Vivimos en tiempos, permítanme la vulgaridad, del aquí te pillo, aquí te mato. Queremos comer de todo durante todo el año. Nos hemos acostumbrado a consumir tomates en invierno, trufa negra en verano o atún de almadraba en cualquier momento. Algo parecido ocurre con la ... pastelería. La rica tradición española asocia determinadas elaboraciones a fechas concretas del calendario, casi siempre vinculadas a fiestas populares.

Publicidad

Y entre ellas, los roscones de reyes. Pocas son las familias españolas que en la tarde-noche del 5 de enero, y sobre todo a lo largo del día 6, no consumen al menos uno. De hecho, ante las pastelerías más renombradas se forman largas colas de clientes que esperan pacientemente su turno. Sin embargo, desde hace algún tiempo, los roscones aparecen en los escaparates de las reposterías a primeros de diciembre.

Este año, a mediados de este mes ya había probado varios, enviados amablemente por diferentes obradores madrileños con la intención evidente de que les diera publicidad. Sinceramente no le veo mucho sentido a este adelanto salvo, claro está, el estrictamente comercial. ¿Por qué hay que comer roscón antes y durante la Navidad, que ya tiene asociada desde tiempos remotos una amplia gama de dulces propios, desde los turrones hasta los polvorones o los mazapanes?

No me gusta esta desestacionalización del roscón como no me gusta la de otros productos vinculados a celebraciones concretas. Como me decía una amiga, tenemos la mala costumbre de hacer que lo especial deje de serlo. Al margen del momento adecuado para comerlos, siempre me surge la pregunta de por qué la mayoría de roscones son tan regulares o incluso tan malos. Como por desgracia ocurre con toda la bollería, hay pocos verdaderamente buenos. Gran parte de los que se venden son industriales y están amazacotados y resecos a las pocas horas.

Publicidad

Frente a estos, hay que buscar los artesanales, elaborados con tiempo y cariño. Para lograr la calidad es fundamental dejar que la masa fermente el tiempo necesario antes de pasarla por el horno, incluso mejor si se somete a dos fermentaciones. Se trata de que el roscón quede jugoso y esponjoso, y que, como los buenos panes, se conserve durante varios días.

Por cierto, no soy nada partidario de los rellenos de nata, que suele servir para disimular la mala calidad. Cuando el roscón es bueno no necesita añadidos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad