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Un gesto tan sencillo como el de acariciar el pomo de la puerta de casa se traduce estos días en una verdadera angustia, cuando se trata de salir, o en una liberación, cuando la dirección es la de entrar. «La hora de marchar de casa es lo que peor llevo», reconoce Belén Torrecilla (62 años), auxiliar de Enfermería en el hospital de Medina del Campo (Valladolid). «Nunca sabes lo que te vas a encontrar», advierte sin poder reprimir la presión en su voz al otro lado del teléfono, haciendo un esfuerzo por controlarla. «No había llorado hasta este momento», reconoce en una conversación emocionalmente complicada en la que rememora su día a día en el hospital.
Aunque ha pasado prácticamente por todos los servicios, ahora trabaja en la planta de medicina interna. Como el resto de sus compañeras, alarga la jornada lo que sea necesario y se repite una y otra vez, convenciéndose a sí misma, de que cuando está en el hospital está «bien». Es cierto que la masiva presencia de la Covid-19 lo ha cambiado todo y Belén reconoce que «es duro» porque se enfrentan a una situación «que se escapa de las manos». En su planta están acostumbradas a entender la muerte como «una liberación» porque tratan con enfermos que están muy malitos, cansados y cuyos familiares sufren por igual. Pero eso ahora es diferente. Es consciente de que su exposición al riesgo es mayor y aunque «siempre estás alerta y te proteges, hay compañeras que se contagian».
Ese, el contagio y el llevarlo para casa, dice Belén, es su mayor temor, como el de todos los profesionales que luchan en primera línea contra este virus que nos ha regalado un nuevo glosario instalado para siempre en nuestro vocabulario –hasta los niños que les esperan en casa lo repiten con inocencia sin cesar– y que ha puesto nuestras vidas patas arriba. No obstante, en ese escenario de caos, angustia y en el que en ocasiones les falta el aire, otros tres profesionales como Belén, cuentan en este reportaje cómo han encontrado en la cocina su principal respirador.
belén torrecilla, auxiliar de enfemermía en el hospital de medina del campo
«Es algo que me encanta, me relaja, y además, es una necesidad; tengo que alimentar a mi familia», explica Belén intentando cambiar el tono de su voz. Sabe que se desenvuelve bien entre fogones y que, «como tenemos que comer, es una suerte que me guste porque no me cuesta trabajo». No se conforma con haber desarrollado unas habilidades de la que dan buena cuenta su marido y sus dos hijos (estos últimos ya fuera de casa) sino que se exige mejorar. «Me gusta más cocinar salado que dulce aunque cuando tengo tiempo apuesto por esto último porque es lo que más me cuesta».
Para compartir en este reportaje ha elegido unas pechugas de pavo guisadas que traduce en una elaboración «especial, con un producto barato» y que le permite, además, dejar unas cuantas hechas para congelar y tener preparada la comida para alegrar la vuelta de otra dura jornada en el hospital.
Ingredientes Pechugas de pavo, huevos, ajos, perejil, sal, harina, pan rallado, aceite, ciruelas pasas, una cebolla grande, un vaso de coñac y agua.
Elaboración Los filetes se salan, se pone ajo, perejil y se vuelcan en huevo batido y se dejan en la nevera una noche. Al día siguiente, en un plato se mezcla pan rallado y harina a partes iguales y con ello se rebozan las pechugas que se van a freír en el aceite caliente. Luego se pasa a una cazuela con cebolla bien picadita en rodajas que se ha frito con el aceite que ha sobrado, junto a las pasas. Se añade el coñac, un poco de agua y se pone a cocer. Cuando está la salsa espesa se pone en una fuente y ya se puede comer.
También Charo García (38 años) es de las que prepara la comida el día de antes. Tiene dos niños, de cinco y dos años, y aunque considera «una suerte» que su marido, autónomo, pueda encargarse de ellos en esta cuarentena al no poder abrir el negocio, reconoce que para ella «está siendo muy duro». Es enfermera en una residencia de ancianos de Ávila con 115 residentes de los que ya han fallecido varios (en el momento de la conversación contaban cinco confirmados; quince residentes aislados y catorce trabajadores de baja, uno de ellos ingresado en la UCI por coronavirus). Se muestra serena aunque describe una situación en la que «no damos abasto». Han cambiado la distribución de la residencia y han habilitado una planta solo para afectados con habitaciones individuales a las que les llevan la medicación, la comida, les toman la temperatura varias veces al día (a los profesionales, también) y les acompañan en todo momento.
charo garcía, enfermera en una residencia de ancianos de ávila
Su formación y, sobre todo, su experiencia le ayudan a mantener la calma y a practicar su labor con cariño y aunque se declara amante de la geriatría porque es lo que le gusta, suspira cuando trata de imaginar el tiempo que resta para que esta situación llegue al final. «Esto es como un sueño, es surrealista, no me lo puedo creer», advierte ante la impotencia de no poder hacer nada. «Por muchas medidas que tomes, ves como cada día hay un caso nuevo. Hace muchos días que no dejamos entrar a ningún familiar y siguen saliendo contagios. Sientes un poco de impotencia porque no sabemos si somos nosotros o qué».
Cuando llega a casa cruza directamente a la ducha, «sin besar a nadie, sin decir nada». Mete la ropa en la lavadora, se calma e intenta estar con sus hijos y su marido. Desconectar se cotiza al alza porque «estás nerviosa, no dejan de llegar mensajes de las compañeras y duermo mal». Pero ha encontrado en las cuatro paredes de su cocina, su espacio para el relax.
Reconoce que no ha desarrollado una gran habilidad pero que, cuando tiene tiempo, le gusta prepararse la comida para degustarla en el momento. Ha decidido compartir un guiso de patatas con costilla, una elaboración sencilla que a ella le sabe a gloria. «Normalmente no las puedo comer porque suelo hacer la comida de un día para otro, pero no sabe igual». Dice que cuando está sola entre fogones sí que desconecta: «Me pongo, me pongo y puedo tirarme un buen rato cocinando». Le encantaría que en su casa disfrutaran más de un buen cocido, que es su comida favorita, pero ni a los niños ni a su marido les van mucho los garbanzos y por eso normalmente no se lanza a preparar más allá de un buen caldo.
Ingredientes Un pimiento rojo, uno verde, una cebolla grande, dos dientes de ajo, una hoja de laurel, medio vaso de aceite de oliva virgen, 500 a 600 gramos de costillas adobadas o carne adobada 700 gramos de patatas cortadas en dados. Medio litro de agua, sal y un pellizco de pimentón dulce.
Elaboración Rehogas pimiento, cebolla y ajo. Luego echas la carne, que suelo echar costillas y una vez que se han dorado un poquito las cubro de agua con un poquito de sal y pimentón. Cuando ves que cuece incorporas las patatas en trozos cuadraditos y las dejas cocer una media hora, y ya está.
Comer en familia es lo que le gusta hacer también a Daniel Rabanal (33 años), cabo de la Unidad Militar de Emergencias (UME), que desde su casa de León y con sus 2,03 metros de altura se define como un «cocinillas». El tiempo de los descansos en el turno lo aprovecha con su mujer «tomando una cerveza en casa, hablando mucho y guisando», aunque para esto último, solo se defiende mejor. «Me dijeron que cocino muy de 'gordaco'», bromea al recordar el último fin de semana de febrero en el que compartió mesa y mantel con otra pareja a la que invitaron a degustar su plato estrella en casa. Exhibe con orgullo el pollo relleno como su mejor creación y aunque dice que son los demás los que tienen que valorar si lo hace bien o lo hace mal, lo cierto es que le «encanta, entre otras cosas, porque me gusta mucho comer y al final, me lo como yo».
daniel rabanal, cabo de la unidad militar de emergencias
Desde que el pasado 15 de marzo se decretara el estado de alarma «todos los días son lunes». Ha participado en centenares de misiones de limpieza y desinfección en Castilla y León, Cantabria, Galicia... Donde les mandan. Dice que lo que peor lleva es acudir a los hospitales y residencias de ancianos. «Eso te supera. Descubres situaciones de desbordamiento de enfermos; los sanitarios no dan más de sí; no tienen medios, ni sitios, ni fuerzas. Tienen unas caras...».
A pesar de estar formado para afrontar situaciones límite, reconoce que lo que estamos viviendo es «brutal, nos desborda». Entiende que «para esto no hay nadie preparado. Estás preparado para situaciones límite, sí, pero esto es muy límite; nadie se imaginaba que podría ser así». Y, como militar, cuando se le pregunta por la terminología bélica con la que se ha definido la crisis del coronavirus, lo descarta totalmente. «Esto no es una guerra. En una guerra tú ves al enemigo, sabes si va de negro o de azul, pero en este caso no lo ves».
Ingredientes Pollo campero, 500 gramos de carne picada mixta, una cebolla morada, dos dientes de ajo, dos cayenas, 200 gramos de queso chédar, cuatro o cinco pasas, salsa barbacoa.
Elaboración Se deshuesa el pollo desde la espalda incluyendo patas y alas. Después se introduce en un bol con salsa barbacoa empapándolo bien. En otro bol mezclamos la carne picada con la cebolla picada fina y los ajos; agregamos una cucharada sopera de salsa barbacoa y salpimentamos. A continuación, sofreímos un poco toda esta mezcla. Luego troceamos las pasas y las agregamos a carne picada. Acto seguido rellenamos el pollo con la mezcla de carne picada, después se cubre con queso chédar y lo atamos para que mantenga la forma durante la cocción. Se introduce en el horno precalentado a 180º durante 40 minutos más o menos y cuando veamos que está listo le daremos un último toque a 230º para que la piel quede crujiente.
Lo que sí que ve Fernando González (47 años) cada día, es la cara de los enfermos que traslada al hospital. Técnico de emergencias sanitarias, es uno de los veinte conductores de ambulancia del 112 que trabaja en los soportes de la Covid-19. Hace turnos de 24 horas y descansa tres días, aunque esto es relativo porque «si algún compañero está en cuarentena o se sospecha que pueda haberse contagiado, te toca ir algún día más. Estamos intentando cubrir todo lo que haga falta», explica tras salir de su última guardia en la que asegura que pasó una noche «sin parar».
fernando gonzález, técnico de emergencias sanitarias
Ha perdido la cuenta de los enfermos que desplaza desde sus hogares o desde residencias de ancianos hasta el hospital. «Hay muchos que les ves la cara y sabes que les llevas a lo que les llevas. Algunos han fallecido ya cuando llegamos. Es muy duro todo esto».
Su miedo, como el del resto de los protagonistas de este reportaje, es contagiarse y «pegarlo en casa». Tiene dos hijas y, junto a su mujer, tratan de hacerles la cuarentena más llevadera pasando tiempo juntos, viendo series o cocinando para ellas. El domingo se pondrá el mandil y preparará su particular paella. Le gusta llamarlo arroz con pollo, pero no hay mucha diferencia con la tradicional valenciana.
Dice Fernando que la cocina no ha sido su fuerte, «soy un poco malillo», pero estos días de presión le está ayudando a olvidar. «Ahora cualquier distracción viene bien», apunta. Sirve para desconectar, para evadirse, para no pensar e incluso para disfrutar y de una forma sencilla.
De hecho, las cuatro elaboraciones que se recomiendan en este reportaje son platos caseros, de fácil preparación, que pueden servir para compartir momentos en los que apartar el día a día de una crisis que está dejando un reguero de sufrimiento a familias enteras y a profesionales que, como Belén, Charo, Daniel o Fernando, viven cada día situaciones límite.
Ingredientes Arroz, pollo troceado, pimientos, ajo, cebolla, tomate frito, aceite, pastilla de avecrén, un vaso de vino, colorante, sal y agua.
Elaboración Hago el sofrito con pimiento rojo, verde, cebolla y ajo. Echo las alas de pollo troceadas y saladas y le incorporo el arroz, el agua, una pastilla de avecrén, un vaso de vino, un chorro de tomate frito y un poco de colorante. Dejo cocer el arroz y está listo en unos 20 minutos.
No son los únicos y, como ellos mismos coinciden en señalar, tampoco lo pasan solos. «Lo que estoy seguro que nunca olvidaré cuando esto pase es la unión de la gente», anuncia Fernando. Como él, Belén, valora cómo se ha fortalecido ese vínculo: «Nos cuidamos unas a otras; estamos muy pendientes», aporta. El contacto entre las enfermeras de la residencia de mayores de Charo es también constante y en el caso de Daniel, sin equipo, no hay labor. Todos lo tienen claro.
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