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Apenas quedan diez días para la clausura de la exposición Delibes, en la Sala de la Pasión. Es la última oportunidad de disfrutar del reencuentro con un escritor que, hoy por hoy, sigue sin tener museo en su ciudad natal, pese a que han pasado ... ya once años desde su fallecimiento. Cuando se clausure, el 2 de mayo, una parte de los materiales concebidos para la ocasión se guardarán en un almacén, con la esperanza de que puedan hallar acomodo permanente en la futura Casa Museo, cuya ubicación aún está por definir, pero otros se perderán irremediablemente como el material efímero que son. Es, por tanto, la última oportunidad para volver a encontrarse con esas muchas facetas desconocidas de un novelista del que creíamos saberlo todo. La última oportunidad para bucear con minuciosidad en alguno de los muchos detalles de los que la exposición está tramada. Parafraseando a Juan Marsé, son las últimas tardes con Delibes.
El balance de visitantes es agridulce. El director de la Fundación Delibes, Fernando Zamácola, todavía confía en que puedan alcanzarse los 20.000 asistentes en estos últimos días de apertura de la sala, pero no es fácil, porque las cifras actuales rondan los 14.000. No es un mal dato, teniendo en cuenta las circunstancias. Pero está muy lejos del horizonte ideal que se había marcado la institución. «La limitación de aforo y de horarios nos deja muy por debajo de lo que nos habría gustado. Pero los vallisoletanos han sido fieles a Delibes. Ha sido habitual ver a gente esperando a la puerta de la sala hasta poder entrar».
Zamácola reconoce que la celebración del centenario del escritor vallisoletano, de la que esta exposición es el colofón final, ha estado marcada por la pandemia de Covid y las limitaciones sanitarias que ha impuesto. «Hemos celebrado el centenario que hemos podido, no el que hubiéramos querido», se lamenta.
Aún así, y pese al obstáculo final de las obras en la calle Pasión, que pueden desconcertar a algún visitante poco iniciado, la muestra ha generado un caudal enorme de emociones y vivencias que permanecerán. «Es difícil imaginar la cantidad de personas que han pasado por la sala y que nos decían que habían sido alumnos de Delibes», recuerda. Eran el testimonio vivo de su muy intensa faceta docente, cultivada durante décadas.
Lo que más ha gustado, quizás por lo menos conocido, ha sido la faceta más familiar, íntima y humana del escritor. Su relación con su mujer y sus hijos, la importancia que la familia tenía en su vida, su amor por el aire libre y el deporte, además de la naturaleza. «Esa capacidad para crear incluso con el ruido de fondo de los niños y el juego de la pelota en el pasillo ha dado otra dimensión de su figura», asegura Zamácola. También ha sorprendido su dimensión viajera, pese a haberse plasmado en numerosos libros y publicaciones. Pero, sobre todo, ha admirado el modo como fue capaz de compatibilizar sus tres ocupaciones, escritura, docencia y periodismo sin desfallecer. El Delibes trabajador y currante detrás del Delibes creador también aflora en esta muestra que merece la pena visitar más de una vez.
El rincón preferido de Ana Redondo se encuentra nada más acceder a la exposición, en una especie de altar central que recibe al visitante: es el retrato 'Señora en rojo sobre fondo gris», obra de Eduardo García Benito, y que da título también a una de las novelas más personales del novelista vallisoletano. «Este cuadro me parece que dice mucho de Miguel Delibes, de su mundo, de sus mujeres, que tanto han influido en su historia personal y literaria». Redondo recuerda la impresión que le produjo verlo por primera vez en la vivienda del escritor, cuando fueron a realizar una visita a su familia. «Estaba en el salón, encima de la chimenea, en el espacio más importante de la casa», recuerda la concejala de Cultura. «Para mí representa la parte más íntima de Delibes». Pero tampoco puede olvidar la potencia de la novela «con un sentido de la vida trágico y lúdico», ni la impactante versión teatral de José Sacristán. «A mí Pepe me emocionó. Sentí el dolor de Miguel por la pérdida de su mujer y me hizo recordar el de tantos por las pérdidas acumuladas».
Casi nada más entrar en la exposición, a mano derecha, aparece la imagen elegida por Germán Delibes. Es la famosa foto del escritor saltando a bomba a la piscina de su casa de Sedano mientras se agarra la nariz para evitar que le entre agua. «Me parece una imagen especial. Casi toda la exposición trata del Delibes laboral, mientras que esta foto nos habla de su dimensión feliz y de su gusto por la naturaleza, el deporte y el aire libre, que era la gasolina de mi padre». Explica. Germán recuerda que la foto la hizo un jesuita que colaboraba con Manuel Leguineche, Bernardo Arrizabalaga, «que era un excelente fotógrafo». Le impresiona especialmente ver lo desolado que estaba el paisaje de Sedano en esa época «cuando ahora es completamente forestal». Pero lo más impactante es la intrahistoria de la imagen: el escritor no se lanzaba a bomba sin más, sino que lo hacía saltando por encima de la valla de picos que también aparece en la foto. «El miedo a ensartarse le servía para combatir la sensación de meterse en un agua bastante fría».
El consejero de Cultura, Javier Ortega, elige el objeto central de la sala de manuscritos: la mesa de trabajo del escritor. «Esta sala es como un templo. La mesa es el ara, y los manuscritos, guardados en cofres acristalados son las joyas. Es algo sagrado que inspira respeto y reverencia hacia el trabajo de un gran creador». Ortega comenzó su vínculo más próximo con el escritor como director del proyecto de digitalización del archivo de la Fundación Delibes. Luego fue nombrado director y ahora, desde su puesto al frente de la Consejería de Cultura, tiene en sus manos agilizar el proyecto de Casa Museo del novelista vallisoletano. «Cuando, por motivos de trabajo, entré por primera vez a la casa familiar y me encontré con su mesa, en su despacho, rodeada de manuscritos, me impresionó. Fue como entrar en un templo. Cuando tienes el privilegio, el honor o la suerte de estar allí, es algo impagable». Esa mesa, con sus huellas del paso del tiempo, y del mucho trabajo desarrollado sobre ella, está ahora al alcance de los visitantes de la Exposición Delibes.
En la antigua capilla de la iglesia de la Pasión que ahora acoge la exposición de Delibes ha sido instalada la sala de los manuscritos, el lugar preferido por Germán Delibes, nieto del escritor. «Para mí es la joya de la corona. Es una sensación especial ver los textos originales de sus grandes novelas escritos en el papel reciclado que le facilitaba El Norte, y, además, con esa pulcritud y orden, incluso cuando había tachaduras». En el legado Delibes se conservan los manuscritos de casi todas las obras, con la excepción de algunos dañados durante una inundación de la vivienda familiar. «El mayor recuerdo que tengo de mi abuelo es verle ensimismado, escribiendo en estas cuartillas», recuerda. Ese y las cartas que le enviaba, algunas de ellas muy cariñosas. «Guardo con especial cariño una que me envió al cumplir los 18 años. Mi abuelo respondía a todo el mundo, hijos, nietos o desconocidos. Y lo hizo durante toda su vida». Eso sí, en una caligrafía endiablada que sólo Pepi Caballero, la madre de Germán, era capaz de traducir y transcribir a máquina.
El rincón favorito del novelista Gustavo Martín Garzo es el de los escritores, el panel que muestra fotos de Delibes con sus colegas de oficio en la planta superior. «Aquí hay gente muy distinta, en las antípodas de su estilo, pero se ve que, cuando la escritura merece la pena, siempre es universal». De entre todas ellas, resalta una: la de un grupo de escritores compartiendo un viaje en barco en 1959. Delibes comparte cubierta con Calvino, Robbe Grillet o Martín Gaite, entre otros. La imagen del barco le evoca a Garzo a dos naves célebres de la historia de la literatura. «Por un lado es el Arca de Noe, la literatura como espacio salvífico en el que se pone a buen recaudo todo aquello que el escritor no quiere que muera». Pero, por otro parte, está también la nave de 'La isla del tesoro' «porque el barco es también la aventura, el deseo de explorar territorios desconocidos en busca de un tesoro que no hay que entender monetariamente. El tesoro que busca el escritor es aquello que merece la pena porque es capaz de darle sentido a la vida».
Elisa Delibes destaca el panel que recuerda las traducciones de la obra de su padre a otras lenguas, situado al final de la exposición, en la planta alta. Lo elige por la relevancia de lo que cuenta, pero también porque fue una de las lagunas que la familia detectó en la exposición original de la Biblioteca Nacional. «Mi padre empezó a ser traducido desde el principio. De 1957 es la versión al portugués de El Camino», explica. «Y debo decir que siempre cobró derechos por las traducciones. Para él no era tan importante cobrar mucho como que se valorara su trabajo». La presidenta de la Fundación Delibes recuerda que muchos estudiantes le comunicaban que habían realizado una traducción a alguna lengua nueva. «Él los animaba a que buscaran un editor, pero no intervenía». 25 de sus libros han sido publicados en otros países y traducidos a 37 idiomas diferentes, uno de los últimos el macedonio. «A mi padre le hacían gracia sobre todo las versiones en idiomas que usan grafías distintas, como el chino, el japonés, el árabe, el hebraico o las lenguas eslavas».
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