Escribíamos en estas mismas líneas hace una semana sobre el paso de Javier Imbroda por Valladolid y su frustración por no haber encontrado un líder ... que ordenara aquel vestuario. Su talante sí caló lo suficiente para apaciguar la tormenta desatada por Iván Corrales en el primer año, pero en el segundo ese discurso pacificador y condescendiente se fue desgastando hasta acabar con los huesos en la LEB. Sin ese aliado en la pista que ejerciera de extensión del entrenador, el enfermo que había sido el año anterior se fue deteriorando hasta perder las constantes vitales. Para esa función Javier llamó en verano a su amigo, discípulo y uno diría que hasta su tercer hijo, Nacho Rodríguez. Le había amamantado deportivamente desde los 17 años y ya con 37 decidió que fuera su cómplice, su enlace sindical dentro de la pista, para mediar en ese oleaje que siempre agita la relación entre el jefe y sus empleados.
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Nacho llegó a Valladolid con una misión meridianamente clara, lejos de los puntos y las asistencias, y sin embargo el peso de las derrotas no solo fue minando el día a día del vestuario sino que también contaminó aquel pacto casi de sangre e incluso una amistad de décadas que parecía inquebrantable. En estos últimos días hemos sabido por una carta publicada en el diario Sur por el propio Nacho Rodríguez que aquel enfado tuvo mucho más recorrido más allá del descenso de categoría. «Tuvimos un desencuentro importante en mi último año como profesional en Valladolid que nos distanció. Recuerdo a mi madre decirme: 'Ignacio, con lo buenos amigos que habéis sido, por qué no habláis que seguro que lo solucionáis…'», relata en su carta.
Hay que tragar saliva para digerir sus palabras porque, según explica, han tenido que pasar casi catorce años para que ambos hiciesen las paces. «Hace dos meses un amigo común me dijo: 'Los dos sois mis amigos y creo que tenéis una conversación pendiente'. Rápidamente le dije: 'Tienes toda la razón', y en una semana nos vimos en Sevilla. Al principio hablamos de lo que pasó y en seguida empezamos a ponernos al día, como si no hubieran pasado los años. Guardaré siempre su último mensaje: «Ignacio –así me solía llamar– la vida no es un camino uniforme. Tiene sus curvas más o menos pronunciadas, sus baches y también sus averías. Nunca es tarde para hacer una parada y reflexionar de dónde venimos y quiénes estuvieron acompañándote en ese viaje de la vida». La vida siempre te da una segunda oportunidad, admite hoy Nacho.
Fútbol
Anda el Real Valladolid dubitativo cuando abandona el manto protector de Zorrilla. Como ese niño que no sabe que quiere ser de mayor, frunce el ceño cada vez que se aleja de su estadio y el colmillo se le vuelve de leche.
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Le entran las dudas y se encoge. Así fue en Fuenlabrada, también en Alcorcón y este sábado en Málaga, donde volvió a apiadarse de uno de los rivales más inconsistentes de la competición. Serán las fechas, que invitan al perdón, porque el Málaga de José Alberto, el de Natxo González, este de Pablo Guede y el del sursum corda debería firmar una derrota digna en cualquier escenario. Se había ido sin marcar en sus cuatro últimos partidos y de no haber sido por el Sábado de Pasión de Joaquín y Kiko Olivas, hubiera añadido un quinto a la lista.
De no mediar el chárter, hubiera sido un juguete roto en manos de este Real Valladolid hogareño que últimamente se empeña en recargar las pilas de los rivales que visita. No duden de quién les diga que los equipos son el vivo reflejo de su entrenador. Reaccionan a sus estímulos pero también cojean del mismo pie. Y el de Pacheta es un equipo educado que no pisa callos y se muestra a los demás como ese invitado agradecido que siempre lleva una caja de bombones cuando visita casa ajena.
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Al igual que sucede con el inquilino del banquillo es cercano, directo, sincero, conciso, transparente en su discurso, y también casero. Muy casero. Tanto que no perdería un solo partido si los jugara todos en Salas de los Infantes. Eso nos indica también que este Valladolid es mimoso, y que necesita el calor de su público para activarse y dar el cien por cien de todo el talento que atesora. Es asintomático cuando juega cerca de los suyos. Y no solo no le duele nada cuando se confina en Zorrilla sino que luce sano y multiplica sus anticuerpos hasta dar una versión muy mejorada de la que es capaz de ofrecer a domicilio.
Como en casa no se juega en ningún sitio, y es ahora cuando el Valladolid necesita todos los mimos que le pueda dar su afición. En este mes que falta de competición en el que jugará 4 de los 7 partidos acunado por los suyos. Uno echa cuentas y 77 puntos (65+12) deberían dejarte a un chasquido de dedos del regreso a Primera.
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