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Cuando empezó, mi abuela y la tuya no veían la forma de cuadrar aquellas antenas que sobresalían de la televisión para que se le viese –y se le oyese– de la mejor forma posible y sin las odiosas interferencias. «Hoy vamos a hacer un pollo al chilindrón», y comenzaba un programa que treinta años después se mantiene igual de fresco que el perejil que acostumbra a cerrar la función de su protagonista.
«Yo no era del mundo de la televisión. Empecé en este sarao con 42 años y sabía que estaba dedicándome a la ama o al amo de casa. A mi vecina, la del quinto B, a la del bajo, o a la del noveno A», comienza Karlos Arguiñano, quien se define como el perejil de todas las salsas, y los años han certificado que la suya es una muy televisiva.
«Hay una cosa que yo siempre digo. Estoy en televisión, y aquí o entretienes o aburres: si entretienes, se quedan; y yo he logrado que la gente no coja el mando en treinta años», admite. «Intento hacer un programa útil... Les cuento un 'chistecito', una historieta... Siempre les transmito cosas y les doy una recetita. La verdad es que en media hora no te da tiempo a dar la brasa», subraya un chef que aglutinaba a la audiencia en los años en los que los canales se podían contar con los dedos, pero también ahora, con la multiplataforma y la era digital.
Arguiñano se mantiene fiel a su receta inicial, a «esa gente que a diario tiene que cocinar para sus seres más queridos». «Hago el programa para el que todos los días tiene que pensar qué cocinar, y nunca se me olvida que en España comen cien millones de personas. Cincuenta millones en la comida y cincuenta en la cena. Eso es algo que tengo metido en la cabeza desde hace muchos años», defiende un cocinero que basa su éxito en ese «capote» que busca que «en los hogares españoles se amplíe el abanico». «Yo les ayudo con la carta, para que salgan de las lentejas, los garbanzos... Que sumen platos a la tortilla francesa y al filete, y eso se me agradecía hace treinta años y también ahora», argumenta el cocinero de Beasáin, que defiende su propuesta culinaria, pero también televisiva, sin querer «cargar contra los nuevos espacios», porque «hoy en día hay sitio para todos», afirma.
Sin embargo, el cocinero entiende que una cosa son los programas de cocina y otros los 'realitys' de televisión. «Aunque sean de cocina, que los veo muy bien, pero no son programas para aprender a cocinar. Yo estoy convencido de que el mío enseña a cocinar... Los otros son para sacar la lagrimita a la abuela, a la madre... Yo lo que quiero es enseñarte a hacer unas albóndigas ricas, ricas», asegura entre risas con una de esas 'coletillas' que le caracterizan.
Durante la charla, Karlos Arguiñano solo cambia el gesto y la sonrisa cuando se le pregunta por el fin de la banda terrorista ETA. «Ya era hora», interrumpe sin dejar casi tiempo a terminar la pregunta. «La gente es consciente de que en Euskadi estamos viviendo una paz necesaria», subraya. «Los que más hemos sufrido esta historia hemos sido nosotros mismos, los vascos», agrega antes de defender que el País Vasco es ahora mismo «un santuario de paz y tranquilidad». «Todo el mundo sabe que puede venir a Euskadi a disfrutar de la gastronomía, del paisaje, de la gente... Yo lo observo en mi propio hotel. Se nota que gente que nunca había venido a Euskadi, ahora vienen y se marchan maravillados».
Sin salir de su tierra, pero de forma más amable, el chef también alude a lo «orgulloso» que está de que la cocina vasca esté «en la 'Champions' mundial». «Es muy bueno que España se haya colocado a la cabeza de la cocina, y en ese sentido los vascos estamos ahí arriba». «Hay cocineros que están investigando y creando tendencia... [se queda pensativo]. Cuando Ferrán Adrià tenía 20 años yo le recibí en mi casa. Era un chavalín. Él y otros muchos venían a casa de Arguiñano a ver qué hacía, y Arguiñano hacía ensaladas templadas de pescado, almejas rellenas... Pero me di cuenta de que no podía hacer menús de 200 euros, porque quería tener mi casa abierta a todo el mundo», comenta. «De hecho acerté. Aposté por la cocina tradicional, más o menos decorada, presentada... y ha funcionado», admite.
El televisivo chef asegura que «en los años ochenta estaba en la movida de las estrellas Michelin». Sin embargo, explica que ese tipo de cocina de investigación necesita «un montón de gente» en la cocina. «Para llevarla a cabo tienes que contar con cuarenta cocineros para dar de comer a 25. No es viable para el 98% de los restaurantes de este país. De ahí pueden vivir cuatro o cinco o seis en España. No puede haber quinientos tíos con estrella Michelin. De hecho, los cocineros más famosos de España... Adrià, Berasategui, Aduriz... Todo esa gente está sacando el dinero de asesorar a compañías de hoteles, cadenas de restaurantes, saliendo al extranjero... Es muy difícil dar de comer a 250 euros y llenar el restaurante», afirma.
Cincuenta años en los fogones y treinta en la televisión –incluso con apariciones en la gran pantalla [véase 'Airbag']–, le han valido para tener una visión global de la cocina, pero el 'fenómeno Arguiñano', ese que lleva tatuado en el hombro un pájaro con una ramita de perejil en su pico, en una demostración de marketing hasta las últimas consecuencias, ha traspasado las fronteras generacionales por su propia forma de ser. «Me he dado cuenta que por las redes sociales va una parte importante del mundo», afirma. «Yo que soy de los mayores y no me manejo, pero parece que digo o hago cosas para que aparezcan en las redes... Digo una frase o cuento una historieta y ya soy 'trending topic'» [De nuevo interrumpe]. «Se dice así, ¿no?». «De toda la vida he dicho yo esas cosas. Cuando tenía 20 años mis amigos me decían que me seguían por cómo me expreso... Yo soy el mismo aquí, en la tele y delante de Jesucristo. Hago de Arguiñano, no quiero hacer de nadie más», concluye.
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