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Una ciudad en el campo. La muralla de Madrigal de las Altas Torres limita con la gran llanura cerealista de la Moraña. Fran Jiménez
Paso a paso por la llanura mística

Paso a paso por la llanura mística

Sendas con miga ·

La localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres se sitúa en la cabeza de una amplia comarca agrícola tan rica en historia y patrimonio como en gastronomía

Carlos Aganzo

Valladolid

Viernes, 7 de febrero 2020, 13:18

Igual que si camináramos por la palma de la mano de Dios. Así nomás. Tal como la sintió Don Vasco, el tata de los indios, el primer obispo de Michoacán. Ahora también, dicen, el pionero en la defensa de los derechos de la mujer. Tal como la pisó la reina Ysabel de Castilla. Como la transitaron, mirando al cielo, fray Luis de León y su vecino de Fontiveros, fray Juan de la Cruz. La inmensa llanura mística alrededor del faro vigilante de la Moraña: la torre de la iglesia de San Nicolás de Bari, en Madrigal de las Altas Torres. 65 metros de atalaya velando por el paraíso del arte mudéjar. Pura vibración.

Madrigal suena a música. A canción de cuna de Castilla. Ladrillo, adobe y piedra para el palacio de Juan II, donde nació la reina Católica. Casa de las madres agustinas desde que el césar Carlos se lo cedió, en 1525. Urbs in agris: muralla de cuatro puertas abiertas al insondable océano de las mieses. También el Real Hospital, donde hoy conviven salón de actos, oficina de turismo, aula de la naturaleza y museo de Don Vasco. Y desde hace unos años, también un pequeño milagro: el resurgir de un ciclo pictórico de finales del siglo XIV, oculto tras el retablo barroco que desbordaba el ábside central de Santa María del Castillo. Colores medievales que regresan.

Suena a música y sabe a pan, Madrigal. A esas tierras de pan llevar donde el hambre de los españoles se llevó, para entregárselos al cereal, los bosques y espesuras que en otro tiempo fueron. Las manchas a las que venía a cazar Ignacio de Loyola por cuenta de doña María de Velasco. Cuando quería ser gentilhombre antes que santo. Cuando perseguía, «dado a las vanidades del mundo», gacelas de salón. Pan llevar y pan traer para las sopas de ajo o para acompañar al cocido morañego. O al lomo y al chorizo de la olla. O al cochinillo, que siempre es tentación poner en reto con el tostón de Arévalo. O al lechazo, que gusta de medirse incluso con el de Valladolid. Un torneo gastronómico en el que, en el caso de Madrigal, siempre ganan los dulces: bollos de aceite, rosquillas panaderas y de caldera, dulce de calabaza… Y el deleitoso arrope, del que era devota la niña Ysabel, que no tiene rival cuando entra en la mesa en forma de empanada.

Una botella del vino que se elabora en Madrigal de las Altas Torres.

Los frailes –¿quiénes, si no?– fueron los que dieron nombradía a los famosos verdejos de Madrigal en la Edad Media. «Qué bien, qué mal, pan candeal y vino de Madrigal». Los majuelos, en el extremo de la DO Rueda, estuvieron a esto de perderse. Pero hoy los podemos degustar, tras el rescate, en la Bodega de los Frailes, donde la Y isabelina marca al hierro un blanco afrutado, fresquísimo, que aunque es del año parece que lleva el tiempo detenido en el interior de la botella. Solo hay que concertar visita.

Zoológico aéreo

De pan y vino llevar. Pero sobre todo de darle ritmo al paso entre el cielo y el suelo. De caminar de horizonte hasta horizonte. Extramuros de Madrigal de las Altas Torres, la senda de la contemplación nos lleva en primer lugar al convento de San Agustín, donde cerró los ojos Fray Luis de León. La espectacularidad de la traza da para pensar los reales que invirtió en esta empresa su protector, don Gaspar de Quiroga, arzobispo de Toledo. Y para imaginar la mucha teología que impartió en su cátedra este hombre sabio que «en el campo deleitoso, / con solo Dios se compasa, / y a solas su vida pasa / ni envidiado ni envidioso».

Para entenderlo mejor solo cabe tomar el camino que, desde el convento, lleva a Villar de Matacabras. Cuatro kilómetros de marcha por un gran espacio integrado en una de las zonas ZEPA más vastas de Europa. Un zoológico aéreo con tres reyes indiscutibles. La mítica avutarda, que pasa por ser el ave con más peso capaz de remontar el vuelo. El elanio azul, inconfundible por su máscara negra de bandolero. Y el cernícalo primilla, el más pequeño en el reino de los halcones, tan elegante con su pecho moteado y su capa anaranjada. Ecos de aquellos ilustres halconeros que fueron el rey Juan II de Castilla, el padre de Ysabel, y el paradigma de todos los escritores fecundos que en la historia han sido, el obispo don Alonso de Madrigal, más conocido como el Tostado.

La visita a las pinturas descubiertas en Santa María acompañará pronto a las de la bodega o los monumentos de la ciudad. Fran Jiménez
Imagen principal - La visita a las pinturas descubiertas en Santa María acompañará pronto a las de la bodega o los monumentos de la ciudad.
Imagen secundaria 1 - La visita a las pinturas descubiertas en Santa María acompañará pronto a las de la bodega o los monumentos de la ciudad.
Imagen secundaria 2 - La visita a las pinturas descubiertas en Santa María acompañará pronto a las de la bodega o los monumentos de la ciudad.

Si a pesar de los pesares, ninguno de ellos se presentara a lo largo de nuestro camino, pensemos que aún nos queda un premio de consolación a nuestro esfuerzo. La entrada en Villar de Matacabras. Una calle, diez casas. Censo oficial, dos personas. Real, de ninguna desde 2012. El producto de la mecanización de las tareas agrícolas. Cuando se murió su hermano Pablo, Máximo resistió un tiempo. Después se fue a la residencia. A soñar con el viento. Y dejó solos el pozo, la panera y los corrales. Ruinas junto al testimonio aún en pie de los antiguos esplendores de la localidad: la iglesia de Nuestra Señora del Rosario. La viva estampa de la España vacía. Llena tan solo de campo. Y de memoria.

Lechazo

La gastronomía de Madrigal de las Altas Torres participa de algunos de los grandes platos castellanos de su entorno, como el cochinillo o el lechazo. Cocinado en horno de leña y servido, a poder ser, en plato de barro, el lechazo buen lechazo tiene poca ciencia más allá de los tiempos y, sobre todo, la calidad de la materia prima. Agua, sal y aceite de oliva. Si acaso un diente de ajo y una hoja de laurel. O ni eso. Y la compañía de una ensalada sencilla de lechuga, tomate y cebolla. El crujido de la piel es la mejor prueba del éxito.

Bien pronto, cuando Ávila goce, alrededor de Madrigal, de la misma ruta de Don Vasco que ya tiene Michoacán –una docena de municipios y 39 comunidades indígenas–, Villar de Matacabras será quizás un pequeño hito en una senda que unirá, por el aire de los sueños, a América con España. Pues dicen los mexicanos, porque lo saben, que lo que Tomás Moro imaginó para su 'Utopía', el Tata Vasco lo construyó de cierto en aquellas tierras michoacanas. Por el camino hay tiempo para pensar en ello.

No te pierdas...

  • Bodega de los Frailes Tres cañones confluyen en esta bodega, en el caso histórico de Madrigal.

  • Convento de San Agustín. Situado extramuros, sus ruinas recuerdan a su morador más ilustre: Fray Luis de León.

  • Capilla natal de San Juan de la Cruz. A 20 kilómetros de Madrigal se encuentra Fontiveros, donde nació San Juan de la Cruz.

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