

Secciones
Servicios
Destacamos
Porfirio Fisac (54 años) es un nómada del baloncesto español orgulloso de su herencia segoviana. Nació en Fuenterrebollo y estos días ha pasado por Cantalejo ... para disfrutar de esa sensación que le «riza la piel», un sentimiento de desconexión imprescindible para su rutina en la más alta competición. Tras recorrerse medio mapa nacional, desde sus inicios como entrenador en Villanueva de la Serena a otras etapas de gran calado en San Sebastián o Valladolid, logró el curso pasado un hito con el modesto Zaragoza, al que clasificó para las semifinales de la ACB. El equipo que empezó la campaña con el objetivo de no pasar apuros se clasificó sexto, dejando por el camino al Baskonia, tercer cabeza de serie, y cayendo con honor ante el Barcelona.
Es el gran hito de una carrera esforzada que empezó, lejos de los focos, en Extremadura. O antes, porque cuando era adolescente compaginaba sus partidos como jugador con entrenar a las categorías inferiores o a equipos femeninos. Tras dirigir a combinados sub-16 o sub-18 y a la absoluta de Senegal, su gran reto es ser, algún día, seleccionador nacional. Sabe que es difícil, pero tiene sus argumentos.
–¿Cómo llegó el baloncesto a su vida?
–Salgo muy temprano de Fuenterrebollo. Mi padre era el practicante del pueblo y él marcha con una plaza a trabajar en un ambulatorio de Valladolid. Yo tenía unos tres años. Mi primer recuerdo llega en el Colegio Maristas, con ocho o diez años, que empiezo a jugar allí. Empezó a formarse el club, éramos gente muy jovencita y había tres entrenadores. En campeonatos cadetes y júnior, quedábamos siempre los primeros de Castilla y León y nos clasificábamos para campeonatos de España ante equipos como el Barcelona o el Madrid. Con 16 años, incluso me ponía a entrenar chicas y niños pequeños. Siempre me ha gustado mucho. Es mi pasión, es mi vida, lo reconozco.
–¿Qué espacio jugaba el deporte en su infancia?
–El 100%. He vivido un poco en torno a él. Mis amigos son gente de basket, he formado mi familia alrededor de él. Ha sido el núcleo que me ha enchufado sangre, es una sensación muy importante.
–¿Qué parte de jugador y de entrenador había en usted?
–Como jugador, siempre tenía la intuición de a quién había que darle el balón, de hablar siempre, dirigir un poco a los compañeros, ayudar al que tácticamente le costaba más entender... Siempre he tenido esa sensación de sentirme muy cercano al entrenador y muy partícipe de la disposición de los jugadores.
–La retirada es un momento complejo. ¿En su caso fue una transición más sencilla?
–Sí, fue muy fácil. Yo lo dejé relativamente temprano, tenía 29 años. Decido casarme y cambiar totalmente de vida. Al haber estudiado enfermería, conozco a una chica de Extremadura, me marcho allí y hago un poco toda mi parte de tránsito de jugador a entrenador. En el Doncel La Serena es donde empiezo mi carrera. No tengo una sensación de sufrimiento de pasar de un sitio al otro.
–Decía en 2002 que era segoviano de nacimiento, extremeño de adopción y vallisoletano de corazón. Ha pasado por media España desde entonces. ¿Qué mapa geográfico tiene ahora su personalidad?
–Soy segoviano, no puedo renunciar y es algo que quiero, aprecio y tengo ahí. Lo que digo es que como entrenador me he formado en Extremadura, donde empecé mi carrera. Luego, Valladolid ha sido la que me ha hecho crecer como persona. Desde los cuatro años hasta los 23, que salí de allí. Es donde resido y donde sigo estando. Siempre he dicho que mi sensación de segoviano no la voy a cambiar, es algo que siento. Yo vengo ahora a Fuenterrebollo o Cantalejo y tengo una sensación diferente.
–¿Cuál es esa sensación?
–Paso muy poco tiempo en Segovia, pero cuando llego a esa zona el pelo se me riza. Me ha pasado viendo el encierro. Estar con el coche por allí, viendo salir a los toros en el campo... Correr por esa dehesa y esa Castilla totalmente segada y limpia, ese polvo que se levanta. Cantalejo huele un poco a patria.
–Decía que sus metas eran llegar a lo más alto de sus posibilidades. ¿Lo ha conseguido?
–No, aún tengo sueños. Nunca debes ser lo suficientemente sensato para cumplirlos sino lo suficientemente volátil para llegar algún día a tener algo más. Hay algunos que los tengo muy claros, que todavía no los he cumplido y tengo el deseo de llegar a ellos.
–¿Por ejemplo?
–Siempre he tenido esa sensación de que entrenar a la selección de tu país es lo más grande. He tenido la oportunidad de entrenar a una selección como la de Senegal y es una sensación muy grande. Es uno de esos sueños que te quitan la vida poder hacerlos. Ahora mismo llevas muchos años haciendo las cosas muy bien, hay un grandísimo seleccionador y hay mucha gente en ese abanico. Será muy difícil de conseguir, pero qué duda cabe que cuando he entrenado selecciones de formación, sub-18 o sub -16 es un sentimiento diferente. Es como cuando entras en Fuenterrebollo o Cantalejo, los pelos cambian de posición.
–Sostenía que si no llegaba a ser entrenador del máximo nivel, no iba a estar eternamente viajando. ¿Cómo sentía aquello?
–Bueno, mis hijos eran más pequeños, ahora son universitarios. La sensación de libertad y poder viajar con tu mujer es diferente, pero sí que es verdad que he vivido seis años en San Sebastián, otros seis en Valladolid. Y desde allí nos hemos trasladado a Fuenlabrada y ahora a Zaragoza. Tampoco hemos tenido ese movimiento de estar cada año en una ciudad, por lo tanto, no estoy quemado. Todavía tengo la sensación de que me quedan muchas zonas por conocer y ciudades a las que llegar.
–¿Cuándo sintió que había llegado a ese máximo nivel?
–Yo disfruto mucho con mi trabajo. No pienso tanto en el estatus deportivo en el que estoy sino en la sensación del trabajo que tengo. Ahora mismo siento que no estoy lleno, que necesito mucho de esto para estar compensado. Y eso es lo que más me complace.
–Del objetivo de no pasar apuros a jugar con el Zaragoza una semifinal de ACB. ¿Cómo se construye una temporada así?
–[Ríe]. La primera y más importante, teniendo un grupo de jugadores que cree en lo que estás haciendo. La segunda, que no tengan lesiones y no haya percances. Y la tercera, que ese grupo se acabe formando en una familia. A partir de ahí, hay momentos de fortuna o trabajo, como tiene todo el mundo en la vida.
–¿Se queda con la espina de haber dado un salto más?
–Hay que ser realistas. Contra equipos como Madrid, Barça, Vitoria o Unicaja no ganas solo tú, sino que a veces pierden ellos una parte importante de los partidos. Lo que tienes que hacer es llegar a tu máximo nivel; si ellos luego no están centrados... Yo tengo la sensación de que ante el Barça hicimos absolutamente todo. Así como Baskonia falló en determinadas cosas o no llegaron en su mejor momento, Barcelona no bajó el nivel.
–¿Qué sensación transmite un 'play off'?
–Hay dos. En el Buesa Arena, nuestra sensación era clara y definida: empujar, empujar y empujar. Y encima nos sale un baloncesto espectacular. Creo que alcanzamos un nivel probablemente muy por encima del que podíamos tener. En el Palau, al principio nos pasan por encima y luego teníamos que demostrar que no éramos una panda que había entrado por fortuna en el 'play off'. Luego hacemos dos buenos partidos. En el Palau estamos cerca de poder ganarles, pero ciertas decisiones no nos acabaron de acompañar.
–Sostenía que era crucial ganar a un grande para crecer. Lo han hecho. ¿Se ha notado?
–La prueba está en la entrada de un patrocinador nuevo, una empresa muy fuerte con Casademont a la cabeza. El club está encantado, el número de socios está aumentando... Lo que hemos hecho es recoger un poco de siembra y empezamos una nueva cosecha con el nuevo año.
–¿Hacen falta historias como la suya para devolver la incertidumbre al baloncesto español?
–Falta hacen, pero más mediáticas y a nivel de ciudad. Madrid y Barcelona, tanto en fútbol como en baloncesto, son inaccesibles. Nadie va a conseguir nada si no cometen ellos grandísimos errores. Nadie se va a meter una final si no están muy lejos de su rendimiento.
–¿Cómo se gana el respeto de sus jugadores?
–Si les respetas, es más fácil que te respeten a ti. Lo primero es respetar a la gente con la que trabajas y, a partir de ahí, tener lo demás.
–Una de sus claves es adaptar su identidad a la del grupo. ¿Cuál es su identidad?
–Hay dos cosas con las que soy muy claro y no dejo negociar. Puedo ser mejor o peor tácticamente, un equipo más tirador o más defensor, pero la forma de trabajar y de entregarnos es clave. El día a día y el partido son dos aspectos que tenemos que vivir al cien por cien. No sé entrenar a un nivel inferior ni jugar sin que lo demos todo. La otra, es la confianza. Mi deseo es que mis jugadores hayan crecido en el año que hayan estado conmigo, ese es el punto más importante.
–Con todas las ciudades en las que ha estado. ¿Qué hace falta para que el baloncesto despunte en Segovia?
–Es complicado porque es un tema empresarial muy importante. Esta cuestión casi siempre se deriva en que haya una estructura de empresas detrás. Y luego, institucional. Ahora es un momento de tener toda esta crisis que hemos vivido y de la que, parece, estamos saliendo cada vez más. Y que haya gente, como está ya sucediendo en Segovia, que empuje y tire esto hacia delante. Son varias condiciones, pero la economía es la que te puede dar ese pasito hacia delante.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.