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Miguel Delibes, en el despacho de su casa. Efe
Centenario Delibes: Artículo de Alfonso Fernández Mañueco

En el centenario de Miguel Delibes

«Sigue vivo el amor y la intensa vinculación que tuvo con su tierra. Con su comunidad. A la que llegó a conocer y querer como nadie y de la que se convirtió en pregonero y referente universal»

Sábado, 17 de octubre 2020

Celebramos el centenario de Miguel Delibes y El Norte de Castilla, como ha reconocido, lo vive como algo propio. Así lo ha expresado a través de las numerosas iniciativas que ha emprendido en los últimos meses, en consonancia con la intensa relación que el maestro mantuvo con este periódico durante toda su vida. Su suplemento especial de hoy es buena prueba de ello.

Al recabar mi parecer sobre tan notable efeméride, sólo puedo decir que, a los cien años de su nacimiento y tras diez de su muerte, la vida, la obra y el ejemplo de Miguel Delibes siguen muy vivos.

Desde luego, sigue muy viva su imagen de hombre sencillo, leal y auténtico. Fielmente reflejada por Julián Marías cuando, al recibirle en la Real Academia Española, afirmaba con pleno conocimiento que «Delibes siente pasión por la autenticidad de la vida y horror por la convención, la falsedad, la compostura de fuera adentro, la máscara social».

Sigue vivo su amor por la naturaleza como reducto de lo auténtico. No por una naturaleza inerte, sino viva y actuando en pleno equilibrio con el hombre. Y, desde tal sentimiento, permanece también su constante denuncia de las agresiones al medio natural y a las tradiciones seculares que amparaba bajo el falso argumento del progreso porque, según advertía sabiamente, «la máquina ha venido a calentar el estómago del hombre, pero ha enfriado su corazón».

Sigue viva su apasionada defensa de la dignidad humana y su maestría para acercarse a los personajes más humildes con los que cautivaba e interpelaba al lector. A fin de cuentas, estaba convencido de que «crear tipos es deber principal de un novelista» y Delibes tenía bien asumido que no era escritor de ideas sino de personas y de hechos, a través de los cuáles contemplamos lo esencial de cada rasgo que define nuestra naturaleza.

Rasgos que podemos distinguir perfectamente en todos sus personajes. En el Mochuelo, en el señor Cayo, en Cecilio Rubes, en Azarías, en Cipriano Salcedo… Cada uno de ellos expresando una faceta propia del alma humana.

Y, por supuesto, sigue vivo el amor y la intensa vinculación que tuvo con su tierra. Con su comunidad. A la que llegó a conocer y querer como nadie y de la que se convirtió en pregonero y referente universal.

Porque Delibes escribió desde la conciencia de que el novelista cumple con su misión alumbrando la parcela del mundo que le había caído en suerte y que a él le habían correspondido las tierras castellanas y leonesas en toda su profundidad.

«Sigue vivo su amor por la naturaleza como reducto de lo auténtico. No por una naturaleza inerte, sino viva y actuando en pleno equilibrio con el hombre»

Sin embargo, desde este arranque local, supo proyectar caracteres, valores y esencias intemporales. Precisamente, porque estaba convencido de que «la universalidad de una obra no tiene nada que ver con el lugar de residencia del autor ni con la ambientación de sus novelas» porque «en un pueblo minúsculo se puede crear una acción y desarrollarla y puede ser una novela universal».

Todo ello hace que Miguel Delibes, a los cien años, se haya convertido en una figura de dimensión global. Y todo ello hace también que siga siendo una figura esencial de Castilla y León y para Castilla y León.

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