el mejor decorado para recuperar el aliento, pero el conjunto vallisoletano se agarró al partido a la espera de que llegara una situación que provocara el desbloqueo. Y ese click tardó 19 minutos en llegar, coincidiendo con una buena defensa coreada por todo el público que agotó la posesión visitante (34-34). Ese punto de inflexión generó más confianza en los locales, que tras el paso por vestuarios empezaron a creer en su defensa como puntal básico para crecer en el partido.
Esa confianza no solo frenó en seco la comodidad con la que hasta entonces se había empleado Palma (26 puntos en la segunda parte), sino que además mejoró los registros en ataque, apoyado en jugadores que se echaron al equipo a su espalda como Pantzar, Kuiper y Puidet. Cuatro triples de estos dos últimos y una mayor presencia interior de Pippen dispararon el marcador hasta una máxima renta de 14 puntos (59-45, minuto 27), tumbando cualquier atisbo de reacción de los visitantes, que para entonces ya solo se apoyaba en Van Beck y Pavelka como únicas amenazas.
Lo intentó Elijah Brown en su debut, pero se quedó a medio camino protagonizando dos acciones nada edificantes en las que intentó sacar partido provocando al novato García-Abril (en la primera picó Carpallo y en la segunda fue De Lucas quien sancionó al americano con la cuarta falta).
Con Palma a remolque y a la desesperada, el UEMC solo tuvo que dejar que fuera su rival quien cometiera los errores. Y el partido acabó en capicúa. Con un equipo local, asentadas ya las bases, que se apoyó en un estilo extraordinariamente sencillo, sin estridencias y con la paciencia necesaria para dejar que la ansiedad ajena hiciera el resto.
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