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RICARDO S. RICO
Viernes, 27 de noviembre 2015, 23:50
Enfrentarse al Quesos Cerrato es como sentarse ante el ordenador y cargar el último videojuego de guerra, el no va más en gráficos, realismo y dificultad, solo territorio para los más frikis. Por más que neutralices enemigos, por más que se te encallen las yemas de los dedos de tanto agarrar y accionar el ratón, siempre habrá por ahí un francotirador escondido que preludia el game over. O guardas los cambios cada dos minutos y te vas a la cama pensando en cómo acabar con el dichoso muñequito la próxima vez, o te dan las cinco de la mañana delante de la pantalla, los ojos enrojecidos y la pierna dormida de tanto tiempo sentado sin pasar de level. Si lo suyo es la lectura, jugar con el Quesos Cerrato es como abrir Cien años de soledad, que me perdonen los ortodoxos del gran Gabo, por quien uno profesa ferviente admiración. Tilden al que escribe de inculto e ignorante, pero con la familia Buendía y sus siete generaciones en Macondo uno no puede, tal galimatías le hace cerrar el libro y volver a retomar la historia otro día. Es muy difícil superar pantallas, es muy difícil avanzar páginas, es muy difícil ganar al Quesos Cerrato. Requiere esfuerzo y desgaste mental, porque los de Porfi Fisac son dificultosos, incisivos, persistentes, un tanto cyborg.
Llegaba este viernes el Cáceres al Pabellón Marta Domínguez (de momento) dispuesto a derribar al odioso soldado apostado en la ventana, a convertir a la familia Buendía en la familia López o Martínez, por ejemplo, más de andar por casa. Su racha de cinco derrotas consecutivas no era un buen aval para los de Ñete Bohigas, que dominaron de inicio el rebote ofensivo con Jakstas y Serrano pero sin finalización en canasta, lo que aprovechaba el Quesos Cerrato para correr raudo al contraataque, con Blanch a lo Iturriaga. El alero catalán era un martillo pilón en estático y en dinámico, con siete puntos en seis minutos que ayudaron a los de Fisac a coger buena renta (16-6). El Cáceres andaba cegado en el lanzamiento, y los de Fisac acabaron el primer cuarto muy superiores en el marcador (24-11), pero preocupados por la posible lesión de McCarron, que se retiró al vestuario.
A Blanch le sucedió Tomàs en el arranque del segundo acto en el caudal ofensivo de su equipo, con un triple y una canasta de dos que colocaba el 31-14, y Dani Rodríguez se sumaba a la fiesta con otros cinco puntos que obligan a Bohigas a pedir tiempo muerto (36-16, a falta de 6:43). El Quesos Cerrato era un torbellino, un látigo en ataque. Acciones rápidas y acierto en la penetración y en el tiro, frente a un Cáceres al que el aro se le hacía pequeño. Un triple de Tomàs desde Baleares y un tiro libre de Vicens ponían el 47-19, el partido parecía ya muy decantado, pero un parcial de 0-9 con Jakstas destacado le dio algo de oxígeno al equipo extremeño. Con todo, 53-28 al descanso para un Quesos Cerrato que se hartó a encestar y un Cáceres náufrago en los porcentajes (6/27 en tiros de dos, 3/14 en triples). La tarjeta gráfica del Cáceres no podía con tanto bombardeo, los renglones del libro se le torcían. Tomàs, Dani Rodríguez, Blanch, un tal cyborg....
McCarron se sentaba en el banquillo en la reanudación, pero sin pinta de despojarse más del chándal. Mientras, Lamont cogía el relevo anotador en la zona, y con seis puntos, dejaba el marcador 62-33, con tiempo muerto de Bohigas a falta de 6:25. Diferencia insalvable ya para un Cáceres que empezaba a pegar más de lo habitual en una cancha. Si no bajaban el pistón los de Porfi Fisac y maniataban a Mockford, que despertó con tres triples seguidos, el tanteo podía ser de escándalo. Al acabar el tercer cuarto, 72-45.
Porfi se sentaba en el banco al comenzar el último cuarto. Sintomático. Y Reyes se iba casi hasta los diez minutos de juego. Más sintomático. El Cáceres se colocaba 74-51, este Quesos Cerrato ha hecho caníbales a los aficionados del Marta Domínguez. Se quieren comer al equipo rival, pedían más intensidad a sus jugadores. ¿Más? Pues sí, pero el adversario se colocaba a 16 puntos (74-58, a falta de 3:35). Porfi pedía tiempo muerto, sentaba mal haber perdido la velocidad de crucero y los cuatro únicos puntos de Tomàs y Lamont en ocho minutos de cuarto. Pero viendo el marcador final, 78-60, no hay que ser avaricioso. El francotirador del videojuego sigue matando, el libro sigue siendo indigesto. El cyborg sigue con el ojo rojo.
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