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«Es beneficiosa contra las consecuencias de las mordeduras de arañas salvajes y también para mantener unidas las páginas de los libros». Así recogía el maestro Leonardo da Vinci (1452-1519) los beneficios, añadidos a los nutricionales y gastronómicos, de las castañas en su atribuido « ... Códice Romanoff». Mucho antes, la «Historia Natural» de Plinio (77 a C.) ya indicaba que «detienen con gran eficacia los retortijones del estómago y del vientre, estimulan el intestino, son provechosas para la expectoración de sangre y alimentan las carnes». Con más o menos acierto, los grandes nombres de la historia han recogido el ventajoso consumo de la castaña, un alimento especialmente habitual en las mesas medievales.
Aunque hasta hace poco la procedencia del castaño se situaba en Asia Menor y, a los romanos, su expansión por la Península Ibérica -utilizaban el fruto elaborando pan para alimentar a sus tropas y caballos-, nuevos trabajos apuntan a que estos árboles ya existían en la Península antes de la invasión dado que hay restos fosilizados con más de 2.500 años de antigüedad.
Las castañas han sido durante siglos base fundamental de la alimentación. Ricas en vitaminas, hidratos de carbono y minerales son un eficiente antioxidante, suculentas solas o regalando sabor a otros platos, llegan al mercado naturales, pilongas, enlatadas, en azúcar, alcohol y hasta congeladas; pero estos próximos días que ya consumen el final del otoño, serán las reinas de las horas frías y anunciarán, las castañeras, un paisaje casi navideño con recuerdos de Dickens, aliviarán las manos heladas al aprisionar los cucuruchos calientes de olor y sabor y cambiarán los cansados menús de cualquier hogar.
Castilla y León disfruta de más de 67.000 hectáreas de castaños, más de la mitad en la provincia leonesa, y propone un nuevo impulso a este sector con ferias, encuentros y fiestas, con gran protagonismo en El Bierzo. Una de las más antiguas y consolidadas es el «magosto» festivo que se celebra en estos días. Asar castañas al fuego de la hoguera, mientras corre el vino y la conversación, sirve de pretexto para reunirse en torno a la lumbre.
Ya los celtas apaciguaban los poderes del otro mundo y propiciaban la abundancia de las cosechas con la celebración de la fiesta «samahaim». Decían los cánones de la época que quien no asistía, corría el peligro de perder la razón; pero realmente lo que hacían era beber hasta perderla. Por las mismas fechas, los romanos celebraban las saturnales. En ambas fiestas, el primero de noviembre, el mundo de los espíritus se abría y salían personajes de auténtica pesadilla.
Almas y cuerpos enterrados, sombras del pasado volvían para beber y comer castañas depositadas sobre las tumbas. La tradición pagana fue adoptada y transformada por el cristianismo en el culto a los santos y difuntos. Tradicionales, ricas y con amplias posibilidades de presentación. El reinado de la castaña es largo.
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