Lalo García: La leyenda del '5' continúa muy viva

No es casualidad que la camiseta con el número 5 solo la pueda vestir un canterano en el primer equipo del CBC Valladolid, como tampoco que la luzcan todos los capitanes de las categorías inferiores.

Sí lo es que el club haya tocado el techo ACB cinco años después de su fundación. O quizás no. Porque desde entonces hay un ángel custodio que vela por el porvenir del primer equipo de baloncesto de la ciudad, nacido el mismo año que desapareció Lalo García. La leyenda del eterno capitán sigue hoy muy viva.

Pero no siempre fue el 5 el que guió su destino. Hay que retroceder a los años en blanco y negro de Huerta del Rey, aquellos 80 que impulsaron el baloncesto en Valladolid, para encontrar los primeros pasos deportivos de Lalo con el 10 a la espalda. En el patio del colegio La Salle, allí donde alternaba las patadas como central robusto de un grupo de menudos jugadores de fútbol sala con los contraataques en un equipo una generación mayor. «Es curioso porque mientras otros metían pufos (mayores) para intentar ganar partidos, en aquel equipo subimos a gente más pequeña como Lalo», recuerda Javi Sanz, el primer entrenador que tuvo y probablemente junto con Quinto Salvo quien mejor conoció al Lalo jugador.

«Sin ser un derroche de cualidades, sorprendía lo claro que tenía que quería ser jugador de baloncesto», explica quien acabara marchándose con Lalo poco más tarde al Fórum Lourdes. «El primer año de cadete su actitud cambia y da un salto espectacular. Se cuenta de que es uno más y empieza a currar. Llegó como el nuevo y acabó siendo el líder de aquella generación», apunta.

Poco antes de pasar por las manos de Quino Salvo la llamada de la selección de Castilla y León le lleva a conocer a los que iban a ser sus nuevos compañeros. Al mando Javier Alonso, hoy responsable de los servicios médicos del club, y Luis Moratinos. Había una base de Lourdes pero por allí se asoman también David Enciso, de El Salvador, Carlos Sacristán, de Maristas, o Chus Conde, procedente de Olmedo. «Es curioso pero había jugadores con muchísimo más talento como Larry, Ángel Muñoz, Enciso o Carlos Sacristán, pero sin embargo la evolución no fue la misma por los estudios. Lalo no, él tenía clarísimo donde quería llegar y aprendía cada día para ello. Era un currante, un Quino II», advierte el doctor Alonso, 'El Pulga', superviviente del desaparecido Fórum y una de las pocas personas que ha vivido en primera persona la trayectoria del baloncesto en Valladolid en los últimos cuarenta años.

«Lalo tuvo muchas oportunidades», advierte, en alusión a dos entrenadores/formadores que encajaron como anillo al dedo con su forma de entender el juego. Primero Quino y poco más tarde Pepe Laso, quien le hiciera debutar en a Liga ACB.

«Me encontré con un jugador con un físico privilegiado, impropio de su edad, que no se achicaba ante nadie. Subimos a unos cuantos chicos y Lalo tenía sin duda el sello de Quino, un auténtico motivador», apunta con el paso de los años Laso senior, quien acaba de comprometerse con el nuevo proyecto de Palma en la LEB Oro para encargarse de la formación de los jugadores jóvenes.

Se va Laso y llega Sabonis, y con el lituano la era dorada del baloncesto local, que no solo vino acompañada de éxitos y el paso de jugadores a priori inalcanzables sino también de presupuestos cuantiosos y contratos más que jugosos.

Es la época de las vacas gordas. Por el banquillo se asoma Javier Casero, hoy conferenciante en materia de educación quien asegura que intentaron cambiar los contratos de los jóvenes y destinar una parte a inversiones paralelas para que no tuvieran sueldos tan altos.

Todavía agradecido por vivir una etapa en la que fue declarado mejor entrenador ACB, Casero recuerda con cariño la irrupción de aquel júnior. «Lalo llegó para echar una mano en un equipo en el que tenía a Miguel Juane y Homicius y me convenció tanto que acabó de titular. Y no fue mérito mío sino de él», explica, destacando por encima de su capacidad de sacrificio y el corazón que ponía en todo lo que hacía, su perfil de líder en la sombra. «Lalo tenía una virtud y es que era tremendamente prudente. El más prudente que tuve. Un líder desde la discrección, y fíjate que por allí estaban Corbalán, Tikhonenko o Sabonis», sostiene. «Aún recuerdo un partido en Grecia de extrema dificultad, con mucho nervio en el campo, en el que él aportó mucha cabeza».

Y llegamos al año 93, y Lalo se encuentra en el banquillo con Samuel Puente, otro de los históricos del baloncesto local. «Ya habíamos coincidido porque el año que sube de júnior es mi último como jugador. Había que rejuvenecer la plantilla y él llega con aire fresco y ese espíritu de superación y de darlo todo que siempre le caracterizaba. Con 17 años era un impulso para el vestuario», recuerda Puente, que se queda con ese vertiginoso proceso que le tocó vivir. «Maduró muy rápido porque pasó de ser el júnior a ser un jugador importantísimo en tres años, y a serlo todo en el club», comenta sobre una etapa en la que hubo que superar las primeras turbulencias.

«Para alguien de Valladolid se hacen mucho más duros los momentos de inestabilidad, y sí que es verdad que él se quemaba más de lo necesario por situaciones que no deberían afectar a los jugadores», asegura Samuel Puente, quien en cierto modo se vio reflejado en la evolución de Lalo. «Yo soy de Madrid pero llegué con diecisiete años a Valladolid y sabía lo que era enfrentarse a situaciones difíciles», apunta sobre el capitán y un equipo que lideraban Óscar Schmidt y Fetissov y en el que ya asomaba Mike Hansen, actual presidente del CBC Valladolid.

Al año siguiente es Wayne Brabender el que toma las riendas y se reencuentra con un Lalo al que ya había dirigido en la selección sub-22. «De los 17 partidos que jugamos, ganamos 15 y empatamos dos –todavía entonces era válido el empate–», afirma el histórico exjugador del Real Madrid y de la selección española, que estos días descansa en Valladolid, desde donde recuerda con especial cariño la figura de Lalo García. «Era un ejemplo como profesional y un currante que ayudaba siempre al equipo en todo lo que le hacía falta».

Se empezaba a dejar atrás la época gloriosa y se avistaban las vacas flacas que acabaron por acelerar la retirada del gran capitán. «Fueron años deportivamente extraordinarios pero tumultuosos», apunta Gustavo Aranzana, quien recuerda que Lalo, «como hombre de club que era, galvanizó en los peores momentos y aportó y ayudó para que no desapareciera».

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