Estados Unidos, la llamada tierra de las oportunidades, esconde también bajo la alfombra una catarata de casos de jugadores que han caído a los infiernos después de tocar techo. El último que hemos conocido, Delonte West, mendiga hoy por las calles de Virginia después de ... disputar nueve temporadas en la NBA en las que llegó a amasar una fortuna de 16 millones de dólares.
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Menos sonados son los casos a la inversa, aquellos que nacen ya como muñecos rotos y acaban haciéndose un nombre y una carrera en el baloncesto profesional. El del nuevo americano del Real Valladolid Baloncesto es uno de ellos.
Kevin Patrick Allen (Ecorse, Michigan; 1994) fue abandonado por sus padres al nacer y desde ese preciso instante su infancia se convirtió en una carrera de obstáculos que consiguió salvar sin sufrir rasguño alguno. Alternó con delincuentes, traficantes y drogadictos y, sin embargo, supo esquivar todas las balas gracias a su fortaleza mental y fuertes creencias religiosas.
«Yo era un 'homeless' [sin hogar] en el instituto. Con 14 años me iba al parque a dormir porque muchos días no me abrían la puerta para dormir (se refiere a una de las diferentes casas de acogida que fue enlazando). Luego ya conseguí que un compañero me diera las llaves de su coche para pasar la noche», comenta hoy Kevin con absoluta naturalidad. «Me despertaba, salía del coche, llenaba la mochila de comida como podía por si luego no tenía tiempo y me iba a estudiar antes de entrenar un par de horas».
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Su relación con el baloncesto le vino casi heredado por su genética, y paradójicamente gracias a ella, la que le regalaron sus padres antes de abandonarlo, pudo eludir la mala vida que escogieron muchos otros chicos de su edad.
«Crecí con nueve hermanos, mis hermanos en las casas de acogida, y siempre era el más pequeño hasta que un buen día mi cuerpo creció y me guió al baloncesto. Cuando mi madre de acogida me dijo que no volviera más, decidí seguir por este camino porque era lo único que me apartaba de otras tentaciones. El basket era lo único que me sacaba del gueto. Cuando la gente iba a trabajar, yo iba al parque. Y cuando mis amigos se iban a dar una vuelta o a tomar un helado, yo me iba a jugar basket», recuerda trece años después sobre una etapa en la que, con sus antecedentes y ese entorno, lo fácil era descender a los infiernos.
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«Es fácil acabar en ese pozo cuando eres un niño. Lo normal es convertirte en un traficante de droga o atracador, pero nunca llegué a eso porque sabía como defenderme. Siempre preferí ser pobre que seguir por ese camino. Ese camino te daba más posibilidades materiales pero te llevaba a una vida problemática. Yo no juego, no apuesto, no fumo, nunca tuve problemas con la policía,... mis errores me los causaba otra gente», explica Allen, que reconoce que ese carácter «solitario» le ayudó a sobrevivir.
«Así soy yo. Sé que si hay algo que es malo para mi no lo voy a hacer. He vivido cerca de esos tiroteos, pero también sabía de las consecuencias de implicarse en ellos. Siempre he intentado seguir un camino diferente», comenta el nuevo americano del Pucela Basket, que todavía hoy juega online al ajedrez con su amigo 'Debo', Darius Love, con el compartió no solo sueños y pesadillas en el coche sino también innumerables tiroteos y escenas conflictivas.
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Sin un entorno familiar que le guiara y le mostrara el camino, en su caso se antojaba más complicado eludir el pozo. ¿De dónde le vienen, entonces, los valores? «Me hice a mí mismo. Aprendí de los errores, observo mucho y si veo que algo no tiene sentido, entonces me aparto de ello. Vivía en suburbios y veía el resultado de determinadas acciones. Nunca quise ser como ellos porque si les imitaba iba a acabar como ellos», señala, convencido de que todo ese cúmulo de experiencias han terminado por hacerle mucho más fuerte.
«Definitivamente te hace más fuerte. Todo eso me lo guardé y nadie supo, ni en el colegio ni en la Universidad, por lo que yo estaba pasando», admite, respondiendo a la etiqueta de solitario que él mismo se cuelga. «No quiero que la gente sienta pena por mi», añade sin darle mayor importancia a una historia, la suya, quebrada por el propio destino.
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Ha pasado por diferentes ligas, incluido el baloncesto en formación que se practica en Estados Unidos tanto en la etapa de instituto como en la universitaria, y Kevin Allen establece diferencias con lo que se ha encontrado a su llegada a España. «Hablé antes de venir con Vandiver y con Thomas Broleph –hoy en Granada– y ya me explicaron un poco. «Es más duro de lo que esperaba, un baloncesto más rápido, hay menos uno contra uno y tienes que buscar tus espacios. Es más exigente con tu cuerpo y también con tu cabeza, porque tienes que pensar mucho más rápido», explica Allen, admirador de Hakeem Olajuwon y de DeMarcus Cousins.
Una historia que guarda ciertas similitudes con la del jugador de la NBA Jimmy Butler, hoy estrella en Miami y abandonado a los pocos años de vida por su padre. Al igual que Kevin Allen, saltó de casa en casa de acogida después de que su propia madre lo dejara en la calle y el baloncesto lo rescatara convirtiéndose desde entonces en su refugio y principal vía de escape.
– ¿También su salvación?
– «No diría tanto», afirma Allen, «porque creo en Dios y mi fe es muy fuerte. Me ha dado un don, que es mi altura, y mi trabajo y esfuerzo son los que me han traído hasta aquí».
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Con lo que ha dejado atrás, una derrota más o menos en la cancha no le supone un drama. «Para mi el baloncesto es fácil porque mi vida sí ha sido realmente dura. Al final esto es un juego. Perder en baloncesto fastidia, pero sé lo que es perder en la vida porque yo solía comer en contenedores de basura», espeta.
Con el paso de los años esa huella que le marcó su infancia se ha ido borrando y ya no tiene el mismo interés por conocer a su entorno familiar. Sí sabe que tiene cinco hermanos –no sabe cuántos son chicos y cuántas chicas– y poco más. «Algunas veces he sentido curiosidad, pero no es algo que me obsesione. Lo que sé de mi familia es que mi padre murió de un ataque al corazón y que mi madre era una drogadicta. Igual ha resultado mejor no haber vivido en ese entorno porque hubiera sido peor», sostiene a día de hoy.
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Antes de recalar en Valladolid, Allen pasó por ligas tan exóticas como las de Tailandia, Nicaragua, Albania, Rumanía y Taiwán con números que no tardaron en llamar la atención.
Un cambio de agente propició su incursión en el mercado español, y el perfil que presentaba no tardó en llamar la atención a Pepe Catalina, director deportivo del club, que semanas después de establecer un primer contacto no dudó en llamar a Shaun Vandiver –exjugador de Estudiantes que dirigió a Kevin Allen en la Universidad de Emporia State– para pedir informes.
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Vandiver, que todavía hoy mantiene contacto casi diario con el jugador, dio primero su visto bueno y después habló con su discípulo para convencerle de jugar en España. «Me ha hablado mucho y mientras me entrenó, me enseñó a postear y a utilizar mi cuerpo para sacar ventajas. Me gustan los técnicos que han jugado al basket antes porque saben de lo que hablan. Sé que él (Vandiver) jugó a gran nivel y he aprendido todo lo que he podido. Ahora es uno de mis mejores amigos y es capaz de sacarme del pozo cuando tengo malos días. ¿Si me parezco en algo? Yo tengo cosas que él no tenía. Tengo una capacidad atlética que él no tenía», afirma, encantado con los técnicos que le exigen el máximo para sacar el mayor rendimiento en la pista.
«Me encantan los técnicos que me obligan y me hacen mejor. Alguien que es capaz de motivarme de esa manera es algo que respeto, y él siempre lo ha hecho», explica.
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